Schopenhauer. Estilística del pesimismo
Por Leo Castillo:
La elegante eficacia de su pensamiento saludado como “pesimismo profundo”, halla descomedida sanción en los campos de concentración nazi, en el otro holocausto a que los judíos someten a Palestina como en la pomposa sevicia del paramilitarismo de Estado en conflictos latinoamericanos: “Más de un hombre sería capaz de matar a un semejante, simplemente para lustrase las botas con la grasa del muerto”, escribe. He dicho elegancia, solvencia de estilo, toda vez que por sus virtudes literarias Die Welt als Wille und Vorstellung (El mundo como voluntad y representación, según él mismo su Haupwerk, “gran obra”─ la que, por cierto, resultó un rotundo fracaso editorial. La tirada de apenas ochocientos ejemplares fue en parte reciclada y todavía nueve años después quedaban ciento cincuenta ejemplares en los depósitos de la editorial Brockhaus), tasada como una de las cumbres de la lengua alemana de todos los tiempos, ha merecido de Safranski la exaltación de Schopenhauer a la jerarquía de “mejor estilista entre los filósofos del siglo XIX”. Susana Aguiar, habiendo dicho “curiosamente parece haber tenido más influencia sobre la literatura que sobre la filosofía”, sentencia con una “agudeza” poco menos que frívola y espuria: “es machista a grado tal, que parece increíble en un ser intelectualmente brillante. Sus frases contra la mujer no pueden tomarse más que con humor, perdonarse y dejarlas pasar.” Esta mujer responde como mujer (respuesta de género), no como consciencia universal capaz de une idée generale, tal como cabría esperarse de un juicio, de una sentencia, mejor, acerca de semejante pensador o de todo asunto que demande alguna probidad intelectual. A esta distinción de maneras parece aludir Borges cuando dice, no sin alguna brusquedad, a Bioy Casares que “la inteligencia no está en lo que las personas dicen (…) Todo el mundo dice las estupideces de Schopenhauer.”
La vida de Schopenhauer –“un auténtico hombre adinerado”[i], por cierto [más adelante me detendré en este aspecto]- estuvo particularmente signada por el desencanto: su padre se suicida cuando Arthur (Danzig, Gdansk, 22 de febrero de 1788) cuenta sólo siete años de edad. A los veinte abandona carrera de Comercio por estudios literarios. En 1811 se traslada a Berlín -dos años-, donde sigue los cursos de Fichte y Schleiermacher, tan considerados entonces, y que no consiguen más que decepcionarlo. Matriculado en Filosofía, sigue cursos de Filología clásica y de Historia, además de varios cursos de Ciencias Naturales. Su tesis, que le vale el título de Doctor por la Universidad de Jana, se titula Über die vierfache Wurzul des Satze vom zureichenden Grunde (“Sobre la cuádruple raíz del principio de razón suficiente.”) Poco después lo tenemos de regreso en Weimar con su madre Johanna Henriette (extrovertida, jovial, reaccionará contra la hosca misantropía precoz de Arthur, como veremos) organiza notables soirées literarias, y es aquí donde Schopenhauer conoce a Goethe, siempre admirado entre otras ilustres sombras: Homero, Shakespeare y escritores de nuestro Siglo de Oro, especialmente a Gracián, a quien traduce al alemán. También a Wieland y Friedrich Majer, orientalista, así que entra en contacto con la filosofía hindú -doctrinas brahamánicas y budistas: “nosotros los budistas”, declara en carta a su hermana Louise Adelaide Lavinia.)
La relación con su madre discurre por dramáticos rápidos y se precipita en acantilados que podemos seguir gracias a cartas conservadas que ésta y Louise Adelaide le dirigen. Recorreré un poco el curso de estas agitadas corrientes. Escribe Johanna Schopenhauer, su madre:[ii]
El hecho de que no te sientas a gusto en el mundo y en tu propia piel me asustaría si no supiera que eso le pasa a cualquier chico de tu edad a quien la naturaleza no lo haya destinado de por sí a ser insensible. Pronto te sincerarás contigo mismo y entonces el mundo será de tu agrado, con tal que sepas mantenerte en paz. Desde luego, mi querido y pobre Arthur, para ti desde tu aislada posición, la transición a la vida real te resultará más difícil que a otros (…) precisamente te hago falta ahora cuando más necesitarías a alguien a quien pudieras dirigirte con plena confianza; pero eso no se puede remediar, ten paciencia, vendrán días más hermosos (…) en el nuevo mundo que se abre ante ti aún no sabes orientarte, vacilas y no sabes muy bien a qué lugar perteneces. Todo eso cambiará, tu malestar desaparecerá y vivirás alegre y con ganas. (Marzo, 1807)
Pero nada de esto cambia. No según la expectativa materna expresada aquí, cuando Schopenhauer cuenta 19 años de edad, sino que el pesimismo se ahonda en sombría lucidez, en enfermedad: de hecho a su madre la inquieta la “lúgubre fantasía” de su hijo, y teme: “Tu enfermedad me preocupa; te pido, por favor, que te cuides. Por cierto, ¿en qué consiste tu malestar? ¡El pelo canoso! ¡Una barba larga!” (Marzo, 1832.) La preocupación delata el temor de que, como su padre, su joven hijo se quite la vida. El tono evoluciona de preocupación a advertencia: “No te enfurezcas y no tomes ninguna decisión grave precipitadamente que me obligue a dejarte en la estacada.” Y ese mismo mes le escribe. “Todo lo que me cuentas sobre tu salud, tu miedo a la gente y tu siniestro estado de ánimo me intranquiliza mucho más de lo que pueda y deba decirte.”
Johanna Schopenhauer habla de la naturaleza sombría y del carácter “espantosamente desconfiado” de su hijo.
La correspondencia con su madre se interrumpe durante 24 años. En una carta antes del definitivo silencio epistolar (que ocurrirá en 1918), sus relaciones han contraído este cariz: “La puerta que ayer cerraste tan fuertemente después de tu escandaloso comportamiento con tu madre se interpondrá para siempre entre nosotros. Ya me he cansado de soportar tu comportamiento; me voy al campo y no volveré a casa hasta que no sepa que estás fuera de ella”… y aquí mismo “tu desconfianza, los reproches que me haces respecto a mi vida y la elección de mis amistades, tu despectiva actitud frente a mí, el desprecio que muestras por mi género, tu declarado rechazo a hacer algo que pueda alegrarme, tu avaricia, tu mal carácter que dejas salir sin el menor respeto a mi presencia, éstas y muchas cosas más hacen que me parezcas muy malvado, todo ello nos separa, si no para siempre, sí al menos para el tiempo necesario hasta que vuelvas a mí arrepentido y corregido; entonces te aceptaré benévola: si sigues siendo como eres ahora, no querré volver a verte nunca más” (1914.)
Todo indica que Arthur no volverá a ella arrepentido y corregido. La carta es presumiblemente de mayo. En noviembre 24 de este año, sin embargo, remite ella: “Escríbeme tan solo cuando sea necesario, y ahora mismo, me parece, no es el caso.” Todavía en 1917, diez meses antes del prolongadísimo silencio (24 años, creo haber dicho), el 5 de marzo, tenemos de ella: “En tu última carta, te permitiste un tono contra mí que me llevó a la decisión de no desperdiciar ninguna gota de tinta más en ti.”
Su madre, que lo perfila en sus cartas como desconfiado y suspicaz, muy avaricioso, alcanzaría a desheredarlo tres veces (1823, 1830 y 1837: Johanna muere en 1838); sin su permiso, Johanna Schopenhauer, en 1810, presta a Carl Friedrich Ernst Frommann un pagaré que pertenece a Arthur…
Hay hombres a quienes el dinero sólo les importa en cuanto medio para la consecución de un eminente propósito; para la inmensa mayoría, escuetamente es el fin apetecido. Séneca dice que los bienes materiales encuentran abiertas las puertas de su casa, pero no las de su corazón.
Recuerdo venir de decir que Schopenhauer ha sido un hombre económicamente boyante. Veamos lo que observa él mismo a este propósito: “Es una ventaja incalculable poseer en cuanto a bienes domésticos tanto cuanto sea necesario para vivir cómodamente, aunque sólo sea para sí mismo y sin tener familia, con verdadera independencia, a saber, sin la obligación de trabajar.”[iii] El filósofo puede jactarse de alcanzar con creces esta liberación de “la obligada servidumbre (…) de ese destino natural de los hijos de la tierra”[iv] gracias a cierta habilidad financiera.
Con la de su madre y la de su hermana Adelaide la fortuna de Arthur Schopenhauer, invertida en negocios de la firma Muhl de Danzig, se desvanece con la quiebra declarada de ésta. Mientras que a la madre y la hermana del filósofo les queda apenas un cuarto de sus bienes, él se precia y saboreaba en carta a Osann, un viejo amigo, poco menos de tres años después de la bancarrota:
Primero que todo he de decirte que los serios planes, lentamente madurados, para recuperar mis tesoros robados, de los que le hablé a usted en momentos de amistoso esparcimiento, han fructificado por completo: todo se desarrolló exactamente según mis cálculos; los bienes antes transformados en papel para encender la pipa han vuelto a su estado original y han resucitado floreciendo con la esplendorosa abundancia de los intereses legales vencidos que tanto tiempo habían guardado ocultos en su seno. ¡Oh, amigo, qué espectáculo! Me digo: “Tan solo hay que saber comportarse adecuadamente”, y me ajusto el nudo de la corbata.[v]
Manfred Wagner (2008) calcula en 21.000 táleros o 31.500 gúldenes la herencia que deja Schopenhauer, lo que (2011) equivale a unos 1.5 millones de euros.
A partir de 1833 Arthur Scopenhauer vive retirado en su mansión (sucesivamente en dos casas) del “chismoso” Frankfurt del Meno, según esto una aldea poco distinta de alguna ciudad provinciana contemporánea del Tercer Mundo, hasta su muerte el año 1860 -27 años de respiración reconcentrada: “para los frankfurtenses Frankfurt es el mundo, lo que se halla fuera de su ciudad está fuera del mundo. Es una pequeña y cateta nación de abderitas, rígida, intrínsecamente bruta y engreída como municipio, a la que no me acerco de buena gana. Vivo como un anacoreta y únicamente para mi ciencia.”[vi] No ha, pues, de sorprendernos que largara su desengañado “los hombres nada significan para mí, en ninguna parte.”[vii]
Por cierto, el farrista optimismo no ha aportado gran cosa a la estética.
El mundo como voluntad y representación, escrito durante los cuatro años que vive en Dresde, concluido el manuscrito en 1818, aparece en diciembre de este año, pero con fecha de 1819.
Entonces viaja por Italia y, de regreso en el verano de este año, es admitido como profesor en la Universidad de Berlín (su examen de habilitación estaría marcado por su confrontación con Hegel,“filosofastro”, le llama; también “un osado emborronador de cuartillas sin sentido”, que se halla en el tribunal.) Inicia como Privatdozent en marzo de 1820. Su labor en los claustros no dura sino seis meses, habiendo intentado infructuosamente volver a la docencia.
En 1831 huye de la epidemia de cólera, la misma que cobra la vida de Hegel, a Francfort, donde, recluido los veintiocho restantes años de su vida, permanece quince sin publicar. Respecto de la presentación de su memoria Sobre el fundamento de la moral, cabe destacar que, indignada por sus invectivas contra Hegel y Fichte, la Sociedad Danesa de Ciencias declara desierto el premio. Sólo hasta 1851 Parerga und Paralipomena. Kleine philosophische Schriften (en griego parerga, obras accesorias; paralipomena, suplementos o apéndices; para su biógrafo Rüdiger Safranski “escritos secundarios” y “cosas pendientes” o, según Schopenhauer mismo, “pensamientos dispersos, aunque sistemáticamente ordenados, sobre diversos temas”), constituyéndose en su primer libro de rápida y amplia repercusión propicia al fin su consagración y gloria definitivas.
En tiempos de realismo (bien que Abate Prévost ya ha dado a conocer -1731- la precursora Manon Lescaut) Schopenhauer cree en la novela sicológica. Su obra, de una insobornable franqueza conceptual, cree en la vigencia de la pesadumbre. Suele, como tengo dicho, rotularse su obra bajo el marbete de “pesimismo profundo.”
[i] Parerga und Paralipomena (citado en Arthur Schopenhauer– El arte de sobrevivir, pág. 27; Herder, edición de Ernst Ziegler; trad. José Antonio Molina Gómez.)
[ii] Ib.
[iii] Vid. El arte de sobrevivir, Herder, Editorial, L.S., Barcelona, 2013, p. 28.
[iv] Ib.
[v] Op.cit., p. 32
[vi] Op. Cit., p., 14
[vii] Ib.