Espíritu de juego
Un chat errant
dort sur le toit,
pluie de printemps
Hay en el mundo un espíritu de juego. Incluso en la persecución del ratón o la lagartija por el gato o el perro. En la forma en que se arman, se suceden, y se disipan las nubes. En el estrépito, un poco extemporáneo, de los afectos y las vidas humanas. En la rima o el rechazo, inesperado, de los colores de la ropa y los objetos. En la sucesión del día y la noche, de las olas. En las marejadas de los sonidos y el silencio. En la prodigalidad de la luz del sol, y en la pálida morosidad de la luna sobre un descampado, en un arrabal. Hay como un juego en todo, feliz o terrible (como el del niño que destruye paciente y concienzudamente un hormiguero), que también mueve el mundo, si es que hay mundo y se mueve, como si Dios (el ser) estuviera siempre en su niñez.