El farol borracho de Elvas

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Por Antonio Costa
Fotos: Consuelo de Arco

Estaba en la Plaza de la República tomando una cerveza y miraba a la derecha un farol torcido como si estuviera borracho. Y ese farol se me convertía en el símbolo de esta ciudad intimista y ligera, de calles desordenadas y plazas secretas. Lo que antes era una plaza militar inexpugnable ahora lucía una imaginativa anarquía.

Elvas tiene forma de estrella y está protegida por dos fortalezas imponentes. Esa forma no es nada poético ni astrológico, simplemente se buscaba pillar a los atacantes entre dos fuegos. Y sin embargo ahora sí nos remite a las estrellas y parece trazada por un arquitecto visionario. Las creaciones acaban convirtiéndose casualmente en otra cosa.

Uno sube hasta el castillo y mira la infinitud desde arriba hasta mucho más allá de la frontera de España. Baja por una cuesta hasta el Cementerio de los Ingleses, que ahora es como un jardín recoleto con garitas donde charlan y cosen las señoras. Sigue bajando hasta la iglesia de San Francisco y admiran su cúpulas como una pagoda china, influencia tal vez de Macao. Asciende por una calle interminable hasta la maravillosa fuente de san Lorenzo, con sus columnas almohadilladas , que fue remodelada hace poco con estatuas clásicas en lo alto.

Pasa por una plaza con soportales y galerías domésticas de hierro y buganvillas, y una torre medieval   invita a subir. En la plaza de la Misericordia está el rey Don Manuel vestido de fiesta bajo los árboles y la iglesia de la Misericordia. Llega a un bastión apabullante y más allá hay una fuente preciosa con formas ovaladas y terribles gárgolas y un caballero en un círculo de columnas. Bordea la muralla impenetrable y calles pintorescas con escudos serpentean hacia el centro.

Se asoma uno a una puerta de la muralla y encuentra unos jardines arreglados con asientos reales de mármol y espesuras de naranjos. Como para olvidarse ahora de todas las guerras y los ejércitos. Y vuelve a subir y encuentra las ruinas fantasmales del convento de San Pablo con ventanas visionarias donde parece que laten los fantasmas.

Y uno se va asomando por un montón de plazas como salas de estar. Se llega a la plaza del Pelourinho donde exponían a los delincuentes a la vergüenza pública y se ve una iglesia que fue templaria y conserva la planta misteriosa octogonal y un arco donde alguien en el siglo XIX montó una escenografía romántica en torno a caballeros y musulmanes. Al lado escondido tras una reja está el verdadero arco musulmán. Y a la noche tomamos vino tinto del Alentejo junto a la fuente de san Lorenzo escuchando la magia del agua y mirando arriba las estrellas en un silencio increíble.

Las obras militares acaban convirtiéndose en un juego de formas y de secretos. Igual

que los dogmas religiosos se transforman en sugestiones poéticas. Todo se hace más sugestivo y apasionante cuando deja de obligarnos y se vuelve estética. La estética es la liberación y la imaginación, es la pasión que no podía manifestarse cuando dominaban los poderes. Es el entusiasmo y la borrachera.

Lord Wellington cogió Elvas como base para atacar a Napoleón. Y luego fue una defensa imponente para defender Portugal, que Felipe II de España se había tragado un día. Pero ahora nosotros aprovechamos esta borrachera de callejones y placitas, de fuentes inesperadas y de cuestas, de mármoles cubriendo los suelos, en medio de los muros apabullantes que ya no impiden la entrada. Es como si la ciudad fuera un soneto. En el verano de 1809 lord Byron besó aquí sin doctrina la estatua de un santo con admiración y después habló de Elvas como una de sus ciudades preferidas.

Por eso me encantaba mirar el farol borracho de Elvas. Es como la afirmación de la irregularidad, del no seguir normas rígidas, igual que no las sigue la ciudad dentro de su estrella. En mitad de la estrella todo son confidencias y revelaciones. Como las que hacen los borrachos.

 

 

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