Macbeth, el renacer de un clásico
Por Ana M. Caballero
El gran embajador de la literatura inglesa del siglo XVI, William Shakespeare, regresa a la gran pantalla con la nueva adaptación de una de sus tragedias más celebradas: Macbeth. Y es que parece que la historia del soldado que decidió traicionar al mismísimo rey de Escocia atrae constantemente al séptimo arte. Orson Welles, Akira Kurosawa o Roman Polanski han sido algunos de los que han empapado de la sangre que emana de los versos de este drama medieval. Esta última versión viene de la mano del cineasta Justin Kurzel (debutante con Snowtown, inédita en España) y la protagonizan dos actores en estado de gracia: Un majestuoso Michael Fassbender y una espléndida Marion Cotillard.
La obra, conocida alegoría sobre la traición y cómo la ambición puede cegarnos por conseguir el poder, narra la historia del barón de Glamis (Macbeth) quien en el campo de batalla recibe la profecía de tres brujas anunciándole su futura coronación como rey, aunque para lograrlo tenga que derramar la sangre del legítimo rey Duncan. ¿Qué aporta pues este Macbeth de Kurzel que no sepamos ya? El británico ha logrado una renovación del clásico que, siendo fiel al texto original, rompe la encorsetada escenografía teatral y construye un filme visualmente atractivo, gracias sobre todo al excelente trabajo del director de fotografía Adam Arkapaw. El filme logra de este modo salpicar al espectador con la fuerza y la violencia de sus imágenes y realiza un despliegue visual realmente hipnótico.
En este sentido destaca el empleo de la cámara lenta para recrearse en las escenas de batalla, a las que dota de gran belleza y de una atmósfera de ensoñación, muy acorde con el delirio que sufre el personaje al que encarna Fassbender. Algunos fotogramas recuerdan a esas pinturas de Millet que recrean la vida en el campo, como sucede con la aparición de las “Hermanas Fatídicas” en las vastas y yermas Highlands escocesas, o a esa violencia brumosa de los óleos de Turner. El empleo de las tonalidades juega también un papel crucial en el resultado estético del filme. Los tonos cálidos, (rojos, naranjas) remiten a la sangre, la víscera, lo animal y primitivo, mientras que los fríos (azules, grises, blancos) aluden al desvarío, el delirio y la locura.
Toda esta puesta en escena se completa con la estupenda elección actoral, clave para interpretar unos personajes que pertenecen demasiado al imaginario colectivo. Por un lado, Fassbender se deja la piel en un Macbeth inquietante, visceral y enloquecido. Por su parte, Marion Cotillard hace completamente suyo el papel de Lady Macbeth. La actriz encarna a la perfección ese juego dicotómico entre la fragilidad y el reverso oscuro, desafiante e imploradora a través de su gélida mirada. Asimismo, el plantel de secundarios no se queda a la zaga y cumple de manera notable, como es el caso de Sean Harris en el papel del antagonista Macduff.
Así pues la propuesta de Kurzel resulta impecable y, sobre todo, rompedora, especialmente en el apartado técnico y el envoltorio visual. De este modo clasicismo y modernidad se dan la mano en fondo y forma, lo que supone un estupendo acercamiento al libreto original de Shakespeare sin caer en las consabidas fórmulas de traslación teatro-cine. Larga vida a este rey Macbeth.