Los últimos recuerdos del reloj de arena, de Fernando Martínez López
Vuelve al género negro, y lo hace con oficio de narrador curtido, ya que Los últimos recuerdos del reloj de arena (Premium Editorial, 2016) es su séptima novela (El sobre negro, El rastro difuso, El mar sigue siendo azul, Fresas amargas para siempre, Tu nombre con tinta de café, El jinete del plenilunio), el jienense afincado en Almería Fernando Martínez López, galardonado, entre otros, con los premios de novela Ciudad de Jumilla y Felipe Trigo. Tiene la última novela de este escritor, que cierra una trilogía policial, estructura compleja y un buen número de personajes principales que el autor gobierna con oficio para que la trama no se disperse.
Con saltos continuos al pasado, que explican el presente de dos de los personajes fundamentales sobre los que pivota la narración, el ginecólogo Claudio Berbel Ochotorena, cuyo cadáver aparece desnudo y con signos de violencia en las calles de una Almeria asolada por una huelga de basureros, y el banquero Eugenio Valls, prototipo de la corrupción y deshonestidad financiera (vendedor de ese producto turbio llamado participaciones preferentes que llevó a la ruina a buen número de impositores en nuestro país), construye Fernando Martínez López una trama criminal que debe desentrañar Gabriela Ruiz, una inspectora de policía de fuerte carácter, ayudada por Juan Heredia, un policía gitano (¿homenaje al Flores de Brigada Central de Juan Madrid?), con el que acaba teniendo una relación amorosa.
Están muy presentes en la narración los tiempos precarios que arrostramos y la crisis del sistema social que no es otra cosa que corrupción—. Malos tiempos, para la lírica y para casi todo, malos tiempos para los millones de parados, malos tiempos para la honestidad, malos tiempos para amar, tiempos de corruptos y asesinos. Asesinos. Había uno que debían encontrar—. Con pinceladas precisas nos traslada el autor al pretérito, al mítico burdel granadino de La Bizcocha, por ejemplo, en donde uno de los personajes debe estrenarse por voluntad de su padre—. Se percibían respiraciones agitadas, ruidos de somieres, algunas risas, se intuía el susurro de obscenidades, el olor profundo del semen y los fluidos vaginales.
No olvida el escritor jienense dar pinceladas sobre el pasado de todos sus personajes, de sus zonas oscuras que permanecen como heridas que todavía supuran—. Y ahora, tumbada en la cama y los ojos abiertos, notaba el pulso acelerado por el orgasmo que le había proporcionado otra vez Isidro Cruz, un fantasma del que solo quedaban sus huesos descarnados—, como en el caso de ese personaje potente, hasta físicamente, que es la inspectora Gabriela Ruiz, que guarda un recuerdo imborrable de una relación tóxica que le ha dejado marca—. No pudo dejar de amar a aquel chulo rijoso, a aquel seductor que reblandecía voluntades femeninas con la promiscuidad de un perro en celo, a aquel auténtico hijo de puta que, para colmo y como rúbrica al destrozo que le causó a su vida, fue asesinado para que ella tuviera que averiguar quién lo hizo y todas las turbias corruptelas que plagaron su existencia—.
Tampoco falta la sensualidad o la explicitud sexual cuando la narración lo requiere en algunos de sus momentos—. Ella también se había desnudado, sólo mantenía las medias con liguero y los zapatos de tacón alto. El corsé y el mantón habían desaparecido y descubrían unas curvas deliciosas de guitarra, unos senos abundantes y firmes con los pezones enhiestos hacia los ojos marrones de Claudio Berbel Ochotorena—y lima el autor de Tu nombre con tinta de café el lenguaje, captura las palabras precisas para conseguir ese efecto deseado.
Con un estilo impecable y pulido, dominio de los diálogos y de los tIempos literarios y buena arquitectura de personajes, Fernando Martínez López construye un thriller que habla de épocas no tan lejanas de intolerancia en las que homosexualidad debía esconderse y los que tenían esa tendencia sexual debían matrimoniar por conveniencia con el terrible drama personal de ser toda la vida un falsario—Fallido intento, querido, y ahora, mientras ya se adentraba en la avenida Vivar Téllez, le venían a borbotones sangrientos cada una de las discusiones y peleas con Paula, harta de indiferencia y de mantener su vagina seca—; del trueque de bebés en los paritorios de los hospitales, práctica al parecer no excepcional como nos informa la prensa de cuando en cuando; y de la crisis financiera de nuestro país, las claves sociales de una novela negra que fluye ágil a lo largo de sus poco más de trescientas páginas y reafirma el talento literario de este autor con una sólida carrera a sus espaldas.
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