Del revés (Inside Out): Algunas reflexiones.
No soy un experto en Cine (no soy un experto en nada). Pero ayer fui a ver esta película de animación con Lola y con nuestra hija pequeña, Julia, y me impresionó, lo suficiente como para escribir este artículo. Si el objetivo del Arte es atraer la atención del público, e incluso conmoverlo por momentos, tengo que reconocer que esta película es Arte. Ello no quita el que, como suele ocurrir en estas producciones destinadas al consumo de masas, la ideología, una cierta visión estereotipada de la realidad, aparezcan siempre en primer plano. Pero acaso esto forma parte de la eficacia: el suponer que la familia nuclear, inmersa en el ciclo de vida del mercado (el trabajo del padre como centro de gravedad de la vida material del resto, el espectro del éxito y el fracaso como valores dominantes, en el deporte, ya anticipado en los juegos infantiles, etcétera), que todo esto es algo natural y sagrado; y el hecho de que, en efecto, el tipo de familia de la inmensa mayoría de nosotros se corresponda fielmente con este patrón y con este mundo, esto refuerza la identificación del espectador con los personajes y con las situaciones que viven en la ficción. La ideología es, en este sentido, una herramienta insustituible.
Pero yo quería hablar aquí de otra cosa, que tiene que ver con la originalidad del planteamiento y con la historia misma que se pretende transmitir en Inside Out: la audacia de llevar a la pantalla, y en una película de animación infantil, aunque adaptada para el gran público (precisamente por el valor de mercado del consumidor familiar), el hecho de llevar a este terreno uno de los problemas filosóficos más importantes desde la Filosofía Griega (y más aún, desde Descartes), a saber: la relación entre el mundo objetivo, “exterior”, y el mundo subjetivo, “interior”, de los seres humanos, es algo que me ha conmovido y me ha hecho pensar.
La película cuenta el proceso de crecimiento y maduración mental y vital de una niña estadounidense, en su entorno “natural” (padres, amigos, escuela…). Pero en vez de hacer uso de los recursos habituales, la narración de los hechos externos y las reacciones de los personajes, el narrador (omnisciente) se introduce en el interior de la niña para contar su historia desde ahí. ¿Qué es este interior? La conciencia y el inconsciente de la niña (complementado en ocasiones, con el de otros personajes); las emociones básicas que determinan la conducta (miedo, ira, asco, alegría y tristeza); el pensamiento concreto y abstracto; la memoria inmediata y a largo plazo; el olvido; los sueños; la imaginación, etcétera.
En este plano interior, el narrador recurre a personalizar y dramatizar todos estos elementos en otros tantos personajes no convencionales, y mejor definidos y estructurados incluso que los propios personajes “externos”, incluida la propia niña, de la que son una especie de palanca o motor o espíritu. Esto le permite trasladar aquí el peso fundamental de la historia, que toma tintes así de aventura, desde el momento en que la pequeña, enfrentada a su mundo exterior, corre el riesgo de perderse, de arruinar con su conducta todo lo más valioso que posee: ella misma (algo que, en este espacio interior, aparece también identificado como una especie de constructos del carácter, los recuerdos y las emociones permanentes, etcétera): el valor de la familia, la amistad, la imaginación, el humor, el juego.
Todo esto aparece enfocado fundamentalmente desde el paradigma de la Psicología Conductista, con alguna Pincelada o concesión al Psicoanálisis. A mí me han intrigado, sin embargo, algunas cuestiones filosóficas sin cuya suposición no se sostiene el planteamiento de esta historia.
-Primero: todos los seres humanos (y también los animales, al menos los mamíferos, en la película aparece fugazmente el mundo interior de un gato, entre otros), vivimos entre dos mundos: el exterior, que empieza a partir de nuestro cuerpo; y el que constituye nuestra subjetividad (un interior que no podemos situar espacialmente como aquel, pero que no por eso sentimos como menos real o determinante).
-Segundo: este interior, a diferencia del exterior, no está sometido al azar de las circunstancias, ni siquiera a la causalidad que se supone, rige el Universo (el mundo físico), o incluso la Historia y la Biografía, sino que posee su propia entidad y su lógica interna, hasta cierto punto autónomas respecto a la fuerza externa de las cosas.
-Tercero: si definimos este interior en términos biológicos, y no sólo culturales o religiosos, podemos decir que los seres humanos somos ante todo, seres naturales (animales), aun dentro de la Sociedad y de la Historia. Esto plantea a su vez, una cuestión interesante: hay en nosotros algo previo a la sociedad y a la cultura, algo que nos es común (las emociones, el pensamiento, las propias necesidades básicas para sostener nuestro cuerpo y nuestra identidad con él); todo esto forma como un cuerpo desnudo que, sin embargo, no podría sobrevivir como tal cuerpo, humanizado, sin un vestido, un lenguaje, unas relaciones sociales. Todos los seres humanos, entonces, desde que existimos, hemos sido y somos el mismo animal, en circunstancias y relaciones creadas y devenidas asombrosamente distintas y diversas. ¿Cómo es esto posible?
Volvamos a la película: en vez de un interior, extraordinariamente complejo, es cierto, pero simplificado para dar cabida a la aventura de los personajes que encarnan las emociones de la niña, imaginemos (como querría acaso Spinoza) al ser humano como un círculo: el cuerpo marca la frontera entre el interior y el exterior del hombre; en esta hipótesis, el único requisito para que el ser humano sea viable, es decir, sostenible en un determinado entorno exterior a él, es que su superficie de contacto con éste (su circunferencia) no sea incongruente con él. Si en el interior del círculo, nuestra subjetividad llega a un grado de fantasía tal que ya no diferencia entre el agua y el veneno, el sujeto no será viable y desaparecerá. Pero salvada esta incongruencia, y con algunos elementos básicos, cognitivos y conductuales, constantes y estables, el interior del círculo admite todas las fantasías, creencias, ideologías, valores, etcétera. Entonces la única diferencia, la fundamental, entre el conocimiento científico y el mito elaborados a partir de la interacción entre la subjetividad y el mundo exterior, es que en el conocimiento hay algo congruente, por muy interior que sea, con el exterior; el mito, la ideología, las fantasías, son por el contrario, más autónomas con respecto a ese mundo.
Al igual que la niña de la historia, los seres humanos vivimos así realidades que escapan a nuestro control desde el control, más o menos precario, de la única realidad en la que siempre estamos, y que se identifica vagamente con ese interior o subjetividad. Como decía Heráclito, “en el sueño estamos en nuestro mundo, despiertos estamos en el mundo de los otros” (que también es, pero en una forma muy distinta, el nuestro). Yo puedo soñar que vuelo, pero si intento volar en el mundo de fuera, el de la vigilia, me volveré dolorosamente incongruente con lo posible. Así pasa también con el amor, el odio, y el resto de los constructos y emociones, cuando se vuelven peligrosamente autónomos (algo que en cambio, quiero recalcarlo, nunca puede ocurrir con el conocimiento, algo que debería hacernos pensar en el singular valor del saber y la verdad).
En fin. Me encantó la película. Lola lloró. Mi hija (que se parece asombrosamente a la protagonista), se apoderó de las palomitas. Y yo disfruté como un niño, por encima y por debajo de la ideología y los estereotipos, eficacísimos e inevitables en estas obras de la cultura de masas. La recomiendo incluso a los filósofos (sobre todos, al filósofo que hay dentro de cada uno de nosotros).