Macondo/ Macedonia
Por Antonio Costa
El mago Melquíades llevó a Macondo, según García Márquez, todo el saber de los alquimistas de Macedonia. Y el corazón de San Naum late en su tumba después de mil años. Casi nadie habla de Macedonia. Sin embargo tiene latidos y magia. Es un país apasionante.
Un verano entré desde Albania con Consuelo, que es de cerca de Macondo. Pasamos por Ohrid. El lago Ohrid tiene tres millones de años y tres kilómetros de profundidad. Y su belleza deja sin aliento. En la ciudad de Ohrid recorrimos los laberintos que bajan hacia el agua, pasamos por playas ocultas siguiendo las pasarelas , visitamos las iglesias bizantinas llenas de iconos mágicos. Saludamos a Cirilo y Metodio, los que inventaron el alfabeto cirílico, junto al puerto. Recordamos a los grandes poetas del mundo entero (Allen Ginsberg, Rafael Alberti, Evtuchenko) que durante muchos años se reunían allí al lado en las Noches de Struga. Recitamos el poema de Leopoldo de Luis sobre el ángel con solo un ala de un icono en San Clemente (“la libertad no tiene más que un ala,/ no tiene más que un ala la alegría”).
El cuidador de Sveti Jovan nos ofreció el vino que sobró de una boda. Estábamos sobre una mesa de piedra al anochecer y mirábamos caer la noche sobre el lago y hablábamos en francés de los tiempos de Yugoslavia y el hombre nos contaba un viaje que hizo en un autobús de estudiantes a Cataluña y como se emborracharon un domingo en una cueva llena de cava. La última noche las aguas del lago se agitaban, y sentía una nostalgia insoluble, y jugábamos sobre una balsa de plástico simulando tormentas en alta mar. Y el dueño del apartamento que alquilamos nos invitó a una botella de vino en su jardín y también nos hablaba de Tito y de que en aquella época se movían libremente por toda Yugoslavia sin dinero y sin problemas, y que aquello fue un precedente de nuestra Unión Europea.
En Skopie, la capital, miramos el reloj parado para siempre a las cinco de la tarde en la estación de tren, rota por el terremoto del 26 de julio 1963. Pero el tiempo sigue en el barrio turco, donde hay baños, mezquitas y caravasares. En la Vinoteca Temov tomamos vino Stobi mientras escuchábamos el “Cheek to Cheek” de Ella Fitzgerald. Entramos en el monasterio de Sveti Spas con un iconostasio alucinógeno.
Miramos el castillo enorme, en cuyos subterráneos desaparecieron los animales de “El tiempo de las cabras” de Luan Starova. Los comunistas decidieron urbanizar y registrar a todo el mundo y los campesinos llegaron a la ciudad con sus cabras. Y los funcionarios preguntaban la religión y la identidad de las cabras.
Observamos el arte desmelenado por las calles, muchachas de bronce que van de compras, un mendigo que extiende las manos, una mujer roja que se mete en el río Vardar. Vimos la casa de la madre Teresa de Calcuta que nació en Skopie. Admiramos el edificio de Correos que hizo un discípulo de Alvar Aalto. Miramos a Alejandro Magno flotar con su caballo entre aguas de colores y música de Beethoven en la plaza de Macedonia.
En el bohemio barrio Debar Consuelo conspiró con la camarera de un pub para que yo escuchara bajo los álamos a Leonard Cohen. Y en otro local preguntamos por Milko Manchesvski, el director de “Antes de la lluvia”. El hombre llamó por teléfono y nos dijo que Milko estaba de viaje en California y nos habría recibido con gusto. Y yo le dejé un ejemplar de mi libro “La calma apasionada”.
En el albergue de Bob un oficial kurdo del ejército de Irán nos contó como escapó por las montañas hacia el Kurdistán iraquí. Nos contó sobre la región autónoma del Kurdistan al norte de Irak, que era prácticamente independiente, y que era mucho más segura y visitable que el resto de Irak. Su hija era muy espabilada y había montado un negocio de importación en Holanda e iba a buscar productos a Macedonia porque eran muy baratos.
Y salimos en autobús hacia Tesalónica. Antes había un tren , pero los griegos lo cerraron unilateralmente. Los griegos tienen un cabreo porque dicen que ese país debería llamarse Skopje, que la única Macedonia de verdad es una provincia al norte de Grecia . Pasamos por la tierra del vino de Tikves y orillamos las ruinas de la antigua Stobi, donde Juan de Stobi reunió fragmentos de cientos de autores antiguos y nos pasó el hilo a nosotros para que no perdiéramos el contacto con la Antigüedad. Habíamos pensado en ir a la tierra mágica de Mariovo , llena de ciervos y pueblos solitarios, donde los franceses en la primera guerra mundial dejaron enterradas varias toneladas de coñac y ahora algunos campesinos se emborrachan y se niegan a revelar el emplazamiento exacto. También planeamos ir a santa Nedela , colgada sobre el lago Matka, o a Bitola, con sus cafés literarios y sus recuerdos de la vía Egnatia que llevaba de Roma a Constantinopla, pero no fuimos. Pero al volver sí que escuchamos la música de Anastasia , y vimos las películas de Milko Manchewski.
FOTOS: CONSUELO DE ARCO