Paco Gómez Escribano, el quinqui de la novela negra española
Huele a muerte prematura, a alma podrida, a ruina persistente, a cloacas atascadas y a basura apisonada por el tiempo.
El barrio. El territorio. El escenario necesario que deviene personaje ineludible de la trama.
Continua Paco Gómez Escribano regalándonos por entregas esa novela épica de su barrio Canillejas, en la década de los 70, cuando hacía estragos la droga en España y se adueñaba precisamente de las zonas más deprimidas para dormirlas para siempre y esos muchachos que deambulaban por sus calles fueran víctimas fáciles de la heroína, un tema que el cine quinqui de la época, con las películas de José Antonio de la Loma, Eloy de la Iglesia y del mismísimo Carlos Saura, retrató con solvencia dejando un hueco en la literatura que Paco Gómez Escribano está llenando con sus novelas.
El autor de Yonqui y coautor de Lumpen, junto a Luis Gutiérrez Maluenda, ya tiene un territorio bien acotado en el que reina sin dificultad, el de la literatura quinqui. Cambia, eso sí, el punto de vista narrativo, la primera persona de Yonqui, por la tercera persona y el presente.
Pergeña sus historias corales Paco Gómez Escribano con maestría, gracias, sobre todo, a una enorme facilidad a la hora de componer sus personajes, a los que vemos en sus páginas, y a un oído extraordinario a la hora de reproducir la jerga de la calle. Las horas que permanece acodado en la barra de la taberna del Suso tienen ese buen resultado. Un buen escritor trabaja hasta cuando parece que no trabaja.
En Manguis, un policía corrupto hasta la médula, Luis Fores, frustrado por un ascenso que no ha conseguido, se alía con el capo del barrio, el Torre, para urdir el atraco a un furgón blindado. El Torre bebe un sorbo de su carajillo. Después enciende un pitillo que extrae de su cajetilla de Celtas cortos y le echa el humo en la cara, mirándolo como si el Mirlo hubiera orinado sobre la tumba de su padre. Lo que no sabe el policía es la clase de tropa que contrata el Torre para su golpe: prostitutas y yonquis.
Tiene Paco Gómez Escribano una especial habilidad para describirnos de forma muy vívida a sus estrafalarios personajes que surgen del submundo de las barriadas marginales y lo hace con eficacia narrativa, aderezando con anotaciones los descriptivos motes de sus personajes.
El Cabezón es algo mayor que su colega, bajo de estatura y con una cabeza demasiado voluminosa, sostenida por un apenas desarrollado cuello. Sin embargo, su mirada es torva y sus pupilas apuntan para arriba en vez de al frente.
El Pitufo está en la calle. Enciende un cigarro y otea el horizonte como una alimaña hambrienta. Una persona normal pensaría en tomar el Metro, un autobús, un taxi. Pero él no es un ciudadano modélico, ni siquiera una persona normal.
Al Rata ya le han quitado la escayola. Junto al Pitufo y al Cabezón, bebe a morro de una botella de litro de cerveza de el Águila en la misma puerta del garito. El Torre les saluda con un movimiento ascendente de mentón y entra. Va a pasar al almacén, pero el Mirlo les dice que no, que espere.
Paco Gómez Escribano recrea el día a día del barrio, las conversaciones de borrachos que tienen lugar en la taberna de El Mirlo, el epicentro o despacho, no ahorra descripciones sangrantes del basurero que es y adereza el relato con pasajes de humor sencillamente desternillantes que obligan a hacer una pausa para la carcajada.
La parroquia se carcajea enseñando hileras de dientes que habrían dado trabajo a un dentista durante al menos un año. La Mediometro va por el cuarto o quinto cliente y por el enésimo cuba libre.
Es despiadado Paco Gómez Escribano a la hora de caracterizar a sus personajes, al policía, por ejemplo. El inspector se queda dormido en el sofá y a las dos horas se despierta ahogándose en su propio vómito. Así hubiera ocurrido si no hubiera abierto los ojos a tiempo. Todavía está lo suficientemente borracho como para tener fuerzas e ir al servicio, así que desiste y vuelve a dormirse. Y cuando el despertador suena en la habitación se despereza. Además del vómito y el coñac esparcidos por el pijama, se ha cagado encima. Le entran arcadas del olor.
No le hace ascos el escritor madrileño a un sangrante naturalismo necesario para que el lector se haga una idea de en qué territorio sucede la novela.
En ese momento, una rata de tamaño considerable sale del receptáculo que utilizan los camareros para tirar los posos de café y trepa por la máquina hasta perderse por detrás, abriéndose paso entre las tazas y los vasos. Al mismo tiempo una serie de cucarachas pequeñas de color canela pugnan unas con otras en la barra para hacerse con los residuos de churros y tostadas.
Y recurre a la frase ingeniosa metida con naturalidad en el texto. El Mirlo atiende la petición con la misma presteza que una tortuga intentando ganar una maratón.
La literatura de Paco Gómez Escribano es un claro ejemplo de eficacia narrativa. Domina el autor el escenario, mueve por él a sus personajes descacharrantes, pero absolutamente creíbles, y avanza en la trama hacia el desenlace sin decaer. Hace ya tiempo que Paco Gómez Escribano dejó de ser un autor en ciernes para pasar a la categoría de consolidado. Manguis es un ejemplo más de ello. Y una cosa importante, y que no es nada baladí. El autor se lo ha pasado en grande batallando en su particular parada de los monstruos, y eso se transmite al lector.
Deja la lectura de Manguis, en cuanto se llega al final, la apetencia por una nueva entrega sobre ese barrio que Paco Gómez Escribano describe de forma tan descarnada como magistral y con un cierto cariño hacia sus personajes que no pueden ser mejores de lo que son. Y el barrio estaba lleno de talento para eso, hasta que el talento se pierde por los sumideros de la miseria de unas calles cuyo mayor eufemismo es llamarlas así. La calle; el territorio de la novela negra urbana; el dominio de Paco Gómez Escribano que retrata sin imposturas.
Esos héroes de la calle, que tuvieron, algunos, su efímera carrera en el cine, acabaron, sin excepción, con un pico en el brazo o un tiro en la cabeza. No les aguarda mejor fin en las novelas de Paco Gómez Escribano.