Declaración de intenciones
Por Carlos Almira
Si alguien me preguntara en este momento qué es la Realidad, y yo le leyera por toda respuesta, este escrito, podría objetarme que todo esto son palabras, y con toda razón. Pero si insistiera en que yo le explicara o, mejor aún, le mostrara qué he querido decir con la expresión: “Realidad”, no me quedaría más remedio que extender el brazo y, apuntando con la barbilla y la mano, señalar todo lo que hay a mi alrededor, incluyéndome a mí mismo. Pero también este gesto encerraría un código, un saber sobre el mundo, sobre mí, un espacio y un tiempo compartidos. Un lenguaje. Si estuviéramos filosofando en este momento, por ejemplo, en un parque, se deslizaría la noción de parque, ocio, amistad. Ahora, supongamos que en vez de un adulto, el gesto lo hiciera un niño en uno de esos arrebatos de felicidad o de juego. O un animal, un perro, en medio de la carrera. ¿Y por qué no el mismo parque desde el “punto de vista” de la piedra que hay bajo mi banco? Del lenguaje y el saber, pasaríamos entonces a la emoción; de ésta, a la sensación; y de ésta…a nada. O mejor dicho, a algo no pensado, ni sentido, ni percibido de ninguna manera (hasta donde nosotros sabemos de las piedras). Pues bien, esa es la Realidad en sentido fuerte: esto es lo que hay en todo momento, aquí y ahora. Esta realidad no son los objetos de existencia. En rigor, podemos decir que es la misma siempre; era ya antes de nacer yo y seguirá intacta después, ahí, el día de mi muerte. Es una especie de túnel, de noche sin bordes, sin principio ni fin, por usar una analogía. Los objetos de existencia no son esa Realidad en sentido fuerte sino, en todo caso, lo más próximo que nos cabe a los humanos estar de ella. No hay pues el hombre en general; pero tampoco hay el hombre que escribe estas líneas aquí y ahora; sino “eso” que no se puede definir: Eso que es para cualquier objeto inanimado lo mismo que para mí aquí y ahora. Sin embargo, los objetos de existencia, el hombre que escribe estas líneas aquí y ahora, son acaso la única, la última oportunidad de gozo y lucidez que nos queda a los humanos junto a ese abismo.
De ellos quiero ocuparme en estos artículos.
Bois de Boulogne