Es triste comer de frac

Por Alcaraván

timthumb.phpA la mesa con Neruda, precioso libro en el que conocemos, gracias a la abogada y amiga del poeta, Aída Figueroa, su relación con la comida y como su deleite fue creciendo y sofisticándose en la medida que lo hacía su conocimiento del mundo y de sus gentes. (Ediciones Liberalia, Aída Figueroa).

Como curiosidad se pude decir que la portada del libro se corresponde con el anverso de una carta-menú del famoso restaurante Riche de Estocolmo, que Neruda visitara en 1971 cuando fue a recibir el premio Nobel de Literatura.

El propio Neruda supo lo que era pasar hambre. A su infancia sureña, más bien pobre y sin horizontes, siguió una juventud en Santiago de muchas privaciones y muy poca comida, aunque muy fértil y nutritiva en cuanto a creación poética se refiere. A medida que iba creciendo poéticamente y gozaba de reconocimiento en todo el mundo su mesa diaria y sus papilas gustativas se fueron refinando y puliendo. Se abrió a nuevos aromas y sabores durante su estancia en el sudeste asiático. A lo largo de sus viajes por el mundo disfrutó de la gastronomía y de los sabores y conocimiento del vino hasta que se convirtió, casi sin pretenderlo, en un sibarita con todas las características de un glotón, según él mismo reconocía.

En contraposición o paralelamente  a lo antes mencionado, en su relación con la comida diaria, también aparece el Neruda humanitario y solidario, preocupado de que todos coman, de que nadie pase hambre, el poeta universal  que pide “la justicia del almuerzo” en estos versos eneasílabos del poema El gran mantel, de su libro Estravagario que, el propio Neruda, analizó así en sus Memorias:

 “De todos mis libros, Estravagario no es el que canta más, sino el que salta mejor. Sus versos saltarines pasan por alto la distinción, el respeto, la protección mutua, los establecimientos y las obligaciones, para auspiciar el reverente desacato. Por su irreverencia es mi libro más íntimo. Por su alcance logra trascendencia dentro de mi poesía. A mi modo de gustar es un libro morrocotudo, con ese sabor de sal que tiene la verdad.”

 

EL GRAN MANTEL

Cuando llamaron a comer
se abalanzaron los tiranos
y sus cocotas pasajeras,

y era hermoso verlas pasar
como avispas de busto grueso
seguidas por aquellos pálidos
y desdichados tigres públicos.

Su oscura ración de pan
comió el campesino en el campo,
estaba solo y era tarde,
estaba rodeado de trigo,
pero no tenía más pan,
se lo comió con dientes duros,
mirándolo con ojos duros.

En la hora azul del almuerzo,
la hora infinita del asado,
el poeta deja su lira,
toma el cuchillo, el tenedor
y pone su vaso en la mesa,
y los pescadores acuden
al breve mar de la sopera.

Las papas ardiendo protestan
entre las lenguas del aceite.
Es de oro el cordero en las brasas
y se desviste la cebolla.
Es triste comer de frac,
es comer en un ataúd,
pero comer en los conventos
es comer ya bajo la tierra.
Comer solos es muy amargo
pero no comer es profundo,
es hueco, es verde, tiene espinas
como una cadena de anzuelos
que cae desde el corazón
y que te clava por adentro.

Tener hambre es como tenazas,
es como muerden los cangrejos,
quema, quema y no tiene fuego:
el hambre es un incendio frío.
Sentémonos pronto a comer
con todos los que no han comido,
pongamos los largos manteles,
la sal en los lagos del mundo,
panaderías planetarias,
mesas con fresas en la nieve,
y un plato como la luna
en donde todos almorcemos.

Por ahora no pido más
que la justicia del almuerzo.

Pablo Neruda

 

riche Restaurante Riche de Estocolmo

 

¡Le gustaba comer al hombre y le gustaba comer al poeta! ¡Le gustaba comer al hombre y le gustaba que comiesen todos los demás! Por eso, a pesar de tanta sofisticación cosmopolita, nunca dejó de añorar sus platos chilenos, como las empanadas de horno y la sopa pillas de zapallo, el caldillo de congrio, el pastel de choclo, la cazuela de vacuno, el estofado de San Juan, los porotos granados con pirco,… eso sí, sin frac y en la hora azul del almuerzo.

 
 

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