Sylvia Townsend Warner: bailar por puro placer

 

Por José de María Romero Barea

48El diario de Sylvia Townsend Warner (Harrow on the Hill, Middlesex, 1893) abunda en anécdotas de su infancia; sus desventuras en los márgenes del grupo de Bloomsbury; el episodio en la década de 1930 en que conoció y se enamoró apasionadamente de Valentine Ackland, ambas escritoras y lectoras ávidas; sus largos tramos de infelicidad hasta su ruptura tras la Segunda Guerra Mundial (justo antes de su estallido, Ackland había comenzado una historia de amor con Elizabeth Wade White). En esos momentos, el diario se interrumpe, y no vuelve a ser retomado hasta años después, por lo que los momentos más dolorosos no se registran: “Una no debería escribir en su diario sino lo que desea recordar para siempre”, señala en 1930. Unos años más tarde: “Feliz el día cuya historia aún no ha sido escrita”.

Cuando ST Warner murió en 1978, dejó tras de sí una literatura de excepcional riqueza y variedad. En una carrera que había durado poco más de medio siglo, había llegado a ser una musicóloga notable, una poeta admirada, cronista y escritora de cartas, periodista política, traductora ocasional y biógrafa, además de una prolífica escritora de cuentos. Autora de siete novelas notables, de las cuales Lolly Willowes (1926) fue la primera y más famosa, su inteligencia se tradujo en una ficción incomprendida y difícil, diríase de culto; se trata, sin duda, de una de las autoras británicas más admirada y menos leída de los últimos 100 años.

La vivacidad, la precisión de su prosa, es obvia, pero lo que realmente asombra es la forma en que ST Warner experimenta en su diario con las reglas no escritas del género. La excentricidad es a menudo la insignia de su escritura. Una tarde, se encuentra bailando a solas una sonata de Beethoven, a punto de cumplir 65 años, y se pregunta si “no será ésta la última ocasión de bailar por puro placer”. Son estas elisiones inesperadas, estos lapsos de tiempo y locuciones peculiares, los que convierten la lectura de estos dietarios en un placer. El resultado es auto-consciente, deliberadamente literario. Sus alusiones, flagrantes o tejidas de forma invisible, van desde Proust a Empson, y la profusión de recursos literarios y visuales ayudan a crear una realidad que es a la vez creíble y artificial. El ejemplo más notable de esto ocurre en 1970, cuando el diario describe el reencuentro del ultratumba tras la muerte de Ackland: “Cogí de nuevo su mano … Era ella. Es ella”.

La revista británica Slightly Foxed dedica su número de invierno de 2015 a restablecer la reputación de la autora británica al incluir entre sus páginas una reseña de sus diarios firmada por Jonathan Law. Leyéndola, es un misterio que la autora siga siendo poco apreciada en las islas (y desconocida en España), un hecho que desconcierta, frustra y llena de secreta satisfacción a los que hemos tenido oportunidad de leer esta exigua muestra de su prosa, que inspira un profundo e inmediato sentimiento de identificación.

 

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