La vacuidad de cierto cine oriental
Hou Hsiao-Hsien (Guandong, 1947) es un actor, cantante, productor y director taiwanés del que se han estrenado en España Tierra de desdicha, El maestro de marionetas y Milenium Mambo entre otras, y es un asiduo de los festivales de los que suele marcharse con alguna distinción bajo el brazo. La asesina, su vigésimo largometraje, obtuvo el premio al mejor director en el pasado festival de Cannes cosechando unas críticas muy divergentes; mientras unos la consideraban una auténtica obra maestra, otros la tildaban de peñazo pedante sin sentido.
Con el último film de Hou Hsiao-Hsien viajamos a la China medieval, cuando estaban en liza poderes imperiales y locales. La asesina, una producción de Taiwan, país con una cinematografía exquisita, habla de una sicaria (la popular actriz Shu Qi, una de las mujeres sexys más deseadas de Taiwan que hizo sus pinitos en el cine erótico) que actúa a las órdenes de una extraña mujer y es una especialista en artes marciales.
En su intento de dinamitar el wuxia, el cine medieval de artes marciales tan en boga que es la versión culta del cine de Bruce Lee, no nos engañemos, Hou Hsiao-Hsien huye, precisamente, de la coreografía espectacular tan característico del género para centrarse en unos interiores de un colorido fastuoso (atención a los rojos) y a unos paisajes mágicos. El realizador opta por un esteticismo hasta la entrañas en detrimento de la historia. Pero poco más, lo que es bien poco.
Hou Hsiao-Hsien no es el Ang Lee de Tigre y dragón ni el Zhang Yimou de Hero, dos cimas del wuxia que han sido luego clonadas hasta la náusea, y la belleza indiscutible de sus imágenes, cuadros de una composición exquisita, pero cuadros, caen sobre el vacío porque los personajes, salvo la asesina protagonista de la película, dotada de una belleza agresiva y de una fotogenia extraordinaria, están desdibujados por completo, sencillamente no existen, su lentitud es, en algunos momentos, exasperante, y la trama es confusa cuando no incomprensible. Mucha belleza visual, excesiva, al servicio de una no historia. Un ejercicio cinematográfico huero que se reduce a un encadenamiento de secuencias que no guardan una lógica narrativa y se recrean en sí mismas.
A un narrador de cine se le exige que sepa narrar y que en la narración haya personajes. En La asesina ni hay narración de unos hechos mínimamente comprensibles ni existen personajes con los que el espectador pueda sentir una mínima empatía.
Una curiosidad: el director se apunta a la moda de la pantalla cuadrada tan en boga últimamente. Y filma en color y en blanco y negro, según le place.