54 Festival de cine de Gijón. Segunda jornada
La primera buena película, sin paliativos, de este festival de Gijón incluida en la Sección Oficial llega a los ojos de este corresponsal cinéfago una mañana de domingo desapacible y lluvioso, como mandan los cánones de Gijón. Hotel Europa, muerte en Sarajevo, es una película bosnia de Danis Tanovic basada en una obra teatral de Bernard Henry-Levy, una de las voces de la intelectualidad europea que con más denuedo se alzó contra la masacre de ese pequeño país musulmán en el centro de Europa. Una película en la que la figura del Hotel Europa, el de más solera en Sarajevo, es el escenario en el que se desarrolla un film coral con un sinfín de historias cruzadas. Cuando se prepara una cumbre europea en la ciudad de Sarajevo, conmemorando el asesinato del archiduque Franz Ferdinand y su esposa Sofía a manos de unos terroristas serbios, lo que daría inicio a la Primera Guerra Mundial, se está gestando en las cocinas del hotel una huelga que dará la puntilla al prestigioso establecimiento hotelero; el director intentará frenarla utilizando procedimientos mafiosos en connivencia con el tipo turbio dueño del local de juegos y prostitución que hay en los bajos del establecimiento; una eficiente empleada intentará mediar entre su madre, jefa de la lavandería, que lidera la huelga, y el director del hotel; un político europeo ensaya su discurso en una de las suites más lujosas del mismo; un policía encargado de su seguridad se irá estresando a medida que su esposa consumista le llame una y otra vez reclamándole la compra de un sofá; y una periodista se enfrenta en una entrevista en la azotea del hotel con un serbio simpatizante de los chetniks que no abjura de las matanzas de bosnios cometidas durante el último conflicto que asoló los Balcanes y se llama, precisamente Gavrilo Princip, como el terrorista que con su magnicidio provocó la primera Guerra Mundial.
El director de En tierra de nadie construye una impecable alegoría sobre esa Europa que una y otra vez repite sus mismos errores y catastrofes, habla de la hipocresía e inoperancia de la inteligencia europea (simbolizada en ese político que ensaya una y otra vez su discurso en la suite del hotel, impasible ante una muerte que acaece a la puerta de su habitación que ni le inmuta); reaviva las heridas no cicatrizadas entre bosnios y serbios, que aun continúan viviendo en Bosnia-Herzegovina sin reconocer sus crímenes; y denuncia el capitalismo mafioso capaz de cualquier método con tal de acallar una asonada sindical. Danis Tanovic salva el origen teatral de la obra con una cámara inquieta que sitúa justo a la altura de la nuca de sus personajes y los sigue por ese laberinto de pasillos que es Europa en 85 minutos de cine apegado a la realidad y con actores en estado de gracia. La machacaron en Berlín, por lo que leo. Últimamente solo sintonizo conmigo mismo, y no siempre.
Demasiado larga para ver después de una larga sobremesa regada con licores diversos, aunque sin estos tampoco creo que mi percepción de la película uruguaya Migas de pan, película a competición en el festival de Gijón y seleccionada por Uruguay a los óscar, mejorara. Cine denuncia sobre la represión de la última dictadura uruguaya sobre los grupos opositores y que se ensañó, muy especialmente en las mujeres, precisamente por su condición femenina. Como otras muchas dictaduras criminales del Cono Sur, auspiciadas por los gobiernos de Estados Unidos, los milicos uruguayos trataron de aniquilar al enemigo despojándole de su dignidad. Con las mujeres, además de las dolorosas torturas físicas, intentaron degradarlas con la violación sistemática. Liliana Pereira (Cecilia Roth) es una afamada fotógrafa uruguaya que decide, junto a sus compañeras, denunciar a los militares que las torturaron y vejaron y que ocupan altos cargos de responsabilidad en la cúpula militar. A ella, además, la castigaron con el alejamiento de su hijo Diego, del que perdió su patria potestad. La bienintencionada película de Manane Rodríguez (Retrato de mujer con hombre al fondo, Los pasos perdidos, Un cuento para Olivia), directora uruguaya afincada en Galicia, es muy larga, y se hace muy larga con sus 109 minutos; contiene un prolijo flashback, no muy bien resuelto, que narra la detención y tortura de la protagonista, interpretada por la joven Justina Bustos, que casi se convierte en otro largometraje; y pasa por alto el sustrato ideológico de esos jóvenes idealistas que acabaron muchos de ellos bajo tierra mientras uno de los suyos llegó a ser uno de los presidentes más honrados, sabios y modélicos del país: Mújica. ´
Le falta gancho a Migas de pan, que consume buena parte de sus minutos en una boda inicial que podría abreviarse, escenas de tortura reiterativas y rutinas carcelarias, cuando las revolucionarias son encarceladas, y adolece de una pobreza en la planificación. El cine de denuncia no solo se hace con buenas intenciones. Manane Rodríguez pone el foco sobre los represores, pero pasa de puntillas sobre el sustrato ideológico revolucionario de esos luchadores que se enfrentaron, en muchos casos a muerte, con los represores. Migas de pan está en las antípodas, por ejemplo, del Costa Gavras de Estado de sitio, por poner un ejemplo de alguien que sí trato con brío la temática de la lucha clandestina revolucionaria en el Uruguay del último tercio del pasado siglo.
Gran Angular me ofrece, a continuación, una de las mejores películas que se pueden ver en el festival de Gijón. Menos es más en esta sencilla y emotiva película del finés Juho Kuosmanen sobre el mundo del boxeo que no se parece a ninguna otra precedente, así es que olvídense de Toro salvaje, Alí o Más dura será la caída. Olli Mäki (Eero Milonoff) aspira al campeonato mundial de peso pluma de una forma casual al enfrentarse al campeón norteamericano que vuela a Helsinki para poner en juego el título. Olli, panadero de profesión de una pequeña población, entrena duro para perder peso, pero más que ese título, que ve imposible, lo que le interesa es la deliciosa Raija (Oona Airola) de quien se ha enamorado. Con una ambientación perfecta y look de los años sesenta, en blanco y negro y con fotografía granulada, el director finlandés, una filmografía que se conoce muy poco por estos lares, huye de las convenciones del cine del boxeo (perdedores, explotación, mafia, juguetes rotos, etc…) para centrarse en una deliciosa historia de amor que el egoísta promotor intenta torpedear a toda costa sin resultado. A la voluminosa Raija (se pueden tener bastantes kilos de más y ser una belleza, y ahí está Oona Airola para demostrarlo) le trae al pairo que su chico sea campeón del mundo o pierda. Ella quiere al sencillo panadero, y él a esa muchacha lozana con la que se promete una larga vida en común pletórica de felicidad. Una realización modélica e interpretaciones en estado de gracia que sitúan este segundo día de festival a una muy buena altura. Premio, merecido, Un certain regarde, en el último festival de Cannes a El día más feliz en la vida de Olli Mäki, título que no engaña.
Podía terminar mejor el día, pero no es así, aunque no puedo quejarme. En La doncella, que se presenta en la sección Gran Angular, más es menos, al contrario de lo que sucede en el film precedente. El coreano Park Chan-Wook orquesta un suntuosísimo espectáculo visual a cuenta de la adaptación de un texto victoriano de la autora de bestsellers británica Sarah Waters, Falsa identidad, que traslada a la Corea ocupada por Japón de los años 30. Hablada indistintamente en coreano y japonés, La doncella consume 144 minutos en sus tres partes, que constituyen otros tantos giros narrativos en donde nada ni nadie es lo que parece. El realizador de Oldboy juega con el porno light, el sentido del humor, el sadismo y la filigrana exquisita para cocer este gigantesco jarrón coreano que entretiene mientras se ve y se olvida pronto en cuanto estalla la pompa de jabón de su envoltorio. Un erotómano bibliófilo; su exquisita sobrina que lee pasajes osados de los libros a un público distinguido; una ladronzuela que entra al servicio de la señorita; y un falso conde son los personajes sobre los que pivota una historia rocambolesca que el espectador no se replantea, sencillamente se deja llevar por ella atrapado por la seducción de las imágenes. Park Chan-Wook cuenta con dos estupendas aliadas, las exquisitas actrices Kim-Min-Hee y Kim Tae-Ri, ama y criada respectivamente, que ejecutan una detallada coreografía lésbica para deleite de voyeurs. Poco más en esta costosísima superproducción que seduce visualmente, porque la fotografía de Chung Chung-Hoo es sencillamente apabullante, y entretiene pese a su desmesura.