Reflexiones extemporáneas sobre don Quijote y Sancho Panza.
En plena celebración del 4º centenario de Cervantes y Sakespheare, se me ocurre que pueden ser pertinentes estas reflexiones sobre don Quijote de la Mancha y su escudero, el bueno de Sancho Panza. No sobre la novela (¿qué puedo decir yo a estas alturas?), sino sobre sus protagonistas. Intuyo que buena parte de su urgente actualidad obedece hoy, no a su calidad literaria, sino a lo que se hace y dice allí. Pues, como en toda verdadera creación, la vida parece haber cobrado fuerza y desbordado el terreno de la ficción.
Hace ya unos años, el profesor Gustavo Bueno intentó, muy oportuna y acertadamente a mi juicio, esclarecer la distancia que separa siempre, la ética de la moral. Mientras que el fin de toda moral (como de todo derecho), es la preservación y el bienestar material e inmaterial de un grupo concreto de hombres, el fin de la ética es siempre TODA la humanidad. No como un ideal abstracto, al alcance sólo de unos pocos «iluminados», sino como una presencia continua y perturbadora. Pues en todo grupo humano (familia, aldea, ciudad o nación), está siempre presente el conjunto de la humanidad. Esta humanidad tampoco es reductible al total de la población del planeta, sino que incluye algo que desborda todo tiempo y lugar, y que nos pone en íntima conexión con algo universal nuestro, desde nuestros antepasados del Paleolítico hasta los hombres improbables del futuro.
Pues bien, quien apuesta por la ética apuesta por la humanidad. Ello supone, las más de las veces, romper, desbordar los límites del grupo propio, y entrar en colisión con él. Así, apostar por la ética es en la mayoría de las ocasiones, un acto de «locura» y de fuerza, algo que va contra la moral y contra el derecho del propio grupo. Es lo que hace don Quijote al principio de la novela, cuando toma las armas enmohecidas de sus abuelos para acudir en defensa de los débiles y los maltratados de este mundo. Los débiles y los maltratados son siempre las víctimas de sistemas morales y legales establecidos, concretos. Una versión religiosa de esta ruptura enloquecida, en este caso en nombre de Dios y la humanidad y la Naturaleza como su obra, con el propio mundo de intereses y valores y costumbres, fruto siempre de la historia, es San Francisco de Asís.
Andando andando por esos caminos, Sancho Panza se va contagiando de esta locura ética de su señor, que ha antepuesto, embebido por la lectura de novelas de caballerías, la humanidad a los valores y realidades de su tiempo y su sociedad. Sancho Panza acaba por vivir en lo universal, que no hay que confundir con lo abstracto, y contra lo real, que tampoco hay que confundir con lo concreto. ¿Qué es entonces esa humanidad que llama a nuestra puerta continuamente, que nos seduce contra nuestros paisanos y sus valores, sus leyes, intereses, y costumbres, a cada paso? Es muy sencillo: es nuestro cuerpo.
Mi cuerpo es más antigua que yo. En su diseño, en su realidad y en su urgencia inaplazable, es mucho más antiguo que Francia, que Europa, con todos sus idiomas, leyes, culturas históricas. Mi cuerpo es el mismo que el del primer homo sapiens que vagó en sus cacerías por África, Asia, Europa, y es el mismo que el del hombre del mañana que acaso cumpla las pesadillas y los sueños de la Ciencia Ficción. Mi cuerpo es, en suma, la encarnación, palpable y concreta de la humanidad. Y en este sentido, no es tampoco el cuerpo de Carlos Almira, el de ninguna persona concreta, sino una suerte de reliquia y de promesa, una apuesta flagrante contra el mundo entero, con sus códigos morales y sus leyes estrechas, que se pretenden falsamente, universales.
Quien apuesta por el cuerpo humano, apuesta pues, no sólo por la humanidad y contra la historia, sino por todos los cuerpos de los animales y las plantas, en sus bosques, montañas, ciudades y vidas que son inseparables de aquél, lo único concreto que existe: por el cuerpo del perro, del árbol, de la piedra, donde se repiten y resuenan los mundos de nuestros ancestros cazadores, de nuestros contemporáneos desconocidos, de nuestros sucesores improbables. El bien del cuerpo rara vez coincide con el interés y el bien del grupo ni del Estado, ni siquiera de la «Comunidad y el Derecho internacional», por más que estos se proclamen y se pretendan éticos y universales. Pues Estado y sociedad, y comunidad de naciones, por definición, están siempre encerrados, dentro de sus leyes y sus códigos morales, esto es, dentro de la Historia. Si ahora mismo me embarcara en un viaje al pasado remoto, todas las cosas que hay en esta habitación, materiales, y todas mis cualidades inmateriales (lengua, creencias, etc), desaparecerían. Lo único que permanecería sería mi cuerpo desnudo. Apostar por la ética es esto. Esto es lo que hace, en su locura, don Quijote, y a lo que se va sumando poco a poco, Sancho Panza. Quien opte por la ética, por la humanidad, será perseguido, incomprendido y rechazado por su tiempo, por sus contemporáneos. Pero será también, imperecedero como don Quijote y Sancho Panza, como las estrellas.