El auge de Lo Alternativo.
Lo alternativo está de moda. Pero no se trata de un fenómeno nuevo, es decir, algo que se pueda contextualizar en la última década o dos décadas; tal y como analiza el filósofo/ sociólogo Gilles Lipovetsky, sobre todo en su obra “La era del vacío” (1983), esta tendencia creciente respecto a lo alternativo encuentra sus raíces en el posmodernismo o posmodernidad, etapa histórica de las sociedades occidentales que nace en la década de los ’70 del siglo XX.
Ilusionismo.
No pretendo, bajo concepto alguno, parafrasear —o, en su detrimento, «repetir»— lo que cualquier lector interesado puede encontrar en las obras de Lipovetsky u otros autores. Más bien pretendo extrapolar la teoría a nuestra sociedad actual basándome en un hecho hasta ahora poco tratado (hasta ahora): mientras que los análisis de Lipovetsky como los de Bauman, Bunge, Chomsky o Eco, aquéllos que he leído y a quienes puedo referir, se han centrado hasta hace bien poco en la televisión como el rey de los ‘mass media’, pienso que, a estas alturas, el nuevo rey o candidato al trono es Internet.
Realizar un análisis y ulterior crítica sobre el impacto de Internet en las sociedades industrializadas da para miles de páginas. Como los libros y demás trabajos están ahí, me ceñiré, por economía del lenguaje, a sintetizar en la medida de lo posible los ya mencionados análisis de Lipovetsky que refieren al posmodernismo y cómo éste ha acelerado el mecanismo de lo alternativo.
Los tiempos posmodernos, «en teoría» actualizados a los tiempos hipermodernos, se pueden caracterizar, entre otros, por estos pathos: disolver jerarquías, cuestionar los órganos de poder, renunciar a los principios (que pasan a ser dogmas), psicologizar tanto al individuo en sí como al prójimo o al colectivo, centrar la atención en uno mismo y su evolución personal. Lipovetsky recurre a los términos «valores psi», «neo-narcisismo» y «exaltación del hedonismo».
Si estos valores pueden describirse de diversos modos, quizá el lema posmoderno por antonomasia podría ser lo que pronunció Paul Feyerabend en su tesis del anarquismo epistemológico y/o gnoseológico: «Tanto valen la astrología como la física, el creacionismo como la biología evolutiva, el curanderismo como la medicina, la hechicería como la ingeniería» (citado en “Cápsulas”, Mario Bunge, 2003).
El escepticismo, a juicio de quien teclea, no sólo es conveniente sino en cierto modo necesario. Pero dicho escepticismo debiere ir acompañado de investigaciones, e «investigar» no significa, por el momento, realizar varias búsquedas en Google. Retomando el lema de Feyerabend, reflejo de una sociedad ansiosa por liberarse del todo respecto a lo que pueda connotar el término norma (ruptura respecto al modernismo), se puede comprender, junto a los valores psi, cómo lo alternativo gana terreno; sin olvidar, como ya he dicho, que el nuevo paradigma de ‘mass media’ bien podría considerarse Internet —redes sociales, medios que ofrecen información alternativa, foros, grupos, etc.—.
Mientras que las ciencias avanzan, tanto en lo tocante a la teoría como en su aplicación práctica, ergo, la medicina, la tecnología, la tecnología aplicada a la medicina, los fármacos y, en definitiva, todo aquello que se tacha de «clásico» y por ende sujeto a la connotación normativa, prosperan las terapias/ actividades alternativas por un sencillo ajuste entre demanda y oferta (y viceversa).
Alternativas sin fundamento científico, pseudo-parches que van triunfando en una sociedad cada vez más desconfiada, paradójicamente menos informada (cuando la información nos es bombardeada, sin tregua, durante las 24h del día), más propensa para otorgar fiabilidad a aquello que no lo tiene y, sin lugar a dudas, si estas alternativas pueden cumplimentarse con etiquetas del tipo «oriental», «milenario»: lo que (ellos) no quieren que sepas.
De este modo muchas personas confían su salud y bienestar a métodos que, salvo demostración, no son más que pseudo-basura. Si bien es cierto que, por un lado, la cobertura pública ya no es tan eficaz —acusen a los gobernantes y su vara de medir presupuestos—, por otro lado hay ramas de la ciencia (y su aplicación) que siguen en constante evolución y de ahí que no exista una panacea —si existiera, adiós ciencias— y, por supuesto, la vulnerabilidad del individuo frente a toda serie de productos —porque son productos— que ofrecen, metafóricamente, la redención si se tiene fe en ellos: basta una mínima dosis de desconfianza para convertir al magufo en gurú, la charlatanería en algo serio.
Al final se trata de elegir en un vasto universo mercantil que de todo ofrece, un universo mercantil donde no hay intervencionismo estatal y, cuando lo hay, se considera una mordaza. Millones de personas siguen poniendo su vida, salud, bienestar y felicidad en manos de farsantes: desde el psicoanálisis a la quiromancia, desde las dietas alcalinas a la meditación trascendental, desde la homeopatía al crudiveganismo; etcétera.
Cuando sucede «el milagro» nadie recurre a la posibilidad del efecto placebo, sino que recurre a difundir las bondades de la pseudo-basura; cuando toda esta pseudo-basura no funciona (el 99,9% de los casos), saqueado el bolsillo, a algunos todavía les quedan fuerzas para quejarse. Aunque los que se quejan lo deban hacer en nombre de quienes ya han fallecido aferrados a lo alternativo.