Un amor de verano, la reivindicación del amor femenino
Por Ana María Caballero
Como un torrente de emociones surge la apasionante historia de amor y reivindicación feminista entre Delphine y Carole en Un amor de verano (La belle saison), la última película de Catherine Corsini. Para la cineasta francesa, este trabajo ha supuesto una absoluta salida del armario – no por su homosexualidad abiertamente declarada, por supuesto -, sino porque el filme tiene mucho de autobiográfico, ha contado con el apoyo de su pareja, la productora Elizabeth Pérez y ha tenido que luchar por hacerse un -meritorio- hueco a la sombra de otros títulos fílmicos de similar temática e incluso, nacionalidad.
Ambientada en la década de los años 70, Un amor de verano retrata una época en la que la emancipación de la mujer, la homosexualidad y la segunda ola del movimiento feminista se dan la mano en una Francia que, a priori, siempre ha estado adelantada al aperturismo, sobre todo en el terreno sexual. Sin embargo, Corsini, a través de sus álter ego en la pantalla, las estupendas Izïa Higelin (Delphine) y Cécile de France (Carole), viene a poner de relieve la continua lucha de las mujeres por ganar espacio en el terreno público y en diferentes ámbitos como el económico, el sexual, el social y el afectivo.
Y es que precisamente Un amor de verano es, ante todo, – como no deja lugar a dudas la traducción del título en español -, una historia de amor entre dos mujeres pertenecientes a dos universos contrapuestos. Con suma delicadeza y grandes dosis de naturalismo Corsini entreteje la compleja salida del armario de una chica de provincias, sin más mundo más allá de su granja y que, cansada de no poder ser ella misma en su pueblo natal decide emprender el viaje a la gran ciudad: París. Allí se topa con Carole, una urbanita (aburguesada) que lidera junto a otras féminas los cambios que quieren para la mujer: La planificación familiar, la erradicación de la opresión patriarcal…
En ese contexto, lejano de ataduras y prejuicios, Delphine aprovecha para reivindicar su verdadera naturaleza, una exposición, al principio no compartida por Carole, quien sin embargo se deja arrastrar finalmente. Se inicia aquí un juego desigual, por otra parte, habitual en las relaciones afectivas, pero que aquí adquiere mayor relevancia por la condición homosexual de las protagonistas y la siempre compleja ruptura de prejuicios y cambios de mentalidad en dos entornos contrapuestos como son el mundo urbano y el rural.
Sin caer en el sentimentalismo, el mérito de Corsini radica en haber logrado ese perfecto equilibrio entre la pasional y fulgurante historia que viven las protagonistas con el trasfondo militante feminista que se cuela en aspectos de la cotidianeidad de la historia, como la eterna lucha en la igualdad salarial, sin que supongan un parche aleccionador hacia el espectador. Todo se desarrolla de forma realmente natural, como las escenas sexuales entre las actrices que destilan autenticidad, frescura y espontaneidad.
Así pues, Un amor de verano llega en un momento idóneo, al calor estival, en los días de la celebración por los derechos LGTB y con una resurgente fuerza pro feminista de la que se vienen haciendo eco muchas cabeceras mediáticas y manifestaciones artísticas. La película de Corsini no tiene nada que envidiar a La vida de Adéle, quizá la única película de temática lésbica, también francesa, que podría hacerle sombra en tan poco margen de tiempo. De hecho, la cineasta llevaba 6 meses trabajando en el guion de La belle saison cuando Abdellatif Kekiche estrenó aquélla en el Festival de Cannes. Pero, al contrario, Un amor de verano aporta ese prisma femenino, entendido éste en su mejor sentido, y logra transmitir lo efímero de esas pasiones vividas bajo el sopor veraniego, forzando a tener que hacerlo en la clandestinidad por el contexto social y moral de una época de revolución que hoy continúa.