Una gran historia fallida: 45 años
Buenos planteamientos no son siempre garantía de buenas películas. El planteamiento de 45 años es ejemplar. En vísperas de la fiesta que va a preparar Kate (Charlotte Rampling) para festejar con su familia y amigos los 45 años de matrimonio (los cuarenta no los pudieron celebrar por un ataque cardíaco de su cónyuge), su marido Geoff (Tom Courtenay) recibe una misiva de Alemania comunicándole que, gracias al deshielo de los glaciares motivado por el cambio climático, han encontrado el cadáver de su primera novia Katya, despeñada cuando hacían una travesía por los Alpes suizos cincuenta años atrás, cuando ambos eran unos veinteañeros amantes de la montaña. Esa carta agita la, hasta ahora, apacible (y diría que aburrida) vida conyugal de esa pareja de septuagenarios y enciende en Kate unos celos retroactivos a medida que comprueba que Katya era más que una amiga y compañera de excursiones de Geoff, la mujer de su vida.
Quién espere encontrar una reedición de Amor de Michael Haneke (yo mismo al empezar la película) se va a llevar una soberana decepción. Quién crea que Andrew Haigh va a ir por el tremendismo romántico con un Geoff rememorando de forma obsesiva el amor con esa muchacha en su juventud, va a salir defraudado. Quién crea que Geoff va a coger un avión, ir a Suiza y recuperar el cadáver incólume de su amada (hay un apunte interesante que podría haber dado mucho juego: Geoff dice que Katya permanece congelada en su juventud y él ha envejecido irremisiblemente, y eso lo inquieta), más de lo mismo.
Andrew Haigh (Harrogate, Reino Unido, 1973) parece que dude por alguno de esos tres giros argumentales, que habrían infundido dramatismo en el desarrollo de la historia, y, sin embargo, los rechaza tras plantearlos, y de hacer una buena e interesante película aboca el relato hacia un insípido drama de geriátrico con personajes con escasa vitalidad en su ocaso. Kate renace algo con sus celos; Geoff está aplastado por su estado físico.
Una película centrada en los celos irracionales de Kate hacia el fantasma de Katya y resucitando el amor de Geoff por su antigua amante, habría tenido garra. El director británico, lejos de crear conflicto en esa pareja que lleva 45 años casada y en la que aparece ese fantasma del pasado para perturbarla, dirige su historia hacia un final feliz. Una realización neutra tampoco ayuda a levantar los ánimos. Algún crítico despistado (la aceptación del film por parte de la crítica especializada es abrumadora, así es que el equivocado debo de ser yo seguramente) la ha comparado con Secretos de un matrimonio del gran Ingmar Bergman. Lo que en el director sueco era una disección de las miserias de la institución matrimonial con zarpazos (rematada muchos años más tarde en Saraband, su obra póstuma) en el director de Week End son suaves caricias.
Charlotte Rampling parece estar disfrutando de una segunda primavera, interpretativamente hablando, y ha recibido un sinfín de galardones por su papel de Kate. A la morbosa y delgaducha muchacha de El portero de noche le llueven papeles por todas partes, contradiciendo la idea de que la edad aparta a las mujeres de la interpretación. Tom Courtenay, el protagonista de La soledad del corredor de fondo, borda ese papel de un ruinoso, físicamente, Geoff, con algo de Alzheimer, Parkinson y carencias afectivas, que acaba prometiendo a Kate que no va a hacer más tonterías. ¿Una tontería enamorarse de la mujer de su vida y perderla?