Bajo el mantel, de Alicia Estopiñá

Fotografia Alicia y Emilio (2)

Emilio González Bou y Alicia Estopiñá, tándem literario y en la vida real

 

 Por José Luis Muñoz

Alguien capaz de gastarse una fortuna en un cuadro completamente blanco, o negro, es decir, en una superficie blanca o negra enmarcada, porque el pintor odia los colores, y de paso se carcajea de sus compradores, es también capaz de pagar una fortuna por destapar un plato enorme e intentar saborear una insignificante croqueta de humo que le estalla en el paladar y no sabe a nada. De la banalidad del arte se ha pasado a la banalidad de la cocina, y, claro, eso gracias a los snobs que aplauden esas presuntas obras de arte, que lo son por la firma que figura a su pie, o degustan esos platos que entran por los ojos pero no por la boca y son víctimas agradecidas de esos timos. Y de snobs, cocineros, críticos gastronómicos, restauradores avispados, tunantes, agricultores ecológicos, asesinos y perros, va la última novela de la turolense Alicia Estopiñá escrita al alimón con Emilio González Bou.

Hay muy  buena literatura que discurre alrededor de la gastronomía. Hubo escritores patrios, Néstor Luján o Manuel Vázquez Montalbán, que dieron carta de naturaleza a sus platos preferidos en sus novelas, y hubo hasta un restaurante que convocaba un premio literario, el mítico La Odisea de Barcelona, ligado a los fogones. Alicia Estopiñá y Emilio González Bou, autores de Bajo el mantel, son un támden perfecto, la primera escribiendo la parte más literaria de sus libros, y el segundo aportando sus conocimientos gastronómicos al texto.

 

Un libro contra el papanatismo en la gastronomía

Un libro contra el papanatismo en la gastronomía

 

Está trufada la novela Bajo el mantel, que se alzó con el primer premio de literatura rural que concede la librería Serret de Vallderrobres,  de personajes descacharrantes y paródicos, como el gastrónomo Alberto Montenegro, el autor de “Los cien restaurantes en los que nunca has de comer”, un amante de la cocina tradicional—Como casi todo, las anchoas deben saber a lo que son y sobran los acompañamientos—y terror de la cocina fusión, de los cambalaches ecologistas— ¡Al cuerno con la puñetera ecología! Añoraba la ciudad, con su endiablado tráfico, con los guiños de los neones nocturnos, su polución, su atmósfera contaminada y, en fin, su confortable calor. — uno de los personajes centrales de la trama, sobre el que descansa el peso gastronómico de Bajo el mantelPor tanto, se ha firmado el certificado de defunción de la “Cocina-Fusión”, de la “Cocina-Espectáculo”, de la “Cocina molecular”, de la “Cocina tecnoemocional”, de la “Cocina del soplete”, de los buñuelos de humo.

Mero Cordero, atentos al nombre y apellido del sujeto, es un cantamañanas de la cocina ecológica, un estafador sobre la que dispara este tándem de escritores de estómago exquisito sus ácidos dardos.  Pero hay también un trama detectivesca, con algún que otro muerto por las pistas forestales de la Matarraña, en la que, una vez más, ubica Alicia Estopiñá su novela; descripciones locales de los pueblos y rincones de la comarca, que tan bien conoce por haber nacido allí y vivir con Emilio González Bou; viajes gastronómicos por los fogones de la zona; y persecuciones de unos a otros que parecen inspiradas en las divertidas películas de Blake Edwards.

Alicia Estopiñá, ganadora del premio Librería Serret de literatura rural

Alicia Estopiñá, ganadora del premio Librería Serret de literatura rural

Domina Alicia Estopiñá el humor y la ironía, marcas de la casa, como ya es habitual en su producción literaria, y ello se hace patente cuando describe a uno de los personajes femeninos y recapitula sobre sus propias palabras en un ejercicio metaliterario que no tiene desperdicio—Yolanda. Yolanda era una buena pieza. (“¡Buena pieza!” ¡Qué calificativo tan incorrecto!). Quería decir que como hembra y para su edad, no estaba nada mal. (Vale, eso tampoco tendría el beneplácito feminista). Es…correcta. (¡Correcta! ¡Pobre Yolanda! Las apreciaciones son correctas, pero, ¡por Dios! ¿Correcta una mujer? ¡A paseo! Desistió en clasificar a su compañera.

Un humor que preside algunas de las secuencias más hilarantes de la novela, las que atañen al estrafalario y rijoso Perico—Guiado por el olfato, atravesó todo lo rápido que su pesado cuerpo le permitía, los escasos metros de bosque que le quedaban para llegar a la senda, la cabeza gacha como un rinoceronte a punto de embestir, resoplando y gruñendo, apartando ramas a manotazos, chafando hierbas y arbustos. Hay en la novela situaciones cómicas, como las que tienen como protagonistas al nombrado Perico y a Yolanda—Perico se volvió al oírla. Y se paró desconcertado. ¡Dos mujeres, dos! Una por cada lado. Y él en medio. ¿Qué hacer? ¿Por cuál optar?

Al final, la novela, además de tremendamente divertida y dinámica, puede resultar un libro de tesis sobre ciertos excesos culinarios tan en boga hoy en día y un dardo contra el papanatismo que se rinde ante lo natural sin más. —Pero sólo hay que hacerse una pregunta: si la tecnología ha permitido la evolución de la humanidad, el alargamiento y mejora de la calidad de la vida, la eliminación de las plagas y epidemias ¿por qué negar su aplicación a la comida? La ecología no supone una mejora tecnológica sino la renuncia a la tecnología.

 

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Entre los dos escritores arman un libro divertido, ágil y bien escrito, que además es ilustrativo y útil, una novela gastronómica que es también una pataleta contra los desastres de la globalización que hace que este mundo, hasta en los sabores, se vaya cada vez pareciendo más. —Resulta curioso, por ejemplo, que en Roma comas el mismo guiso, con la misma presentación, que en Madrid. Y piensa en las patas de pulpo a la brasa, en los carpaccios de supuesto buey, los rissotos, las vieiras, el salmón ahumado o el tataki de atún, que se han acabado convirtiendo en un denominador común.

Lean y coman, pero por separado, por favor.

 

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