54 Festival de cine de Gijón. Séptima jornada
Sol y frío al séptimo día: cinco grados mientras recorro a paso rápido esos kilómetros que hago diariamente y rebajan el desayuno calórico de mis generosos anfitriones. Llego justo a los Cines Centro a las 9:30 para ver la película de Brillante Mendoza, un habitual del Festival de Gijón, que va a la Sección oficial: Ma’ Rosa. Fiel a su estilo, el director filipino narra como si se tratara de un documental una historia negra ambientada en la Manila de nuestros días, una ciudad que muestra con toda su miseria, suciedad y caos, pero también vitalidad y esperanza. Una historia con policías corruptos y, por un momento, pienso en Kenatay, pero su grado de violencia no llega a tanto, por suerte.
Ma’Rosa es una esforzada mujer de Manila que regenta un pequeño colmado y se encarga de sus tres hijos adolescentes y de un marido haragán enganchado a las drogas, que ella también vende. Un grupo policial los detiene, los lleva a unas dependencias paralelas y les exige una cantidad elevada para salir libres sin cargos. Y en tiempo record los hijos recolectan la suma pidiéndola a familiares, empeñando las escasas pertenencias o prostituyéndose. Una familia cohesionada como pocas.
Me declaro entusiasta de este realizador y sus historias cinematográficas interpretadas por gente de la calle que da la sensación que se limitan a ser como son ante el objetivo de la cámara de Brillante Mendoza. Película a película, este valiente realizador filipino muestra la realidad de su país, la corrupción sistémica y los abusos de poder, aunque me temo que toda esa denuncia cae en saco roto.
Manchester frente al mar, de Kenneth Lonergan, es la primera de la tarde despejada. Manchester, que no está en el Reino Unido, como París está en Texas. La película fue presentada con éxito en el Festival de Sundance. Pero El nacimiento de una nación también viene con el sello Sundance. Drama familiar en toda regla entre un tío y su sobrino que acaba de perder a su padre y del que éste debe hacerse cargo. El tío, el fontanero Lee Chandler (un Casey Affleck monocorde que habla entre susurros), que arregla cañerías y se lía a puñetazos cuando alguien le roza el hombro en un bar, es un tipo con una herida incurable porque le pasa lo peor que le puede pasar a un padre. No sé rehace porque de ese agujero no se sale. Quizá Patrick Chandler (Lucas Hedges), el adolescente hijo de su hermano muerto, consiga sacarle del hoyo.
Correcta pero larga en exceso Manchester frente al mar que está en la Sección oficial por Estados Unidos. Correcta porque arriesga poco a nivel formal, nada, y argumental, aunque al menos no se dan esas sonrisas y lágrimas típicas y tópicas de los melodramas (La fuerza del cariño) norteamericanos: aquí pocas sonrisas, ninguna, y escasas lágrimas. Curiosamente lo que más me gusta de Manchester frente al mar es esa interpretación monocorde de Casey Affleck, sus susurros, sus miradas idas, su irascibilidad que busca que alguien le golpee hasta la muerte, aunque él ya está muerto.
Tío y sobrino acaban saliendo a pescar en el viejo barco de su padre, como en los buenos tiempos, y compran un nuevo motor con la venta de la colección de armas del difunto Joe Chandler (Kyle Chandler), a quien vemos de cuerpo presente y en flash backs. Final abierto y feliz para una historia que no puede tenerlo porque el protagonista es un muerto (el sobrino se queja de que no le dé conversación a la madre de una de sus novias, para beneficiársela tranquilamente en el piso de arriba). Una buena secuencia para la retina: la madre Randi (Michelle Williams) de los hijos que tuvo, que acaba de tener un bebé con otra pareja y ha rehecho su vida, le pide, entre lágrimas, que perdone todas las palabras que soltó por su boca cuando la felicidad de la familia ardió entre las llamas. Allí el protagonista se resquebraja y la película vuela alto.
Volvemos a los zombis y esta vez con look británico. The Girl All the Gifts se proyecta en Géneros Mutantes y la ha dirigido Colm McCarthy, director de series. Los zombis en este caso reciben el nombre de hambrientos y responden ya a unas coordenadas aceptadas ya por todos los que cultivan este subgénero de terror: son ciegos, se guían por el oído y por el olfato para detectar a sus presas y quedan fuera de combate si se les revienta la cabeza. El arranque del film es, cuanto menos, sorprendente: en celdas de alta seguridad están recluidos una serie de niños, bajo una fuerte vigilancia armada del ejército, que salen de sus celdas, para ser instruidos por la doctora Helen Justineau (Gemma Arterton, actriz británica de rasgos franceses que tiene un físico peculiar que siempre me llamó la atención: su cabeza es demasiado pequeña con respecto al cuerpo); de entre esos niños destaca Melanie (Sennia Nanua) por su extraordinaria inteligencia; los niños, pronto sabremos, que no son normales y por qué permanecen atados a sillas de ruedas además de ser custodiados.
The Girl With All the Gifts sigue las convenciones del género (seis personas conseguirán escapar de la base militar asediada por miles de zombis e intentarán llegar a un Londres arrasado) pero apunta cierta originalidad que no lo es tanto. Hay rastros en ella de El señor de las moscas en esa tribu de niños caníbales en los que la joven Melanie se afianza en un momento como líder a costa de matar a su rival, y también de La invasión de los ultracuerpos (los zombis sufren un proceso mediante el cual se convierten en plantas que forman un árbol gigantesco del que cuelgan extraños frutos que, cundo se abren, desparraman esporas zombis que acaban con la humanidad. Lo gore está medido en esta distopía (los zombis muerden en el cuello, pero no se comen los higadillos de sus víctimas) y hay una mala de la función de lujo, Glen Close, que interpreta a la enloquecida Dra. Caldwell, científica que, por conseguir una vacuna zombi, está dispuesta a descuartizar a la niña Melanie. Eso sí, el final es tremendamente malo. Lo que da de sí el señor George A. Romero a casi cincuenta años de La noche de los muertos vivientes.
Acabo este penúltimo día con otra película de padre alternativo, como el de Toni Erdmann, pero éste aceptado por sus dos niñas pequeñas que se lo pasan en grande con él. En la sección Enfants Terribles se proyecta la película francesa de Sophie Reine, la primera de su autora, que se desplaza a Gijon para presentarla, Cigarettes et chocolat chaude, una fábula sobre Denis Patars (Gustave Kervern) un padre hippie, contracultural y viudo, que, según las normas establecidas, no cuida debidamente a sus hijas porque viene a recogerlas tarde al colegio, no las estimula para que hagan los deberes, tiene un zoológico en casa, esta está siempre desordenada, etc. Para evitar perder la custodia de sus niñas Mercredi (Fanie Zanini) y Janine (Heloise Degas), que padece un síndrome nervioso que le provoca constantes tics, ese padre acude a un grupo de terapia dirigido por Sevérine (Camille Cottin) una rígida asistenta social que se irá encariñando y cambiando de opinión con respecto de Denis a medida que lo conozca.
Película infantil y simpática para proyectar por fin de curso en un centro escolar o el domingo después de comer en televisión como alternativa a los documentales de animales.