Susurremos sobre Cracovia

 

 

Por Antonio Costa

Cracovia es tan maravilloso como Praga pero nadie habla de ella. Es tan misterioso y tan gótico y tan bien conservado. Y tiene tanta reminiscencia cultural y legendaria. Pero mucho mejor así, que casi nadie lo sepa. Así nos evitamos las riadas de turistas apresurados, las constelaciones de rebaños en torno a un tipo con una sombrilla que les suelta frases de folleto. No se lo digáis a nadie, vamos a susurrar sobre Cracovia.

No digáis que hay un mercado de paños gótico del siglo XV en la plaza mayor con un túnel con crucerías en que se venden artesanías fantásticas. No digáis que uno puede meditar perdido en el tiempo en los soportales que flanquean el mercado a los dos lados No digáis que toda la plaza Rynek es tan increíble como las plazas de Praga, que hasta allí casi llega el aliento nevado de los montes Tatra y que en el sótano de la torre del Ayuntamiento se puede tomar vodka atravesando los siglos.

No digáis que allí vivió Witkiewicz , el autor de “Insaciabilidad”, el pintor y escritor bohemio que nació en los Cárpatos y llenó los sótanos de Cracovia con sus fantasías atormentadas. Y Przybyiszewski, el autor de “Los gritos”   que curiosamente amó a una mujer que inspiró “El grito” de Edward Munch a la que más tarde asesinó en el Cáucaso otro amante desesperado. No digáis que allí estuvo la revista Zycie (La Vida) con su círculo de los decadentes polacos, a su manera nietzscheanos y endemoniados. Ni que allí estuvo Tadeusz Kantor que trastornó el teatro del siglo XX. Ni que Cracovia fue la capital de un imperio polaco que conquistó Moscú.

No digáis que por allí paseó Georg Trakl, el gran poeta del expresionismo centroeuropeo que soñó con hermanas pianistas, jardines pálidos y extranjeros leprosos, al que acompañaba con fervor Rilke, al que Witgenstein admiraba tanto que le cedió de forma anónima una parte de su riqueza. No digáis que aquello fue uno de los corazones del imperio austrohúngaro, donde bullía la libertad y ardor de aquel delirio de culturas que fue Austria- Hungría. Tenía que ser asombroso pasear por las sombras históricas de aquellas calles de piedra a principios del siglo XX.

En agosto de 1992 fui allí a pasar unos días después de comprar un jersey de lana de oveja en los montes Tatra y visitar el lago en la cumbre Ojo del Mar. En todos los bares vi fotos sugestivas, poemas en polaco, programas de funciones teatrales. La cultura se respiraba, se diluía en el vodka. Estuve en el Museo Czartorisky y contemplé “La bella ferretera”, de Leonardo da Vinci. Me había estado esperando con su expresión enigmática durante siglos y no la decepcioné. Mientras la miraba sonaba un piano en la calle en alguna parte y sus notas llegaban sutiles a través de la ventana abierta. Una funcionaria rígida y poco musical cerró de golpe la ventana y acabó con el encanto. Pero no le hagáis caso.

No digáis que se puede caminar en la oscuridad por la grandiosa iglesia de Nuestra Señora y contemplar un retablo de Veit Stoss lleno de arrebato gótico. Que en una plaza dormida hay un diosecillo machadiano soñando en una fuente. Que en muchos rincones la ciudad se queda así absorta e irreal.

No digáis que uno puede caminar por el cinturón de jardines densos que sustituyen a las antiguas murallas. Que se ven fachadas modernistas, remates barrocos. Que se puede subir a la catedral de Wawel en la colina y sentir sus naves negras y brillantes. Que uno se imagina allí como se coronaban los reyes Jagellones. Que uno se puede asomar al palacio de Wawel y ver debajo la cueva donde se escondía el dragón. Fue un dragón el que fundó Cracovia, se enamoró de una princesa o algo así, y la arrebató con su pasión, pero supongo que vino un héroe más fashion y se la llevó ( no sin antes robar la energía y los secretos del dragón, es lo que pasa siempre).

Estuve en el café de los Estudiantes y bebí cerveza largo tiempo entre evocaciones de todas clases. Una mañana un montón de curas y monjes con mochilas y sandalias salían a caminar hasta la Virgen de Chestokova. Sí, una mujer divina y un dragón están en el origen de Cracovia y le dan todo su encanto y encienden sus intimidades. Es una ciudad tan hermosa, tan colmada de recuerdos, tan llena de espíritus como Praga. (Y también Wroclaw, pero esa se conoce todavía menos. Vi a un joven arlequín haciendo payasada en Cracovia y lo encontré un mes más tarde en Wroclaw). Pero vosotros no digáis nada.

 

 

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