La reconquista, de Jonás Trueba
Jonás Trueba, joven pero ya con una larga carrera a sus espaldas (Todas las canciones hablan de mí, Los ilusos y Los exiliados románticos) es el último vástago de una familia de directores. Imagino que Fernando Trueba puso a su hijo el nombre de Jonás pensando en Alan Tanner. Su hijo, aquejado de cinefilia, bautiza con el nombre de Olmo (Novecento) al protagonista de La reconquista que figuró en Sección Oficial del Festival de San Sebastián tan sumamente irregular este año.
El reencuentro de dos jóvenes, Manuela (Istaso Arana), que vive en Buenos Aires y está unos días de paso por Madrid, con Olmo (Francisco Carril), que a los quince vivieron su primera historia de amor, dará lugar a una noche larga que comparten entre copas, castañas en la calle (es Navidad), el concierto del padre de ella en un bar y bailes de salón en un local.
Planos estáticos eternos, diálogos impostados, secuencias de canciones para consumir minutaje, pobreza absoluta de planificación, intérpretes poco dotados para lo que se espera de ellos y un guion sin sustancia que no cuenta nada es el poco positivo bagaje de este film de un aburrimiento abisal. La levedad de La reconquista es aplastante como leve, inane, su pareja protagonista que consume su tiempo hablando de nimiedades en plano fijo inacabable. Jonás Trueba no tiene ni la gracia de Woody Allen, maestro en este tipo de historias, ni la profundidad de Eric Rhomer. La reconquista es el vacío absoluto.