Esta terquedad de leer
Por: Gloria Serrano Solleiro
«El hombre construye casas porque está vivo pero escribe libros porque sabe que es mortal.
Vive en grupo porque es gregario pero lee porque sabe que está solo»
Daniel Pennac
Hace ya un tiempo, leyendo A ustedes les consta, antología de la crónica en México (Era, 2010), obra de Carlos Monsiváis -el escritor y el ícono que hizo del humor una seducción literaria- tropecé con una frase que hasta el día de hoy escolta mi trabajo y da nombre a la bitácora digital y pequeño paraíso de las letras, el blog Escribir es poblar, un espacio que no es sino uno de los intemporales y jugosos frutos que proceden de esta terquedad de leer. No estoy contando nada nuevo, algo similar le sucedió a la escritora y lectora voraz Margo Glantz, quien recientemente publicó en el periódico La Jornada una serie de artículos relatando pasajes de su biografía colmada de viajes y anécdotas, inspirada en el Je me souviens (Me acuerdo) de Georges Perec (Hachette, 1978), el escritor francés que, a su vez, tuvo como principal motivación para su escritura el I Remember (Sexto Piso) del artista norteamericano Joe Brainard, libro escrito en 1970 que presenta un caleidoscopio de párrafos echados al aire, recuerdos dispersos e imágenes que inician con la frase Me acuerdo.
De la misma forma, el Me acuerdo de Glantz hace un recorrido por la historia, la suya propia y la del mundo contemporáneo, saltando espontáneamente de un lugar o de un personaje a otro, tal como sucede con los recuerdos que nostálgica, amarga o dulcemente resguarda la memoria:
Me acuerdo que me dio mucho gusto que Nuri Bilge Ceylan, el cineasta turco, autor de películas extraordinarias, haya ganado la Palma de Oro en el Festival de Cannes.
Me acuerdo que cuando veo las fotos de mi nieto recién nacido, me entra un sentimentalismo a lo Sara García.
Me acuerdo que acaba de abdicar el rey de España, Juan Carlos I.
Me acuerdo que estuve en Inglaterra cuando la reina Isabel era joven y guapa.
Me acuerdo que siento la obligación de escribir, cuando menos un tuit diario.
(Me acuerdo XV, La Jornada, jueves 5 de junio de 2014).
Consecuencia del introspectivo ejercicio de recapitular la vida, en 2014 esta viajera incansable publicó el libro Yo también me acuerdo (Sexto piso) en cuyas páginas deja desperdigados momentos en apariencia triviales y situaciones varias, mostrándonos además la fabulosa capacidad de la mente para dilatar la propia existencia, sin remedio fugaz, a través del acto de evocar:
Me acuerdo que mis colibríes brillan por su ausencia, abandonan mi suave patria, es decir, mi invernadero.
Me acuerdo que se me olvida poner veladoras en el aniversario de la muerte de mis padres.
Me acuerdo que Octavio Paz pensaba que hablar de Sor Juana Inés de la Cruz era como hablar de sí mismo.
Leer a aquellos que gustan de convertir la inteligencia en palabra, como sucede con los aforismos, nos lleva a mirar la vida desde un número inagotable de ángulos, todos sugerentes y de significación infinita, que (por si no bastara) poseen las virtudes de propiciar la reflexión en nuestra sinuosa búsqueda de sentido, de ser génesis de nuevos pensamientos a partir de conversar con nosotros mismos y de completar el círculo desencadenando, de nuevo, la ya de por sí reiterada terquedad de leer. No podría ser de otra manera, ¿qué mente no se agita leyendo, por ejemplo, el Manifiesto del subversivo Pedro Lemebel, el que habla por su diferencia?
Pero no me hable del proletariado
Porque ser pobre y maricón es peor
Hay que ser ácido para soportarlo
Es darle un rodeo a los machitos de la esquina
Es un padre que te odia
Porque al hijo se le dobla la patita
Es tener una madre de manos tajeadas por el cloro
Envejecidas de limpieza
Acunándote de enfermo
Por malas costumbres
Por mala suerte
Como la dictadura
Peor que la dictadura
Porque la dictadura pasa
Y viene la democracia
Y detrasito el socialismo
¿Y entonces?
¿Qué harán con nosotros compañero?
¿Nos amarrarán de las trenzas en fardos
con destino a un sidario cubano?
Y ¿a quién no se le agranda el alma con Miguel de Unamuno y su ¡Adentro!?
¡Nada de plan previo, que no eres edificio! No hace el plan a la vida, sino que ésta lo traza viviendo. No te empeñes en regular tu acción por tu pensamiento; deja más bien que aquélla te forme, informe, deforme y transforme éste. Vas saliendo de ti mismo, revelándote a ti propio; tu acabada personalidad está al fin y no al principio de tu vida; sólo con la muerte se te completa y corona. El hombre de hoy no es el de ayer ni el de mañana, y así como cambias, deja que cambie el ideal que de ti propio te forjas. Tu vida es ante tu propia conciencia la revelación continua, en el tiempo, de tu eternidad, el desarrollo de tu símbolo; vas descubriéndote conforme obras.
Formar, informar, deformar y transformar son justamente las facultades que esconde cada lectura y cada pluma, esos interlocutores sagaces que con su elocuencia nos ayudan a aceptar el hecho de que no somos gigantes, sino solamente seres humanos conformados de historias que se van escribiendo en el diario caminar y a veces a campo traviesa. Son narrativas dolorosamente verdaderas como las que recoge la sensibilidad el escritor uruguayo Eduardo Galeano en el libro Los hijos de los días (Siglo XXI, 2012):
En 1919, la revolucionaria Rosa Luxemburgo fue asesinada en Berlín. Los asesinos la rompieron a golpes de fusil y la arrojaron a las aguas de un canal. En el camino, ella perdió un zapato. Alguna mano recogió ese zapato, tirado en el barro. Rosa quería un mundo donde la justicia no fuera sacrificada en nombre de la justicia. Cada día, alguna mano recoge esa bandera. Tirada en el barro, como el zapato.
Y relatos como los de la antropóloga social Rossana Reguillo Cruz, quien domina el arte de trastocar con las palabras y enfrentar a sus lectores, lo más llanamente posible, con aquellos personajes que han aprendido a “gestionar el dolor sin salpicarse”:
De entre los innumerables carteles, pancartas, dibujos que los manifestantes de Occupy Wall Street han venido utilizando, hay uno que me sigue pareciendo especialmente relevante para entender la atmósfera de la época convulsa que atravesamos. La portaba un joven menor de 20 años, en la primera toma del puente de Brooklyn allá por los intensos días de octubre de 2011. A paso lento y sin mezclarse con otros manifestantes, el rostro de ese joven me impresionó para siempre, mitad tristeza enorme, mitad enojo sin límite, su pancarta decía: If you are not angry, you are not paying attention.
(Ayotzinapa, el nombre del horror, Revista Anfibia)
A la expresión “si no estás enojado es que no estás prestando atención”, agregaría esta otra: si no estás enojado es porque tampoco estás leyendo lo suficiente. Nuestra mente, semejante a una máquina de vapor, requiere para su funcionamiento de combustible, sin el cual no es capaz de interpretar y reinterpretar el mundo. La lectura es precisamente ese material capaz de liberar la energía que propicia todo un proceso cognitivo, una decodificación y el desarrollo de habilidades que se traducen en el despertar de la conciencia y en un hormigueo que se vuelve acción o respuesta a los múltiples problemas que atraviesan nuestras sociedades. Es gracias a esta terquedad de leer, que también podemos hallar centro y serenidad cuando la vida moderna nos abruma o cuando en palabras de Jorge F. Hernández, el escritor que se escribe a diario, nuestro color es el azul saudade.
Y más, mucho más. Leer es un diálogo demoledor, un juego de doble vía que no solo implica “oír las voces”, sino realizar un esfuerzo individual para subir un par de escalones en esa experiencia interior de abstracción, la que nos permite tomar distancia del presente y de los sucesos para visualizarlos en su justa dimensión. Es además, el recurso por excelencia para dejar de ser rehén de dogmas y atavismos que obnubilan la razón. Pero también son destellos de ingeniosidad y gente que observa próvida el paisaje y cuenta bien lo que ocurre, como el cronista colombiano Alberto Salcedo Ramos:
A través de las expresiones culturales, Colombia se ve como un país distinto al que nos muestran en la prensa del día a día: más laborioso, más humano, más apegado a Eros que a Thanatos. Un país cuyos habitantes resisten y acentúan el sentido de pertenencia por medio de sus tradiciones. El fogón donde se cocinan los dulces de la abuela y el patio donde resuenan las melodías de nuestros festejos populares son los símbolos más espontáneos de nuestra nacionalidad. Meterse en el alma de nuestras fiestas y oficios es descubrir historias de lo que pudiéramos llamar el “lado B” de Colombia. Digo lado B no porque le falte importancia para ser el A, sino porque los medios tradicionales relegaron el cubrimiento de la cultura popular a las páginas traseras o lo convirtieron en relleno de las secciones de farándula.
(La cultura, la vida, El Colombiano 11 de enero de 2015).
Y gente de espíritu crítico, buenos referentes como el semiólogo italiano Umberto Eco, que se aleja del espectáculo mediático para filosofar y ofrecernos un minucioso y corrosivo desmenuzado de los grandes temas de la actualidad, advirtiéndonos en el empeño que nuestro andar social es similar al de un crustáceo.
Los hombres de hoy no sólo esperan, sino que pretenden obtenerlo todo de la tecnología y no distinguen entre tecnología destructiva y tecnología productiva. El niño que juega a la guerra de las galaxias en el ordenador usa el móvil como un apéndice natural de las trompas de Eustaquio, lanza sus chats a través de Internet, vive en la tecnología y no concibe que pueda haber existido un mundo diferente, un mundo sin ordenadores e incluso sin teléfonos. Pero no ocurre lo mismo con la ciencia. Los medios de comunicación confunden la imagen de la ciencia con la de la tecnología y transmiten esta confusión a sus usuarios, que consideran científico todo lo que es tecnológico, ignorando en efecto cuál es la dimensión propia de la ciencia, de ésa de la que la tecnología es por supuesto una aplicación y una consecuencia, pero desde luego no la sustancia primaria.
(El mago y el científico, El País, 15 de diciembre de 2002).
Hoy los sucesos locales y globales nos obligan a mirar la casa de uno para comprender qué estamos haciendo con nuestras relaciones, con nuestros barrios y ciudades, con nuestros países y con el planeta; pero para dejar registradas las lecciones más nos valdría hacerlo con ojos de lector. No pretendo convencerlos de nada ni quitarles la alergia a la lectura si es que la tienen, ya lo dijo el escritor francés Daniel Pennac en Como una novela (Anagrama, 1993): «el verbo leer no soporta el imperativo. Aversión que comparte con otros verbos: el verbo amar, el verbo soñar». En este entendido, los párrafos anteriores son, todos, simples retazos variopintos de los que hoy me acuerdo y que comparto a manera de sutil provocación para que corran el riesgo y sean ustedes mismos, quienes comprueben lo que sucede cuando saboreamos el destilado de sapiencia que resulta de ejercer, de manera libre y atrevida, la nunca fútil terquedad de leer.
@gloriaserranos