Los diez mil niños que se han escurrido por los sumideros de Europa
Por David Torres
La mayor parte de ellos entraron en Europa como mercancía, carne fresca para talleres clandestinos, venta de hijos adoptivos, tráfico de órganos y burdeles de menores… Un ejemplo de lo poco que nos importan los hijos de los demás.
Diez mil niños refugiados han desaparecido en Europa. Es una cifra desorbitante, pavorosa, pero tampoco demasiado inquietante porque se trata de niños pobres, niños anónimos, niños huérfanos. Niños abstractos, en suma. Europol, la Oficina Europea de Policía, ha alertado de la desaparición como si en vez de diez mil niños hubieran perdido, no sé, diez mil kilos de patatas o diez mil cigüeñales de la Volkswagen. No sé, a lo mejor me estoy pasando, porque con diez mil cigüeñales de la Volkswagen los responsables habrían tenido más cuidado.
Ocurre que aquí, por lo que se ve, no había ningún responsable. Ni la policía, ni las alcaldías, ni los gobiernos, ni mucho menos Bruselas. Dicen que muchos de esos niños han acabado con familiares suyos sin conocimiento de las autoridades, otros habrán sido adoptados a traición, pero la mayoría han caído en manos de una “infraestructura criminal paneuropea”, algo como la organización criminal Spectre de la última película de James Bond pero sin James Bond y sin película.
La crisis de los refugiados podría dejar a la Unión Europea con las vergüenzas al aire si no fuese porque la Unión Europea no ha dejado de enseñar las vergüenzas ni un solo día desde que se fundó. Ha quedado demostrado una vez más que eso de la Unión Europea y los derechos humanos son cosas que sirven para que los políticos se hagan fotos y los millonarios, banqueros y mercaderes negocios.
De hecho, la mayor parte de esos diez mil niños entraron en Europa como mercancía, carne fresca para talleres clandestinos, venta de hijos adoptivos, tráfico de órganos y burdeles de menores. Como si los diez mil niños se hubieran escurrido en masa por el sumidero de la historia europea, el mismo desagüe donde desembocaron Auschwitz o Srebrenica, siguiendo la melodía del flautista de Hamelin.
La noticia forma uno de esos titulares tan enormes que lo mejor es sacarlo en letra pequeña. Tan pequeña y tan pasajera como nuestra indignación al leerlo. Diez mil niños -un uno seguido de cuatro ceros- es una cifra redonda, tan redonda que hace pensar si se los habrán llevado a todos de golpe o bien a docenas, hasta que a algún funcionario de la Europol se le ocurrió que el número empezaba a pesar mucho, lo bastante como para dar la voz de alarma y avisar a la prensa. Sin embargo, algunos de los grandes diarios nacionales ni siquiera daban una nota en portada en su edición digital.
Hay una frase atribuida a Stalin que dice: “Un muerto es una tragedia; un millón de muertos es una estadística”. Lo mismo puede decirse de esos diez mil niños desaparecidos: son sólo una estadística, un uno y cuatro ceros, un ejemplo de lo manazas que somos los europeos y de lo poco que nos importan los hijos de los demás. Un solo crío con nombre y apellidos, incluso un perro perdido, puede desencadenar una búsqueda masiva, como Chencho, aquel benjamín de familia numerosa que se extravió en la Plaza Mayor de Madrid una nochebuena y por el que se desgañitaba el bueno de Pepe Isbert. Bienvenidos a Europa.
Fuente: El ventano