Semana Negra tras Semana Negra: de 1988 a 2016
Año tras año, mi cita con la Semana Negra, la madre de todos los festivales de novela negra que se celebran en España, la única semana que, en vez de siete días, tiene once, es ineludible, figura ya en mi agenda. Soy de los afortunados, que, por una serie de circunstancias (tener dos novelas negras, premiadas, Tigre Juan y Azorín, y publicadas en la mítica colección de novela negra Etiqueta Negra de Silverio Cañada y Paco Ignacio Taibo II), estuvo en esa primera Semana Negra de Gijón hace ya una eternidad, en 1988, la que se celebró en el muelle del Musel y contó con 60 autores invitados que contendían en cuadriláteros de ring. Allí estaban, junto a Juan Madrid, Andreu Martín, Manolo Vázquez Montalbán, Julián Ibáñez, Fernando Martínez Laínez y Francisco González Ledesma, nada menos que Donald Westlake (sí, el de A quemarropa), el francés Thierry Jonquet con su Tarántula a cuestas y el ruso Yulián Semiónov con su aspecto de agente de la KGB. Luego, tras un período largo de ausencia, volví a figurar en esa troupe de escritores que acuden un año sí y otro también desde el año 2001, de modo que si algún año no me invitan me siento muy frustrado, niño castigado sin patio de recreo.
En la Semana Negra de Gijón lo lúdico y lo laboral, si entendemos como laboral el placer de la escritura y todo lo que le rodea, (esas tertulias literarias que se inician en las carpas y acaban luego, entre vasos de whisky, ron con cola o gintónics, en la terraza del hotel Don Manuel, el otro epicentro de un festival que ha recorrido diversos escenarios de Gijón pero se ha mantenido fiel a ese hospedaje), se entremezclan en un exitoso maridaje. La literatura negracriminal lo impregna todo en esos once días que empiezan cuando el tren negro arranca de la madrileña estación de Chamartín, sigue en las sobremesas tras las pesadas digestiones de esas fabadas de las que uno no se priva, pese al calor, rematadas por cremosos arroces con leche, y se prolongan hasta altas horas de la noche. El escritor, uno de los oficios más solitarios del mundo, deja por un momento la vida monacal de su estudio para intercambiar experiencias, anécdotas y proyectos con colegas a los que sólo ve gracias a la Semana Negra. La subsección vasca, imprescindible en el festival, se baña en las playas de Gijón; los meridionales, acostumbrados al Mediterráneo, no somos tan valientes. Cuando vienen los caribeños (este año habrá cubanos y venezolanos), al anochecer, el baile a ritmo de son es ineludible, pero yo soy de sidra y pincho de tortilla de patata, sentado y escuchando. Los tiempos de las tertulias alcohólicas en el Don Manuel, que duraban hasta que amanecía, pasaron a mejor vida, son cosa de jóvenes. Mi dipsomanía, año a año, se va moderando y la tónica vence a la ginebra en la copa ancha con hielo y rodaja de limón.
El año pasado fui con un libro de relatos negros llamado Marero (Ediciones Contrabando, 2015) que fue presentado por mi amigo y colega Carlos Salem que parecía salido del relato que encabezaba la antología. Eran las cinco de la tarde y el sol caía sobre la jaima de A Quemarropa mientras José González Cabolugo, amigo de Gijón al que conozco gracias a la Semana Negra, me inmortalizaba con su cámara como siempre. El escritor pirata que escribe en arguiñol y tiene voz rasposa es otro de los habituales junto con Fernando Marías, al que, precisamente, conocí en una Semana Negra con su inseparable Juan Bas, el maestro de la literatura de humor que ha montado su festival de humor Ja en Bilbao. Me gustaría ver este año a los tres. Tomar un agua de Vichy con Fernando Marías, un Lagavulin con Juan Bas y una cerveza con Carlos Salem. En 2014 había ido con Te arrastrarás sobre tu vientre. Años atrás con La Frontera Sur. Escribir para estar en la Semana Negra, para saludar a Juan Madrid, en plena forma gracias a ese saco de boxeo que golpea en Salobreña; charlar con José Javier Abasolo, que, libro tras libro, crece en lo literario; decirle al maestro de la literatura quinqui Paco Gómez Escribano lo mucho que disfruto, y me río, con sus Yonqui y Manguis; comentar con José Carlos Somoza los alucinados argumentos de sus novelas.
Podría decir que me he hecho mayor con la Semana Negra de Gijón, que nací, literariamente hablando, en ella, y que allí me di, hace nada menos que 28 años, mi bautismo negrocriminal con El cadáver bajo el jardín y Barcelona negra que se siguen vendiendo a precio de saldo en la carpa de las oportunidades. En 1988 era joven promesa del género y me codeé con algunos colegas que, por desgracia, ya no me pueden acompañar en charlas informales y tertulias como Manuel Vázquez Montalbán o Francisco González Ledesma, con los que me reúno cuando los leo.
En esos 28 años de asistencia discontinua al festival de festivales, saludar a Paco Ignacio Taibo II siempre es un placer que lleva en sí mismo la nostalgia por el tiempo pasado. El pinche cabrón se conserva bien, metido en una solución de Coca-Cola (algún día alguien hablará de sus trapicheos cuando Pepsi-Cola pasó a ser patrocinador del festival, pero eso forma parte de la crónica negra del evento) y suele pasear anónimamente por el festival que creó, mientras del joven que fui yo no queda ni rastro. A mis sesenta y cinco años, que muy pronto cumpliré, he perdido la inocencia pero he ganado en sabiduría, eso dicen, y me he hecho más duro, incluso en mis libros, mucho más feroces que cuando era un treintañero. El escritor es el único ser que vadea con cierta fortuna el paso de los años hasta que el Alzheimer lo deja fuera de combate. Pero, de ser el más joven en el evento, ahora soy de los veteranos. Antes solía conocer a casi todos los autores patrios invitados; ahora hay tantos jóvenes valores, llenos de ilusión y talento, que escriben en clave negra, que ya me siento un poco patriarca. Ellos son el paradigma del futuro y la renovación del género.
Año tras año, cuando me despido del hiperactivo Ángel de la Calle, el hombre que pilota con entusiasmo este barco asturiano desde que Paco Ignacio Taibo II bajó del puente de mando, siempre le manifiesto mi deseo de estar en la próxima edición, y que escribiré un nuevo libro sólo con ese propósito. No sabíamos, ni él ni yo, que en este extraño 2016 iba a publicar cinco novelas, dos genuinamente negrocriminales (Cazadores en la nieve y Mala hierba), las otras tres (El hijo del diablo, Ascenso y caída de Humberto da Silva y El sabor de su piel) rozando el género, y que además iba a desembarcar como director de una nueva colección de novela negra, La Orilla Negra, que se presenta en el festival de Gijón.
Este año, como el pasado, y el anterior, y el otro, buscaré a una chica morena y con el pelo rizado con la que pasé en 1988 una noche en la playa, seguro de no encontrarla. También por eso voy a la Semana Negra.