Un psicokiller anda suelto por Donostia
La víctima estaba bocarriba. Era un varón de entre treinta y cinco y cuarenta años. Tenía la cabeza envuelta en film transparente. Se podía apreciar la boca abierta y el plástico entrando en ella. Tenso. Asfixiante. Parecía que tuviera la cabeza envasada al vacío.
Así empieza, de forma cruda y contundente, La sirena roja, la segunda novela (Chamusquina fue la primera) de la escritora vasca Noelia Lorenzo Pino (Irún, 1978), que nos trae la excelente editorial Erein en su colección Cosecha Roja, un entrada en materia sin circunloquios, yendo directa al grano.
Un serial killer anda suelto por Donostia. Su modus operandi es muy particular y consiste en desollar a sus víctimas y hacerse con los tatuajes de una conocida tatuadora, como si buscara coleccionar lienzos humanos, al estilo del psicópata Buffalo Bill de El silencio de los corderos de Thomas Harris al que Noelia Lorenzo Pino menciona expresamente. Hay dos parejas de policías sobre los que pivota la investigación, la agente de la Ertzaintza Eider Chossereau, una mujer de un físico imponente, con el que se siente incómoda (se queja de tener unas tetas demasiado desarrolladas, que le producen dolor de espalda, que con gusto se reduciría), toda ella desmesuradamente grande, y su compañero de investigación el suboficial Jon Ander Macua, y otros dos policías, Eneko y Peio, que los apoyan, todos a las órdenes de Juncal Baraibar, la jefa del grupo, y en el centro de las pesquisas se encuentra la tatuadora Lorena cuyos clientes son víctimas del misterioso asesino.
La novela resulta muy ágil porque Noelia Lorenzo Pino cambia constantemente el punto de vista dentro del mismo capítulo para ofrecernos una narración poliédrica y que el lector tenga un mayor conocimiento del coro de protagonistas, a uno y otro lado de la ley, investigadores y sospechosos como ese Pablo Ibón, el novio de Lorena que tiene una orden de alejamiento por maltrato. Junto a tramos bien dialogados, hay descripciones perfectas, espeluznantes cuando tocan, como la de la sirena roja a la que hace referencia el título de la novela.
Aquella mañana temprano una extraña sirena salió de las profundidades del mar. Un responsable de la limpieza de la playa de Hondarribia llamó para denunciar su hallazgo. El cuerpo desnudo estaba sobre la arena y, como si se tratase de una variedad exótica de pez, todo, excepto la cabeza, estaba recubierto por una especie de tono rojizo.
La autora vasca mantiene el suspense a lo largo de toda la novela, sin descuidar el dibujo de sus personajes cercanos, sobre todo el entorno familiar de Eider, casada con Josu, un hombre que regenta un restaurante, con el que apenas coincide dado que sus horarios laborales no propician la conciliación familiar, y que cuida de su sobrina Vanesa, como si fuera la hija que no tuvo, desde que su hermana se enganchó a la droga. Hay drogas, homosexualismo, mafias y sectas como telón de fondo de ese San Sebastián frío y lluvioso, escenario nórdico de esta novela.
La segunda novela negra de la escritora vasca está escrita de forma impecable, dosifica bien sus tiempos, gradúa en su trama el suspense y está muy bien documentada como indican los detalles de los procedimientos policiales, pero quizá le falte pasión, algo de vibración. Novela negra, urbana y costumbrista, 430 páginas que no pesan, sino todo lo contrario, y mantienen la atención del lector. Lástima que el final no esté a la altura de las expectativas que genera.