Las ‘buenas artes’ de Juan José Sánchez Sandoval
Por Jose Rasero
“Lo bueno, si breve, dos veces bueno”, nos avisaba Baltasar Gracián. “Y aun lo malo, si poco, no tan malo”, añadía, no sin cierta retranca. “Malas artes” (Q–book. 2016), de Juan José Sánchez Sandoval, es, no lo duden, dos veces bueno, y no solo por lo fugaz. La calidad literaria también cuenta. Y tanto. En tan poco. Sus apenas 80 páginas constituyen una pequeña joya, uno de esos libros que, en palabras de Alicia Domínguez, “deben dejarse en la mesilla de noche como botiquín de auxilio para las heridas que la realidad provoca…”. De esos que conviene tener a mano.
“Malas artes” fue presentado el pasado 21 de abril en el Café Teatro Pay– Pay de Cádiz. Acompañaron a su autor las lecturas cómplices de Federico Sopranis, Pepe Pettenghi, Koki Sánchez, Paloma García, Pedro Pablo Hidalgo, Abderrahmán El Fathi, Eduardo Flores y Miguel Conde.
Días después pude lanzar a su creador estas dudas que me asaltaron tras mi atenta lectura de sus versos:
¿Hay que regar las flores, siempre, pese a los viandantes?
Mencionas uno de mis textos, “Plácida tarde”. Pues sí. Las flores estaban un poco mustias, las habíamos descuidado. Ya iba siendo hora de hacerlas revivir. Poco importa que las ancianas nos amenacen con sus paraguas o que la guardia urbana nos llame al orden porque mojamos a los paseantes que cruzan bajo el balcón. Yo pretendo seguir regando las flores (en la medida de mis posibilidades).
Estamos en un año muy dado a elogiar la locura, pero, como usted asegura en Malas artes, los locos se escupen y maldicen entre ellos. ¿Cómo resolvemos esto?
No estoy del todo de acuerdo contigo en que en estos tiempos se elogie la locura: lo que realmente se prima es la desfachatez. De cualquier manera, no utilizo el término “locura” en su acepción al uso. Lo utilizo como metáfora de un tipo de doloroso conocimiento que tiene como consecuencia la extrañeza del mundo y de lo convencional, una percepción aguda de la realidad que aboca a un sentimiento de marginalidad o no-pertenencia. Una suerte de iluminación no deseada pero inevitable. Una putada, vaya.
¿Qué nos queda, si perdemos el humor?
Entiendo que si me haces esa pregunta es porque has encontrado algo de humor en mi libro. Al componer los textos de “Malas artes” he procurado huir de la voz impostada, del afán de trascendencia, y acercarme a ellos con naturalidad. De ese modo era inevitable que se dejara traslucir mi forma de asumir la realidad y ¿qué puedo decirte? en ese empeño el humor juega para mí un papel fundamental.
El humor como forma de conocimiento, que nos ofrece nuevas formas de ver el mundo, generalmente desde una perspectiva poco común, y el humor como herramienta de comunicación, aprovechando el potencial de su impacto para transmitir mejor el mensaje, para llegar más lejos. En definitiva, seducir al lector con humor para luego helarle la sonrisa cuando el significado se abre paso.
¿A qué un Prólogo en obra tan breve?
Yo pensaba lo mismo. De hecho, jamás se me ocurrió acompañar “Malas artes” de un prólogo. Ha sido un poco fortuito. Lo ha compuesto Federico Sopranis, hasta hace poco director del departamento de Estudios Hispánicos de la Universidad de Houston (se jubiló el pasado febrero). Con Sopranis me une una larga amistad. Durante años lo he mortificado con mis composiciones y él, en cambio, ha sido lo bastante generoso no ya de no guardarme rencor sino de darme buenos consejos y hacer más que atinadas observaciones sobre mis escritos, observaciones y consejos que sin lugar a dudas los han mejorado. Para mi sorpresa, se ofreció a redactar un prólogo y apenas un par de días después ya me lo enviaba. Lo cierto es que conoce bastante bien mi trabajo. Él es una figura excepcional y no ha compuesto ni mucho menos un panegírico: me dedica algún que otro exabrupto (completamente merecido). Por mi parte, considero un varapalo de Federico Sopranis toda una mención honorífica.
La brevedad de la obra tiene fácil explicación. Este libro recoge todo el conocimiento que he acumulado durante mi vida, de manera que es lógico que apenas tenga 80 páginas y que la mayoría de ellas estén prácticamente en blanco.
¿Todo está en los libros?, ¿incluso la felicidad?
Que reconfortante sería que todo estuviera en los libros. Pero no creo que sea así. Ese “todo” al que haces referencia está en los demás, con su carga de sufrimiento y de deleite, aunque nos resulte penoso en la mayoría de las ocasiones. Los libros no dejan de ser compañeros de viaje en ese viaje hacia el otro. Por mi parte, a lo largo de mi vida siempre he mantenido con los libros la misma relación: si estaba muy contento corría a comprarme un libro y si estaba muy triste corría a comprarme un libro. Luego, cuando ya tenía el ánimo sereno, corría a comprarme un libro. Son una especie de viático en el trayecto de la búsqueda de la felicidad.
Para finalizar, hablemos de oficios y poesía. ¿Hay poesía en la edición? ¿Hay oficio en la poesía? ¿Oficios de poeta?
Considero la labor del editor, tarea a la que llevo dedicándome varios años, más cercana al trabajo del director de orquesta. El editor identifica una obra de calidad y se pone al frente de un equipo de profesionales (correctores, ilustradores, diseñadores, impresores…) con el fin de armonizar todas esas disciplinas en busca de la excelencia, siempre pensando en el lector.
¿Poesía en la edición? Procuro no emplear el término “poesía” en vano: demasiados “crímenes” se cometen en su nombre…
El autor
Juan José Sánchez Sandoval (Cádiz, 1966) Licenciado en Filología Árabe, ha completado sus estudios en Túnez, El Cairo y Rabat. Ha impartido clases en las universidades de Agadir, Tetuán y Cádiz. También ha sido Responsable Académico en Marruecos del Aula del Estrecho de la Universidad de Cádiz, desarrollando programas de cooperación internacional. Desde el año 2004 es director de Quorum Editores.
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