Vuelve el western
Desde que Estados Unidos ha dejado de interesarse por su género más emblemático, otros países, por fortuna, han recogido el testigo. Nunca me gustaron los westerns hiperbólicos que rodó Sergio Leone en Almería, y menos los discípulos poco aventajados que tuvo, así es que saludo con cierto alborozo productos como Blackthorn del español Mateo Gil o El perdón de Michael Winterboton.
La salvación es una película danesa dirigida por Kristian Levring y rodada en áridos escenarios sudafricanos. No es la primera incursión de los daneses en el Salvaje Oeste. Jan Troell lo visitó con La esposa comprada y Los emigrantes hace más de tres décadas. De emigrantes daneses va el film de Kristian Levring, y del pésimo recibimiento que reciben por parte de un par de forajidos la esposa y el hijo del protagonista. A partir de allí se encadena el correspondiente círculo de venganzas en el que interviene un cacique despiadado llamado Delarue (Jeffrey Dean Morgan), que hace lo que le viene en gana y tiene atemorizado a un pueblo; un sheriff y pastor al mismo tiempo, que ni pincha ni corta, y una hermosa mujer fatal muda, porque le cortaron la lengua los indios, y a la que el protagonista le hace un favor liquidando a su marido.
La salvación se mueve dentro de la más absoluta ortodoxia, salvo algún guiño a Sergio Leone en la composición de la banda de forajidos y la vestimenta de su jefe; no se aparta ni un ápice de los códigos del género que siempre han funcionado, y, sin embargo, resulta y engancha, a pesar de ser completamente predecible desde principio a fin, quizá simplemente por mono de western. Los personajes no tienen más de dos líneas de diálogo; los tipos son duros (ahí está Eric Cantona que parece haberle cogido gusto a la interpretación) y exhiben voces roncas, y a las mujeres ni se las oye. Además de los rubios que interpretan a los hermanos protagonistas, Madds Mikelsen y Mikael Persbrandt, encuentra el cinéfilo a ese gran actor que es Jonathan Pryce como enterrador, un oficio siempre lucrativo porque nunca le faltarán clientes.
Que Kristian Levrig, el director, sea uno de los dogmáticos discípulos de Lars von Trier es un motivo de alegría por su reciclaje. Confieso, sin disimulo, habérmelo pasado en grande durante esos 92 minutos. Y de postre, Eva Green, en el papel de Princesa, aunque no acabe de lucir por culpa de ese tajo en los labios que le hicieron unos indios chapuzas al cortarle la lengua.