La Colombiana
Posted on 18 junio, 2015 By José Luis Muñoz Columnas, portada, Sonrisa vertical
Por José Luis Muñoz
Ya debe rondar los cuarenta años, pero cuando nació para el cine tenía veinticinco y parecía que venía para incendiar el celuloide. No fue así. Puede que le pesara demasiada telenovela sobre sus espaldas, que eso degrada. O sencillamente que no tuvo la suerte de que un director de postín se fijara en ella y la pusiera de moda. Se llama Angie—ni Angélica, ni Ángeles, aunque mirando sus ojos uno no pueda evitar pensar en ellos—Cepeda. Es colombiana, de Magangué, y su primer papel en el cine fue haciendo de la Colombiana, la visitadora que más clientes satisfacía del ejército femenino que el capitán Pantaleón Pantoja recluta para curar los ardores de la tropa amazónica en Pantaleón y las visitadoras, pero antes hizo reportajes fotográficos, desfiló por pasarelas y su rostro robaba el corazón desde las portadas de las revistas. Su presencia en la modesta versión que Francisco José Lombardi hizo de la excelente y divertida novela de Mario Vargas Llosa, fue de las que quitan el hipo.
Cuando Pantaleón Pantoja, siguiendo su propio reglamento, inspecciona las herramientas de trabajo de la Colombiana, se funde literalmente el fotograma y el espectador masculino lo entiende. ¿Qué admira el militar disciplinado y organizado hasta la obsesión? ¿Esos hermosísimos ojos verdes que lo miran con descaro? ¿La boca sensual de labios anchos y trazado perfecto, que sonríe con suficiencia? ¿El perímetro generoso de sus espectaculares senos, mostrados con orgullo? ¿Las piernas torneadas que no tienen fin y hacen de ella una amazona? ¿La circunferencia perfecta de sus nalgas alzadas? La Colombiana, Angie Cepeda, eclipsa la película; hace que la divertida sátira militar de Mario Vargas Llosa, su particular ajuste de cuentas con la milicia que siempre odió, quede relegada a un segundo plano y que la selva se estremezca con su balanceo de caderas.
Angie Cepeda es el resultado de injertar un rostro, de exquisitez renacentista, enmarcado por una cabellera exuberante, sobre cuerpo de pecado. No es extraño que Pantita sude cada vez que la ve, o que la tropa haga cola para disfrutar de sus prestaciones. Debió nacer de alguna concha marina esta Venus tropical de rasgos canónicos, medidas corporales a tono con la exuberancia del trópico y voz melosa, en alguna playa de aguas transparentes y arenas blancas, cercada por muro de cocoteros y palmeras. Arte hecho mujer, como si Horacio Altuna, el mejor ilustrador que tuvo Playboy, hubiera plasmado con su lápiz una fantasía erótica.
Después de haberla descubierto en Pantaleón y las visitadoras hace una eternidad, he repasado su filmografía y no he encontrado ningún título notable en dieciséis años. Hizo una película con Ricardo Darín y un film de terror rodado en Estados Unidos, del que nadie ha oído hablar. No he visto ninguna de ellas y recuerdo alguna aparición episódica en la ceremonia de los Goya, porque vive en España.
Todavía estás a tiempo de que alguien te descubra, colombiana.
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