Queca Campillo: más que una rubia de provincia
No sé, me importa un pito que las mujeres
tengan los senos como magnolias o como pasas de higo;
un cutis de durazno o de papel de lija.
Le doy una importancia igual a cero
al hecho de que amanezcan con un aliento afrodisíaco
o con un aliento insecticida.
Soy perfectamente capaz de soportar
una nariz que sacaría el primer premio
en una exposición de zanahorias;
¡pero eso sí! -y en esto soy irreductible- no les perdono,
bajo ningún pretexto, que no sepan volar.
Oliverio Girondo
A Dorothea Lange (1895-1965) le preocupaban las catástrofes simuladas, por ejemplo las condiciones laborales de los invisibles en tiempos de la depresión norteamericana de los años 30 o la reciedumbre de la subsistencia en el campo. Eva Watson-Schütze (1867-1935) veía por la estética, por hacer de una instantánea lo más parecido a un atardecer pintado. Lola Álvarez Bravo (1907-1993) dejó de hacer té y pastelillos franceses para saltar desesperadamente a un mundo impregnado del olor a testosterona y penetrar, con su tercer ojo, en la miseria de otros seres humanos, siempre con la idea clavada, remachada en la cabeza de señalar lo hiriente del tercermundismo. Vivian Maier (1926-2009) se veló, nunca fue, prefirió que alguien más ocupara su lugar. No conocimos sus gestos, ni siquiera su sombra, pero dejó más de 100 mil imágenes de su callejero deambular.
Ellas fueron mujeres “de digo y hago” que se expresaron por medio de las pupilas, que incursionaron en un mundo donde nuestro género poco figuraba, el de la fotografía. Hoy a sus nombres se integra necesariamente el de Angélica “Queca” Campillo (1950-2015), la atractiva güera de Cáceres con sed de viaje y de trote. La mujer que fotografió la España de la transición y siguió los pasos de Adolfo Suarez hasta países como Siria, Arabia Saudita y Yugoslavia. La sencilla acompañante de la realeza española, la amiga cotidiana del Rey Juan Carlos y la fotoperiodista que se asomó para descubrir qué más había allá afuera. Sus más de 30 años como reportera le permitieron mirar a detalle la dureza en los ojos de las mujeres iraquíes, la anestesia en el rostro de Kumari, la niña diosa de Nepal y la desesperanza en los cuerpos de los obreros golpeados por “los grises”, durante aquellas manifestaciones previas a la muerte del General Francisco Franco, el que dejó todo “atado y bien atado”. Eran los tiempos en que una rancia censura se interponía entre la cámara y el personaje, pero sobre todo, entre la imagen y la audiencia.
Quizás el haber estudiado Filosofía y Letras le proporcionó una visión de banda ancha con la cual capturó esas cosas que trasuda un país y el transmutar internacional hacia finales del siglo XX, como el golpe de Estado que derrocó al presidente Mijail Gorvachov en Rusia; acontecimientos que sin el trabajo de reporteros gráficos como Queca, habrían quedado diluidos en la historia. El Correo de Zamora (1972), El Pueblo de Castilla (1973-1982), la revista Tiempo y Grupo Zeta, fueron algunos de los medios en los que dejó registro visual de la ebullición política y social de un pueblo que debatía su Constitución e intentaba dejar de rendirle culto a las cenizas de la dictadura. Eran los tiempos en que Camilo José Cela ocupaba un escaño en el Senado.
Nigeria, Francia, Reino Unido, Tailandia, en todos sus viajes no dejó un momento para lo hueco, lo bostezable o lo inerte; en su lugar recopiló los retratos de ellas, las mujeres que después formarían parte de la exposición “Mujeres en plural” que abarca desde una gitana amamantando a su hijo hasta la primera presidenta de una comunidad autónoma o la misma Reina Sofía. Evidenciar el a veces imperceptible universo femenino fue una de sus victorias personales y una más de las permanentes batallas colectivas por expandir la equidad a todos los espacios del quehacer humano. Discreta, sonriente, audaz y comprometida con sus motivaciones, Queca se entendió a sí misma como una fotógrafa todo terreno que no dudo en aproximarse, apuntar al detalle y disparar. Eran los tiempos en que aún nos intrigaba la vida y preferíamos mirarla de cerca.
Premio Nacional de Periodismo Gráfico (1980), sus fotografías también aparecieron publicadas en París Match, Der Speigel y Times. Como Dorothea, Eva, Lola y Vivian, Angélica Campillo tampoco aceptó el No tan gutural que recibía y sigue recibiendo la mujer como respuesta al demandar una sociedad sin sexo. Por supuesto que ahora vivimos tiempos más afables; sin embargo, cuando escucho a mujeres que aún se disculpan por sentir lo que sienten, por escribir lo que escriben o por pensar lo que piensan, me tranquiliza saber que antes hubo otras, como Queca, a quienes el miedo, el remordimiento o la culpa no las hincaron ni las dejaron inmóviles al borde de la silla. Son las insurrectas que dieron el brinco y se pusieron a bailar. Sobra decir que esta cacereña fue mucho más que una rubia de provincia, ¿no les parece?
@gloriaserranos
* Fotografías tomadas de la web.