101 dilemas éticos, reseña de un libro de Martín Cohen.
Imagina que vas paseando por el campo. De pronto ves un tren que avanza a toda velocidad, sin control, hacia un tramo de la vía donde hay cinco trabajadores que no lo han visto, a los que va a arrollar. Pero unos metros antes, hay una bifurcación que desviaría la máquina por otro ramal. El problema es que, en la dirección nueva, hay una anciana recogiendo hierbas entre los raíles, que tampoco ha visto el tren. Unos metros más allá está la caseta del guarda agujas: si le haces una señal indicándole el peligro, el guarda agujas aún puede desviar el tren hacia donde está la anciana, sacrificándola para salvar a los cinco obreros que están sentados en el tramo principal. Por si fuera poco, hay una tercera opción: podrías empujar a un hombre que duerme junto a la vía, justo antes de la bifurcación, y así salvar, a costa del durmiente, tanto a la anciana como a los cinco obreros, haciendo descarrilar el tren. ¿Qué deberías hacer?
Este es uno de los 101 dilemas éticos que propone el libro de Martín Cohen. El clásico problema de las vagonetas. La Ética, que es un desarrollo del pensamiento filosófico en occidente, es tratada en este libro como un saber práctico, que nos urge a cada momento a decidir en nuestra vida cotidiana. Hasta el punto de que, leyendo estos problemas, abarrotando de notas, de preguntas y reflexiones, sus márgenes, uno tiene la sensación de estar afrontando situaciones reales incluso cuando, como en el ejemplo que he transcrito, se trata de situaciones arquetípicas, que difícilmente (afortunadamente), nunca se nos presentarán en la realidad.
Puede que estemos viviendo un período histórico en que, la mayoría de la gente, examina y actúa ante estos dilemas morales desde un consenso utilitarista. Es decir: ante el dilema de mentir o decir la verdad; pasar de largo o ayudar al prójimo; perjudicar a alguien o no hacerlo; la inmensa mayoría de nosotros piensa en primer lugar, en los resultados de su decisión; en las consecuencias (positivas o negativas), que le traerá, y actúa según estos cálculos. Vivimos a la vez, en un consenso y en un empobrecimiento de nuestros valores, sobre los que rara vez reflexionamos. Y pagamos un alto precio por ello, sin sospecharlo.
Si todo el mundo actuara de forma altruista y generosa, el mundo sería un lugar mejor. ¿Lo sería realmente? Por otra parte, la mayoría de nuestras decisiones éticas (es decir, libres, responsables), como las del ejemplo propuesto, no oscilan entre lo malo y lo bueno, sino entre lo malo y lo menos malo. ¿Quién debe morir en nuestro ejemplo, y por qué? ¿Quién soy yo para decidirlo? Y sin embargo, aquí no cabe abstenerse. Si el paseante no hace nada, su neutralidad (aparente) tendrá como consecuencia la muerte de los cinco obreros, y él lo sabe. La vida nos pone constantemente ante este tipo de dilemas morales. No hacer nada ante alguien que se ahoga en un río o en el mar, o que grita en una casa incendiada, es condenarlo consciente y deliberadamente a muerte.
La Ética podría definirse como la parte práctica de la Filosofía. Como la Filosofía en ropa de calle o de andar por casa. Todas las sociedades se organizan y viven sobre normas y valores. Pero sólo cuando caen en la cuenta de esto, cuando tratan de justificar racionalmente lo que consideran bueno o malo, justo o injusto, deseable u odioso, aparece la Ética. La Ética no exige, pues, una gran elaboración teórica: basta con que, en nuestra conducta diaria, moral, nos habituemos a guiarnos por la deliberación racional, a vernos como actores libres (dentro de nuestras muchas limitaciones), y por lo tanto, responsables de lo que genera nuestro paso por el mundo.
Otro dilema clásico es el de Hitler: imagina que puedes viajar en el tiempo, a un parque de Viena de finales del siglo XIX. Allí está la cuidadora de Adolfo Hitler, quien duerme pacíficamente en su cochecito de bebé. Si supieras todo el daño que, uno años después va a producir este tierno bebé (mejor dicho, el desalmado en que se va a convertir en su momento), ¿harías algo para evitarlo? ¿Para evitar o, al menos, imprimirle un sesgo menos destructivo, la Segunda Guerra Mundial, los 55 millones largos de muertos, los Campos de Exterminio nazis? El ejemplo, por supuesto, como el primero que hemos propuesto, es arquetípico, pero fácilmente trasladable a nuestra realidad. ¿Cambiarías algo del pasado de tu familia, de tus amigos, de ti mismo, que se reveló negativo después, si pudieras hacerlo? ¿Y hasta donde estarías dispuesto a llegar?
Más que elaborar una Ética, lo que parece interesante, urgente, es aprender a razonar en estos términos. Yo tengo la intención de intentar enseñar esto a mis alumnos, este próximo curso: primero, a que tomen conciencia de que son libres (en qué medida y con qué límites), y por lo tanto, responsables de sus deliberaciones y sus actos, a diferencia de los animales no humanos; segundo, a que se habitúen a pensar en términos de valores: un valor no es una cosa, ni tampoco es el resultado ni la consecuencia material de algo que hacemos u omitimos, sino un “objeto simbólico” en función del cual consideramos buenas o malas, deseables o indeseables, las situaciones y los sucesos, las acciones de nuestra vida.
Se trata pues, de elegir en primer lugar un valor central, esencial, para nosotros. A ser posible, algo que podamos justificar como bueno, no sólo en términos particulares sino universales. Hecho esto, juzgaremos cada vez que tengamos que adoptar una decisión, lo que debemos hacer en función del valor ético que hemos adoptado. Si adoptamos como valor el hacernos ricos, poderosos y famosos, podremos juzgar que engañar a un compañero de trabajo para ascender a su costa; o copiar en un examen o en unas oposiciones; o no pagar un recibo aprovechando que la empresa no nos lo ha facturado; son decisiones y acciones correctas, impecables, ya que sirven para la realización de ese valor mucho mejor que la honestidad y la camaradería. ¿Qué clase de vida llevaremos con esos valores, y hasta qué punto nos será satisfactoria (sobre todo, si éstos son adoptados también por nuestros amigos, familiares, compañeros), es otra cuestión, importante y peliaguda.
En cualquier caso, hay pocas cosas tan prácticas y tan necesarias hoy día (incluida la Economía), como la Ética, en los términos en que aparece planteada en el libro de Cohen, y como yo he tratado de definirla aquí. Los libros de autoayuda están bien, pero pensar por uno mismo es aún mejor, más práctico y, acaso, más satisfactorio a la larga para todos nosotros. Os animo a ello.