Travnik, la levedad de Bosnia
Por Antonio Costa
Foto: Consuelo de Arco
Hay un castillo en lo alto poderoso y bien conservado. Hay un sendero que sube al castillo por calles empinadas y por escaleras y por la Torre del Reloj que se alarga esbelta entre los montes. Hay un puente sobre un río que se precipita, que nos conduce a la puerta. El castillo tiene recintos muy grandes de muros fuertes para dar paseos interminables. Desde los miradores hay una vista de la ciudad llena de minaretes en como si se tendiera levemente en mitad de las montañas.
Hay unos manantiales que los habitantes llaman el Agua Azul, rodeados de restaurantes y cafeterías. Hay terrazas bajo los sauces donde se escuchan las confidencias del agua. Sobre ellos hay puentes combados a distintos niveles, que adornan las cataratas interminables. En los márgenes se ven árboles muy ligeros, sauces desparramados, rincones que parecen pinturas japonesas. Hay un viejo molino donde se escuchan los rumores del agua igual que en la época de los visires turcos. Se ven teorías de arcos, recintos abandonados, locuras de las aguas azules.
Hay una casa donde en el siglo XIX vivía el cónsul de Austria y que ahora es el Café Cónsul . La novela “Crónicas de Travnik” habla de los cónsules de Francia y Austria establecidos en Travnik cuando era la capital de Bosnia dentro del Imperio Turco. Es una casona de piedra que cubre la hiedra , dentro hay mesas de madera donde uno puede recordar viejos tiempos. En la terraza abundan los árboles y en un pabellón de madera se puede tomar café con nostalgia. La nostalgia no es de aquellos tiempos brutales, es de que toda la vida se perdería si no fuera por la literatura.
Hay una casa donde nació Ivo Andric, o al menos pasó su infancia. Tiene batientes de madera sobre la calle, su techo inclinado es de estilo alpino, su portalón da acceso a un patio vibrante donde se puede comer muy bien. En las habitaciones de arriba encontramos recuerdos, los manuscritos de Andric, sus cartas, su partida de nacimiento, ediciones de sus libros, habitaciones montañesas de los Balcanes, intimidades con alfombras y visillos.
Hay calles a distintos niveles , que parece que flotan unas sobre otras, hay fuentes otomanas de muchos caños, que derraman el agua por todas partes. Hay una Mezquita Multicolor, rodeada por unos soportales que parecen de un mercado de “Las mil y una noches”, llenos de sombras y de cuentos. Hay casas con galerías de madera oscura que levantan jardincillos voladores. Hay una casa de muñecas, donde se fabrican muñecas que llenan la calle con miradas asombradas e infantiles. Hay una escultura de Ivo Andric que lo representa absorto leyendo un libro, tal vez para salvarnos por la literatura.
En una zona de césped, junto a la calle principal, hay una mezquita ligera como una casa de juguete, la mezquita Hadji Ali. Tiene un minarete que parece un bolígrafo para escribir poesía más que doctrinas. Tiene una torre del Reloj a la que abraza un árbol apasionadamente. Tiene unos pabellones verdes con cenefas amarillas que niegan todo fanatismo, que afirman la gracia y la vida.
Y hay una fuente con una cúpula que parece una fiesta del agua, una celebración del agua. El agua está por todas partes como la vibración y la vida, aligerando los pasos , dando levedad a las piedras. Las aguas del Manantial Azul desembocan en el río Lasva. Travnik fue muy poderoso, fue el rostro de la Sublime Puerta ante Occidente con su visir y su castillo. Pero ahora es leve y nos hace una invitación a la levedad y a la vida.