El pueblo de ninguna parte
Por Antonio Costa
Foto: Consuelo de Arco
Pertenece a tres provincias (Lugo, Orense, Pontevedra), a varios ayuntamientos, a no sé cuántas parroquias. Cruzas un puente y estás en otra provincia, te levantas por la mañana y puedes ir a desayunar a otro ayuntamiento. Está colgada en las orillas de los dos ríos, por todas las vertientes, por todas las laderas. Peares es un pueblo de ninguna parte y de todas partes. Está cerca de mi pueblo y toda mi vida oí hablar de él, pero tuvieron que pasar muchos años hasta que me decidiera a ir allí. En realidad lo decidí cuando un tipo que conocí en el autobús de Madrid a Galicia me dijo que iba a comprar una casa allí. Antes un escultor noruego me había dicho que tiene cerca de allí su taller para los veranos.
El Sil desemboca en el Miño en mitad del pueblo, suelta cantidades de aguas incalculables e incesantes, se resuelve en rápidos y en pequeñas cascadas, llena de ruido cósmico las noches, suelta sin cesar todo lo que arrastra impetuosamente, regala juguetes antiguos, orines, condones, bragas rotas, papeles arrugados, basuras, recuerdos, palabras fugaces, intentos de amor, recibos de la luz, el Sil lo suelta todo después de recibir aguas de muchos ríos enloquecidos o delirantes que bajan desde las montañas del Caurel o de los Ancares, que llevan las miradas rotas de los ciervos o de los urogallos, y no quiero decir que el río esté sucio, aquello parece un entusiasmarse de limpiezas y lavados y espumas.
Hay una estación de trenes que casi no funciona ya. Hay un puente impresionante que enlaza las montañas , que fue diseñado por la escuela de Eiffel y parece que tuviera la audacia de este ingeniero, parece que fuera una torre acostada que comunica las montañas. Se llega allí siguiendo el curso del Miño por la Ribera Sacra, o siguiendo el curso del Sil, o desde Orense, o desde Lugo, o desde Lalín en Pontevedra. Cerca de allí está San Esteban de Ribas de Sil, un monasterio inmenso con tres claustros, fundado en el siglo X, construido en varias épocas, con una cocina enorme, donde un arquitecto moderno puso cristal y aluminio sin encomendarse a Dios ni al Diablo.
Sobre el Miño hicieron en los años cincuenta el embalse de Peares, el primero de los grandes embalses, y montones de aldeas quedaron inundadas, se juntó una cantidad visionaria de agua, cuando baja el nivel se ven esqueletos de iglesias o de casas, algunos dicen que escuchan las campanas de las iglesias sonar desde el fondo del agua. Mi abuela me hablaba de cuando aún existía la aldea de Portotide, en lo más hondo del cañón, se oía desde muy lejos el tronar de las aguas entre las piedras, se oía el rumor de los bailes en las fiestas de verano, las mujeres iban a ver hombres apuestos procedentes de todas las aldeas lejanas. Yo una vez a los quince años cogí una barca en ese lugar y bogué encima encima de la aldea y la corriente me llevaba y creí que me moría en la inmensidad del agua e iría a reunirme con los fantasmas de la aldea. Una leyenda dice que en Portotide habitaban las xacias, una especie de sirenas de río, mitad humanas mitad peces, que seducían a los hombres y los llevaban al fondo del río. A mí no me ha ocurrido eso, me sedujo una sirena del Caribe.
Si uno bordea en coche el río Miño en dirección a Peares se encuentra con un montón de viñas y de higos y de cerezas que puede robar y de iglesias románicas rurales que fueron trasladadas piedra a piedra desde lo hondo del río. Y sobre todo se encuentra la iglesia de Chouzán, que es difícil de encontrar, que está en medio de un bosque al final de una pista de tierra, que cabalga sobre dos terrazas pendientes, y se sujeta con estribos a la montaña, y tiene un santo alucinado con un mazo y una especie de corbata, y una gárgola que parece que disfruta con los ojos cerrados, y un bicho raro con los ojos enormes y alargados.
El embalse de Peares fue el origen de la Ribera Sacra: un agua inmensa llena de paz extraña donde se reflejan las laderas boscosas, rodeada de viñas en escalera, de iglesias que viajaron desde el fondo del cañón, de aldeas que tuvieron que refundarse, con puentes que gravitan sobre los abismos, con aldeas fantasmas en el fondo de la nostalgia, con monasterios que se miran a ambos lados del río (a veces eran de monjes y monjas y se hacían señales por las noches), con tabernas casi náufragas donde contar historias.
Pero lo más legendario es Peares, ese pueblo donde se encuentran los dos grandes ríos, donde uno se da al otro con todo su esplendor y entusiasmo y misterio, donde se mezclan las aguas que vienen desde todos los rincones escondidos, que traen todas las historias y las nostalgias. Una vez tomábamos una cerveza en un bar desde el cual se escuchaba el encuentro de las aguas, y escuchábamos de verdad, y decíamos : sí, tenéis razón, hay motivo para entusiasmarse, hay que venir a este rincón para comprender lo que sois vosotros, que recogéis todas las lluvias de Galicia.