Vigo, donde sueña Julio Verne
Por Antonio Costa
Fotos: Consuelo de Arco
Ustedes pueden ir a Vigo a encontrarse con Julio Verne. En Vigo hubo un castro celta desde donde se dominaba el Atlántico. En la Puerta del Sol está el Sireno, una obra alucinante de Francisco Leiro. Apenas sabía hablar, pero tenía una creatividad prodigiosa con las manos, y yo fui el primero que escribió un artículo sobre él. Una vez forré un libro prestado y él pintó el forro en una taberna, y después devolví el libro con el forro, y ahora ese forro tal vez valdrá miles de euros. Otra vez lo encontré con una cabra en los brazos en Villagarcía, le pregunté donde iba y me contestó : “Voy al casino de La Toja, porque no sé qué hacer con el dinero”. En el Museo de la Ciudad hay obras de Luca Giordano, de Brueghel, de Teniers . Frente a la ría esta un islote que aparece en un bellísimo poema de la Edad media : “Estaba yo en la isla de San Simón / y me rodearon las olas que grandes son / y yo esperando a mi amigo/ y yo esperando a mi amigo”. El trovador Martín Codas hablaba de amor con las olas : “Olas del mar de Vigo/ ¿Visteis a mi amigo?/ ¿Sabéis si vendrá pronto?”. Las escalinatas mecánicas que suben hacia el Castro recuerdan a las de Hong Kong aunque no sean tan fílmicas.
En la escasa parte antigua hay pequeñas cantinas y olor a pescado y casitas de piedra. En las avenidas de la parte nueva hay obras art nouveau y atrevimientos de hace un siglo. En la calle Príncipe estaba la gran librería Bertrand de Portugal que deslumbró a todo el mundo con sus cinco pisos hasta que desapareció en el aire ( uno de los dueños, un tipo que compartía buhardilla conmigo en Compostela, que se casó con una familiar de Gulbenkian, recibía propuestas de las fuerzas vivas de Europa y poco después andaba por las tabernas escapando de los teléfonos). En el tren se puede bordear el Atlántico de Portugal hasta Oporto y si uno quiere seguir borracho de vino blanco hasta Lisboa. Debajo del puente de Rande hay un tesoro hundido en el cieno que venía en galeones desde América y hundieron los piratas.
En el puerto está Julio Verne sentado soñando encima de un pulpo con los tentáculos desplegados. Y nos recuerda cuando escribió de todos los mares y de Miguel Strogoff y de viajes fuera de la Tierra. Verne visitó la ciudad a principios del siglo XX. Años después se acercó en barco y quedó alucinado Ernest Hemingway. Y en Vigo Alvaro Cunqueiro pergeñó los viajes de Simbad desde un pueblo gallego hasta el mundo entero.
Estuve unos días en Vigo bajo la lluvia, me alojé en el Hotel Náutico con decoración de barcos, al lado mismo del puerto, y bebí en La Goleta British Pub con sus rockeros y sus linternas. Y ver a Julio Verne me recordó un montón de viajes mentales y apasionados de mi infancia. Cuando la literatura me hacía vivir intensamente, me llevaba a infinidad de lugares, me otorgaba innumerables experiencias. Cuando escuchaba con mi tía por la radio, dejando toda otra actividad, “Un capitán de quince años” o “Los quinientos millones de La Begum”. Verne era para mí todo el poder de la literatura, el darme plenitud, el arrancarme de todos los aburrimientos, el hacerme concebir mil mundos. En esa misma época soltaba cáscaras de nuez en la bañera para imitar los barcos de Jonathan Swift que surcaban los mares. Para mucha gente la literatura tiene que ser una cuestión académica, un montón de palabras hinchadas, algo que respetamos pero no leemos. Para mí era la noción misma de la vida.
Verne era de Nantes, otra ciudad marítima, donde se fabrican barcos, donde se confeccionan las galletas Lu, donde está el museo Julio Verne. Que perteneció a Bretaña, que es parecida a Galicia, donde está el castillo de los duques de Bretaña. Que fue atacada por los vikingos como Vigo, que recibió cargamentos lejanos como Vigo. Allí hay un elefante mecánico que se inspira en los viajes literarios de Julio Verne y hay una estatua de Verne con sus lectores apasionados debajo.
Verne se fue con sus palabras al mundo entero. Recorrió veinte mil leguas de viaje submarino (y por cierto el capitán Nemo, cuando necesitaba dinero, acudía al tesoro de Rande). Me llevó por todo el antiguo imperio ruso, a través de innumerables culturas tan vivamente descritas. Me llevó a la misma Luna. Me hizo dar la vuelta al mundo en ochenta días ( y ahora ya no puede hacerse, con las malditas burocracias, y guerras, y fanatismos, lo supo bien Manuel Leguineche cuando intentó repetirlo). Me llevó a islas desiertas y me guió por los fiordos de los Balcanes. Dicen que es un adelantado de la ciencia. Yo creo que es el poder de la literatura, la magia de las palabras.
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