Mondoñedo, un cuento de Álvaro Cunqueiro
Por Antonio Costa
Fotos: Consuelo de Arco
Llegas a Mondoñedo, cerca de la costa de Lugo, y encuentras el pueblo donde vivió el mago Álvaro Cunqueiro. El que escribió “Merlín y familia” o “Si el viejo Simbad volviese a las islas” o “Un hombre que se parecía a Orestes” o “ El año del cometa”. Mi padre, un defensor de la literatura social, decía en los años cincuenta: “¿Es un escritor que se evade de la realidad? Sí. Pero hay que reconocer que lo hace con mucha gracia”. Tenía que llamarse Cunqueiro, le gustaba tomar cuncas (tazas) de vino con cerdo mitológico. Das vueltas por las calles de piedra encalada donde resuenan tus pasos. Observas la catedral con ojivas y con galerías que intiman con las galerías de enfrente. Ves su estatua en la plaza principal. Está con la piernas cruzadas, mirando hacia lo alto, como si quisiera comunicarse con las estrellas. Se nota que sabe comer exquisitamente y que le gusta escuchar historias sabrosas. Todas las calles son de piedra y están llenas de silencio.
Alvaro Cunqueiro jugó con los procedimientos de la noche y el sueño. Nació en Mondoñedo en Galicia y extendió sus historias a los cuatros vientos. Hizo algunos viajes reales y muchos imaginarios. Su obra es, diría Borges, toda una literatura, el equivalente de “Las mil y una noches” en Galicia. García Márquez lo admiraba mucho y en sus libros hay muchos Macondos y muchos magos Melquíades. Mezcló los tiempos y los lugares. Merlín tiene una posada en Galicia. Simbad se mueve por las islas gallegas. Ulises vive en una isla medieval . Italia se mezcla con Galicia. La poesía y el lirismo se unen al humor y la ironía. Y reivindica el cuerpo y sus glorias. La comida es también poesía. Escribió sobre gastronomía y disfrutó de la buena mesa. Su “Viaje por los montes y las chimeneas de Galicia” es una leyenda de los temas culinarios. El mundo corporal y el espiritual no se oponen, son una falsa oposición cartesiana. Así, hay un caballo invisible, pero se vuelve visible cuando tiene que orinar.
Un anciano gracioso que tiene una librería te dice que él inspiró el protagonista de “Merlín y familia”. La verdad es que no me acuerdo de ningún personaje que pueda inspirarse en él. Pero da igual, ves la librería con un caos de libros de varias épocas, ves al hombre cuando era muchacho en una foto en blanco y negro en el escaparate que parece escapado de la sustancia de las historias, y él mismo en el silencio de la calle contando recuerdos lejanos parece que te mete en una historia. Te alojas en el Seminario y un hombre con aspecto de polvorón de sacristía te apunta en el registro. Recorres los pasillos infinitos del claustro y entras en una habitación enorme donde pareces un obispo clandestino que mira la catedral y los montes. Y al día siguiente desayunamos Consuelo y yo solos en una sala con cientos de mesas donde una especie de fantasma te pone el café con tostadas.
“Las crónicas del sochantre” son las aventuras de un canónigo que por las noches viaja con muertos y calaveras. Lo llevan en una calesa a través de los montes y las posadas y cada uno le cuenta su historia. Cuando llegue la mañana todos van a desaparecer. De nuevo las revelaciones y las leyendas se realizan en la noche, que es el territorio de la pasión y de los secretos. Leemos historias de contrabandistas, de asesinos tristes, de pasiones desbocadas que no pueden contenerse, de erotismos graciosos, de curas que no pueden sujetarse en sus hábitos. Y todo lleno de gracia, en el sentido etimológico de la palabra. Para los cristianos, la gracia es lo que Dios nos regala, lo que nos salva. Para la vida corriente, una persona con gracia es una persona con encanto. Para la poesía, la gracia sería la inspiración. Y las historias de Cunqueiro rebosan gracia en todos los sentidos, incluso en los más ocultos. Están llenas de reminiscencias. Jugando nos transmiten los más hondos secretos.
Te acercas a la casa donde nació Cunqueiro. Hay una placa en la fachada que tiene su nombre lleno de sugerencias. Enfrente está una fuente con unos escalones que bajan y el agua que susurra anacronismos y orientalismos. Todo está callado, parece que todo el mundo está metido en un cuento o en el papel delgado de una edición de la Biblia. Dios sabe qué travesuras están preparando los trasgos de Cunqueiro en este mundo silencioso con evocaciones a lacón y a vino tinto.
Si te vas paseando llegas al Barrio de los Molinos. Las calles orillan el río y hay plazas que esconden tapas secretas. Hay canales que te secuestran y te dan el sabor de otras épocas. Todo parece mezclado en las memorias y las épocas históricas. Algunos le llaman la Venecia de Mondoñedo. Una calle te llevas hasta las Cuevas del Rey Centollo que dieron lugar a leyendas y obras literarias.
Al final de los Molinos está el Puente del Pasatiempo. El mariscal Pardo de Cela en el siglo XV se sublevó contra los Reyes Católicos y fue condenado a muerte. Sus amigos se movieron y consiguieron que los Reyes conmutaran la pena. Pero los enemigos los entretuvieron en el puente y el papel del perdón llegó tarde. Todo se quedó en nostalgia y melancolía. Parece una historia de Cunqueiro pero es la Historia con letras duras. Y es que la vida es tan sustanciosa y melancólica a veces como las historias de Cunqueiro. O viceversa.