La linterna más misteriosa de París
Por Antonio Costa
Fotos: Consuelo de Arco
Me gustaba acordarme de Gerard de Nerval en Paris, el de “Aurelia” que anunciaba todos los sueños del surrealismo, el de “Silvia” que precede todas las sutilezas del recuerdo de Marcel Proust, el que tradujo el “Fausto” al francés e hizo decir a Goethe que era mejor que su propia obra, el autor de “Las quimeras”, el que hizo un “Viaje a Oriente” que cautivó a toda Europa, el que trajo el romanticismo más visionario, el que vivió tanto sus sueños que acabó perdiéndose en ellos, el Desdichado que en su torre abolida siente el sol negro de la melancolía entre los suspiros de la santa y los gritos del hada, era un autor muy querido por mí, cuando era niño leí en ediciones antiguas de La Novela Semanal “Aurelia” y “La mano encantada”, quería saber donde estaba la calle de la Vieja Linterna donde se colgó de un farol, cuando vio que nadie comprendía nada y que toda su fama era un malentendido y que la actriz Jenny Colon a la que convertía en la diosa Aurelia con mas furor que Petrarca convertía a Laura en laurel o aura, y que mas tarde Robert Desnos convertiría a su amada en la Misteriosa.
Nos alojábamos en un hotel muy barato en el Marais, y vagábamos por las noches bajo la lluvia de invierno mirando la fuente de Tinguely o la iglesia gótica de Saint Merri o El barrio del Reloj donde El defensor del Tiempo defiende las Horas contra el Dragón y de repente creo que en la calle Saint Martín, 168 vimos una placa que decía que allí había nacido Gerard de Nerval, y muchas veces íbamos a Montmartre a callejear y ver cada vez más detalles y secretos, y varias veces en la calle Norvins vimos el Sanatorio donde estuvo internado una temporada con un medico que parecía apreciar bastante su poesía, y me lo imaginaba allí dentro solo, ahora mismo convertido en fantasma, en presencia del pasado, alejado de las multitudes de turistas que se apretujan en la Place du Tertre para mirar cromos simplones y no saben ni siquiera que él existió algún día, que él está escondido detrás de aquellos cristales en los días de lluvia, mirando enfrente la Cofradía de Montmartre donde se reunían los amantes del vino y la calle Poulbot que baja con sus adoquines y la calle de los Álamos que lleva a la taberna Le Lapin Agile donde todavía hay actuaciones como en el viejo Montmartre y una vez regalaron una canción a Consuelo por su cumpleaños, y luego bajábamos por la avenida Junot y alrededores en medio de curiosidades secretas, como la casa que hizo Adolf Loos o el hombre que sale de las paredes o los balcones sobre hierros sutiles escondidos en el callejón Villa Leandra , y cruzábamos desde la plaza Dalida por la Alameda de las Nieblas donde se veía el Castillo de las Nieblas, donde él vivió también algún tiempo mientras inventaba en sus nieblas oníricas sus sueños tan vividos, o recreaba su Oriente literario.
Y en el cementerio Pere Lachaise yo no iba buscando famosos por ser famosos sino a las personas a las que yo amaba de verdad, como Chopin, o el secreto Balzac de “Serafita” que pocos conocen, y me emocionaba muchísimo encontrarme con esa columna enigmática que sale de su tumba, que es como su imaginación ligera y sugestiva, como esa llama de aliento sobre la que él se sujetaba igual que sobre el fuego, y no sobre pesados catafalcos como los grandes burgueses o las grandes glorias literarias, no, yo quería ese monolito delicado y desnudo, esa especie de Columna de la Memoria que no pesa y que parece tan onírica como su aliento, y nos pasábamos allí horas admirando esa discreción, esa humildad apasionada, esa columna secreta detrás de la cual duerme su recuerdo.
Pero lo que yo quise siempre fue saber donde estaba la calle de la Vieja Linterna donde se colgó , quería acompañarlo en sus últimos momentos junto a un farol que fuera sucesor del farol que lo levantó en el aire, que emitió aquella luz leve y mágica como su alma que se esbozó fantasmal en París, leve y apasionada e incomprendida, e hice un montón de averiguaciones en mil libros, en mil páginas, en revistas antiguas, en archivos, en recuerdos de recuerdos, en suposiciones, y daba vueltas por todo París tratando de intuir ese lugar, e íbamos a un jardín muy cercano a nuestro hotelito, el jardín que estaba al pie de la Tour Saint Jacques donde empieza el camino de Santiago, una torre de evocaciones esotéricas y alquímicas como a él le gustaría, y en una enorme piedra descubrimos por casualidad grabado su poema mas enigmático y apasionante : “Yo soy el tenebroso, el viudo, el desconsolado, /el príncipe de Aquitania de la torre abolida,/ mi única estrella ha muerto, y mi luto constelado/ lleva el sol negro de la melancolía”, puede ser el sol de la tristeza y la muerte, pero también el sol de la noche y el secreto, la obra en negro de los alquimistas, el volver todo a los orígenes como ellos querían , puede ser la noche que él amaba, y la melancolía también es apasionamiento y revelación y apertura a lo desconocido como decía Rilke en la última de las Elegías, allí estaba su poema maravilloso que miles de personas han tratado de comprender, pero no hay que comprender las cosas, dice Rilke, sino vivirlas, y así debemos sentir el poema de Nerval, y finalmente descubrí que la calle de la Vieja Linterna estaba en el siglo XIX precisamente donde ahora está ese jardín al pie de la torre Saint Jacques, en una prolongación del Marais cerca del Ayuntamiento, y por fin allí nos sentimos reunidos con él en la noche de su ultimo aliento, y nos sentamos en un banco a mirar como pasaban los niños y a leer en voz alta una y otra vez ese poema inagotable, y nos quedamos en paz, y sentimos a Nerval con más pasión que nunca, y sabemos que París también vale la pena por Nerval, por si hiciera falta algo más para valer la pena en ese París “que no se acaba nunca”.
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