El guatemalteco Rodrigo Rey Rosa publica su primera obra de no ficción
por José Luis Muñoz
Rodrigo Rey Rosa (Ciudad de Guatemala, 1958) es uno de los más importantes escritores guatemaltecos vivos. Narrador imprescindible del que Roberto Bolaño dijo—Rodrigo Rey Rosa es el escritor más riguroso de mi generación y al mismo tiempo el más transparente, el que mejor teje sus historias y el más luminoso de todos—, su obra narrativa incluye títulos como El cuchillo del mendigo, El agua quieta, Cárcel de árboles, Lo que soñó Sebastián, Que me maten si…, Ningún lugar sagrado, La orilla africana, Piedras encantadas, El tren a Tranvacore, Otro zoo, Caballeriza, El material humano, Severina y Los sordos. La valenciana Ediciones del Contrabando ha tenido el acierto de reunir en La cola del dragón una variada representación de textos breves del escritor guatemalteco (artículos de prensa, ensayos, crónicas), prologados por Manuel Turuégano, que dan una idea del compromiso social de su autor. Pero no todos sus textos son de denuncia social, aunque sean estos los que abunden.
En Bowles y yo, que abre el libro, cuenta su encuentro con el legendario escritor norteamericano varado en Tánger a quien fue a visitar para participar en el taller literario que impartía el autor de El cielo protector con una cierta desidia y muy poca fe en su utilidad. Miguel Barceló, al que va a visitar a Mali, aparece en Estudios de Miguel Barceló. Y hay también una entrevista que le hace Rodrigo Rey Rosa al torero Martincho en Ronda. En el resto de los textos, mayoritariamente aparecidos en prensa, el guatemalteco denuncia la situación de su país y las devastadoras secuelas que dejó el dictador militar Efrain Ríos Montt.
Podría parecer, por su contenido, un libro áspero, pero no lo es en absoluto porque en ningún momento olvida Rodrigo Rey Rosa su condición de escritor, así es que encontrará el lector en los textos precisas descripciones paisajísticas—Envueltos en la neblina, los árboles que flanquean el camino, contorneados misteriosamente por los vientos, eran delicadas figuras de tinta china trazadas sobre el aire gris— que contrastan con la enumeración, forzosamente aséptica, de las barbaries cometidas por el poder—Las violaciones sexuales fueron efectivas para interrumpir el patrón de la vida cotidiana y la transmisión de la cultura de los ixiles a sus descendientes, y la extirpación de fetos del vientre de sus madres simbolizó el deseo de “destruir la semilla”.
La denuncia de la violencia institucional está muy presente en el libro ya que el ejército guatemalteco es el responsable del noventa por ciento de las violaciones de los derechos humanos perpetradas en el país centroamericano. Los kabiles utilizaron técnicas para infundir terror, como la decapitación de los enemigos—escribía Julián Andrade en el diario mexicano Milenio en el 2008—. La moda de cortar cabezas la trajeron los ex kabiles contratados por Los Zetas. El recuerdo de la muerte de un familiar en el incendio de la embajada de España centra otro de sus artículos—Lo cierto es que mi tío murió carbonizado, junto con un grupo de campesinos de origen maya, la tarde del 31 de enero de 1980 en la quema de la embajada española, que coincidió con el día de su aniversario de bodas.
Hay en el libro imágenes de gran potencia literaria, como ésta, al hilo de su tío asesinado: Durante meses, el recuerdo de esa tarde me persiguió, y en una ocasión desperté con la imagen de mí mismo que comía un trozo de carne asada proveniente del cadáver carbonizado de mi tío; como si, escritor en ciernes que era en 1980, yo intuyera oscuramente que la violencia política de mi entorno se convertiría en una especie de alimento. Y escritos que dan cuenta de hechos insólitos, como el que hace referencia a Rodrigo Rosenberg, que organiza su propia muerte y grava un video de denuncia para culpar de su presunto asesinato al presidente de la nación.
Contra el funesto militar golpista y religioso integrista Efrain Ríos Montt carga sin ambigüedades Rodrigo Rey Rosa en varios escritos del volumen, pero mantiene la ecuanimidad cuando denuncia una masacre que perpetró la organización guerrillera ORPA, para denunciar, a continuación, la barbarie de las fuerzas paramilitares de los kabiles que exterminaron a la población de Dos Erres.
El libro de Rodrigo Rey Rosa es valiente y doloroso, pero necesario. La frase que lo antecede es suficientemente aclaratoria de su procedencia: ¿Quién necesita saber estas cosas? Nadie. Yo necesitaba contarlas.