Leo, el que escribe su historia

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Por Patricia Iriarte

 

El poeta Leo Castillo, escritor, filólogo, traductor y corrector de estilo, decidió hace tres años que se iba a vivir a la calle, como un indigente más de Barranquilla. Dos años después regresó a “la vida civil” para demostrarse a sí mismo que él era el dueño de su propia historia. Que cuando la sociedad ya lo consideraba perdido en la droga, excluido para siempre, irrecuperable, él iba a demostrar que podía cambiarle el final a la historia. Escribirle, si quería, su propio happy end.

La entrevista se realizó a mediados de este año en una habitación que Leo había alquilado en el barrio Boston. Eran más de las diez de la mañana y el poeta estaba en ese momento ocupado en “la novela”, que escribe a mano, con bolígrafo, en cuadernos escolares. Por supuesto, me leyó unas líneas que se me antojaron impetuosas y fieles a su estilo. Después de aquella conversación hemos continuado viéndonos con frecuencia: en el Festival de Jazz, en Caza de Poesía, en Lunabril y en habituales eventos de la agenda cultural de la ciudad.

Leo anda afeitado, aunque a veces se deja una barba de tres días más para ir con una moda reciente entre los hombres que por descuido personal. Se le ve sereno y de buen humor casi todo el tiempo. Ahora que gana un dinero dictando talleres de expresión oral y escrita en las Casas Comunales de Cultura, muchos no lo reconocen. A veces, cuando alguien le dice que han visto por la calle a un hermano suyo en un estado lamentable, él asiente y dice que, en efecto, es su hermano indigente. Pero otras ocasiones decide sacar del error a su interlocutor, diciendo que no hay tal hermano, que se trata de él mismo, sólo para encontrase con un gesto de asombro:

“― ¿¡Cómo!, te recuperaste?”

Leo se lanzó a la calle una noche de octubre del año 2004. Su cama fue, por varios meses, una de las bancas de cemento de la antigua sede de la Universidad del Atlántico, en la carrera 20 de Julio. Allí estaba el 31 de diciembre de ese año, mientras la ciudad se entregaba al acostumbrado festejo. Allí yacía, inmensamente solo, cuando sintió en torno suyo una agradable presencia:

 

Beso

de música en la piel

fresca hasta el alma

tu lanza leve errante amor.

 

La brisa, esa brisa decembrina que le da a Barranquilla un hálito único, espantó aquella noche su soledad y le trajo un nuevo poema. Como otras veces lo hicieron un gato, una prostituta y hasta una rata, entre otros seres de la calle. De la banca pasó al puente peatonal que se eleva sobre la carrera 43, en ese punto.

Allí fue a parar Leo Castillo. Tenía 43 años y estaba sumergido en el abismo de las drogas. Su cuerpo era pasto del basuco, al que en la calle apodaban “El Campeón” porque nadie lo había podido derrotar. Ahora quizás tengan que cambiarle el nombre, porque él, Leo, el poeta indigente, el repudiado, el rechazado, el marginal, puede decir que lo ha vencido, y que volvió, como Orfeo, coronado del infierno.

 

A rastras y al fondo

como pude

peldaño tras peldaño

escalé la empinada la estrecha escalera

para acabar en esta azotea abisal

contigua a este solo cielo podado de rosas.

 

El espacio en el que habita ahora tiene una cama sencilla, una silla y muchas cajas de cartón con cientos de ejemplares de su libro de poemas De la acera y sus aceros, que el Instituto Distrital de Cultura y Turismo le entregó como pago por sus derechos de autor. No tiene más posesiones; no tiene computador ni máquina de escribir. Su biblioteca es su cabeza. Antes de llegar a la indigencia Leo se ganaba la vida con traducciones del francés y correcciones de estilo para escritores y casas editoriales. Su cultura literaria es vasta y su memoria, ejercitada con los clásicos, le asistió puntual en cada recital que improvisaba, alucinado, en medio de la calle, en la mitad de un coctel o al margen de una exposición. Y aún le permite cerrar el libro y decir en voz alta sus versos ya crepitantes, ya lacerantes, ya delicados.

En esa habitación me recibió una mañana vestido con una camisa color naranjada, pantalón de dril caqui y chancletas. Se había publicado, días antes, una entrevista suya en el periódico local, pero tanto él como los lectores que lo conocíamos, sabíamos que había mucho más que decir. A Leo había que confesarlo, había que sacarle los detalles del exilio en su propia ciudad y su regreso a ella como un “ciudadano de bien”. Había que preguntarle adónde se había ido su rebeldía, adónde su desprecio por la sociedad, adónde su adicción a las drogas. Según contó esa mañana, había comenzado con el alcohol a una edad demasiado temprana. “Eso comienza con un movimiento imperceptible – dice­–, de una manera muy fácil. Yo comencé a los 13 años y a los 17 ya era alcohólico”.

 

 

De las cosas difíciles

“Cuando tú eres alguien que viene del mundo normal, cuando te conoce mucha gente, lo más difícil de la calle es defecar. Debes asegurarte de que nadie te va a observar durante esos 10 o 15 minutos…y ¿cómo lo haces si estás en la calle y no tienes acceso a espacios privados? ¿Qué tal que una amiga que pase por ahí te vea bajándote los pantalones? Uno puede estar en la calle pero hay niveles de pudor que no quieres vulnerar. En cualquier lugar no te puedes agachar porque todo está parcelado, cada metro de la calle tiene dueño. Entonces te toca ingeniártelas, ver cómo burlas la vista del otro. Todo esto te crea unas complicaciones terribles. Defecaba en una bolsa para no ensuciar la ciudad, después la amarraba y la tiraba en los solares enmontados o en canecas.

“Dormir también tiene sus vicisitudes – explica pacientemente, como un profesor en una clase sobre Cómo sobrevivir en la indigencia. Tienes que tener un ‘parche’, porque todos los indigentes tienen un ‘parche’, y el mío no estaba debajo de un puente sino encima, en un puente, un lecho sin techo.”

 

Allá llegaba más pronto la lluvia, con sus goterones sorpresivos en mitad de la noche, o el sol puntual de las seis a tostarle la cara; y los sujetos que venían a golpearlo sólo por ser un indigente. De todo eso y más habló Leo adoptando una voz en segunda persona que en ese momento le permitía distanciarse de lo narrado o lograr, quizás, que yo me pusiera en sus zapatos, adjudicarme su experiencia, tratar de meterme en las situaciones que él había vivido y padecido durante largos meses.

“La otra cosa es el sexo. Tienes sexo con otros indigentes, generalmente a cambio de droga. Estás consumiendo y el que no tiene llega y se te acerca y entonces tienes la posibilidad de sexo mercenario… Bueno, eso si eres solitario, porque hay parejas también. Así como hay parejas de obreros, de intelectuales… según las profesiones ¿cierto? (risas). Así como millonarios con millonarias, actores con actrices, así están las parejas de indigentes.

Bañarte es un poco más fácil -te bañas vestido- porque en Barranquilla el sol seca muy rápido la ropa que no te puedes quitar en la vía pública. Comer no es tan difícil; simplemente llegas a un lugar donde estén comiendo y ya. La comida no la niegan, eso es curioso; la gente no te niega eso, lo que te niegan es la plata porque la gente ya se sabe el truco: el dinero es para la droga. A menos que te digan: la comida o nada, entonces aceptas la comida.”

 

Día sin tiempo

 

¿Alguna vez te tocó sacar comida de la basura?

Claro, yo era un indigente con todas las de la ley. Hacía lo que todos los demás; hay un lenguaje, un código, una manera de comportarse y si no cumples o no calificas, fácilmente puedes sucumbir. Entonces te conviertes en un verdadero habitante de la calle, con todas sus trazas.

La otra cuestión son tus amigos… Como se va retirando la familia se va retirando la sociedad…y se retiran los amigos. Mientras yo estuve en el puente elevado de la universidad no llegó ninguno de los amigos intelectuales a verme jamás. Durante dos años estuve allí y fueron de absoluta soledad.

 

¿Y ellos sabían que estabas allí?

Sí, claro, ellos sabían, pero no iba nadie a verme. Eso es muy curioso, sobre todo teniendo en cuenta que la cultura literaria propicia un desarrollo espiritual que debería estar por encima de todas esas cosas. Tú sabes que existió un Diógenes, sabes de un Crates que llegó a decirle a Diógenes: “tu tonel es superfluo.” En la literatura francesa hay casos incluso de delincuentes, como François Villon, que robó el tesoro del Gran Colegio de Navarra. Pero aunque se supone que tienen un precedente cultural para entender estas cosas, te ven como alguien que está en la indigencia y en la droga y ya, no te relacionan con algún estrato intelectual, no piensan que un intelectual puede escribir en la calle. Recuerdo que un amigo poeta me dijo una vez que no entendía cómo yo escribía, y le dije: yo para escribir solo necesito una hoja de papel y listo… ¡se escribe en cualquier lugar!

 

Entonces siempre tuviste papel y lápiz

Claro, eso la calle no te lo puede impedir. Yo llegaba a los eventos culturales (hasta donde me lo permitían los gerentes de la narcoparapseudocultura nuestra), llegaba hasta sus cuevas y les metía allí mis papeles ¿Qué sucede? Que se sabe que estás produciendo cultura, pero la pacatería de la sociedad convencional llega a ser reproducida por los mismos intelectuales, entonces no quieren saber nada de ti, no quieren que te les acerques, no quieren que les hables siquiera, te ven y se cruzan para el otro lado, te azuzan sus perros. No es que sea una cosa dolorosa para mí, es una enseñanza.

 

Pero cuando llegabas drogado a esos sitios nadie te soportaba

Si, tal vez, pero tampoco era tan exagerado que no pudiera ser tratable; se pasaban de pacatos y discriminadores. Te digo que a veces llegaba a los estaderos a decir mis poemas de memoria y me golpeaban. Fui herido en la cabeza, en las costillas… todo mi cuerpo impactado por la intolerancia.

 

El intelectual, el Estado, el sistema

“Por otro lado, tenemos un Estado invisible, inexistente. Vivimos en un Estado donde el intelectual no tiene ninguna protección. Ni el intelectual ni el no intelectual; escribir no debe dar ninguna ventaja, pero en tu gremio podría suceder como en México. Allí Mario Moreno, “Cantinflas”, creó la Casa del Artista, donde de su bolsillo el hombre le garantizaba la dormida, la comida y el baño y la cualquier intelectual que se hallara en condiciones económicas desventajosas. Si esto existiera en Colombia yo no habría ido a la calle.”

 

Me decías que el puente tenía iluminación y que antes de dormir hacías una buena sesión de lectura. ¿Qué leías? ¿Qué libros llegaban a ti, cómo llegaban?

Así como debes sacrificar el respeto, la atención de la gente, el uso de la palabra, hasta tus mejores amigos, así pierdes la posibilidad de tener a los autores que quieres. Vas leyendo un poco al azar, lo que encuentras en la calle, lo que te regalan, porque así como mendigas la comida así mendigas la lectura: “regálame este libro, o unas fotocopias, aunque sean cinco páginas…” También hay gente que dice: “pobre tipo, le voy a regalar un libro”, y te lo regalan ¡hasta nuevo! Por supuesto, ese no se va a vender. Porque casi todo lo demás va a caer en la droga, en la adicción… Si tú eres mi madre lo seguirás siendo en la medida que me sirvas para la droga, pero si me niegas el dinero para que me drogue entonces ya no me interesas, así seas mi madre. Si eres mi mujer o la madre de mis hijos, si no puedo sacar de ti un peso para drogarme entonces ¡chao pescao! La droga es así el factor determinante en las relaciones con los demás.

 

Acera aceros (1)

 

Hablemos de las motivaciones para llegar a la calle, de esa decisión de no producir más para pagar un arriendo

Hubo un momento en que ya resultaba imposible mantener la residencia… aunque costara cinco mil pesos diarios. Hay que agonizar demasiado, porque si estás marginado no es fácil conseguir dinero, la mendicidad a cambio de mis poemas empieza a producir sólo monedas. Ya la gente no te da cinco mil, te da 200 pesos y llega un momento en que no puedes sostener el tren de la droga y mantener el “estatus”; te toca sacrificar el estatus por la droga. Yo me quedé con la poesía y me quedé con la droga porque ya no me importaba lo demás. Tenía que defender esto, no sé… Es un instinto hacia la palabra, hacia la poesía, y esa vaina la voy a defender por encima de lo que sea. Alguien decía que hay cosas más importantes que la vida. Yo creo que si.

 

¿Como qué?

La poesía puede ser más importante que la vida, o una pasión, o un vicio, o un amor. Puedes gustosamente morir por algo así.

Cuéntame la historia del niño

En este momento todavía no estoy en la calle, vivo en una residencia de mala muerte. Son las dos de la mañana, voy bajando por la 41 o Progreso y encuentro un niño semidesnudo, de unos cuatro años, acostado allí en la calle y hay una cantidad de rufianes en esa zona… Yo había visto muchos niños por la calle… pero llega un momento en que algo te golpea, que no lo había hecho antes. En ese momento esa imagen me impactó, produjo un cambio en mi visión, desplazó mi perspectiva y es entonces cuando decido echarme a la calle. No era justo que yo todavía tuviera una cama donde dormir y ese niño estuviera allí, indefenso. Si bien nada solucionas, es como si te avergonzaras.

Desde la indigencia tú llegas a tener una visión tenebrosa del hombre, porque descubres hasta dónde puede la sevicia enseñorearse de los demás y ejercerse sobre ti simplemente porque eres indefenso. Entonces se manifiesta el sadismo de los demás. Eso lo puedes conocer en la calle.

Había noches en las que no podía dormirme, porque allá donde estaba llegaron una noche cuatro rufianes a darme garrote, todo el garrote que tú quieras… Hay un sustrato de cobardía y la inexistencia de un nivel ético en quien se supone impune.

 

Sobrevino entonces

inmisericorde la estación extraña

golpeando desde abajo

duro y parejo

hasta barrerme de mi segura orilla.

 

¿Qué te pasó en el brazo? (Le pregunto por dos grandes cicatrices de cirugía que tiene en su antebrazo izquierdo)

He sido arrollado por un vehículo. Se sabe que en Barranquilla el único vehículo que puede golpearte es el famosísimo carro fantasma. Nadie responde. Yo quedé ahí en la calle con doble factura en el antebrazo y la cabeza rota, entre la vida y la muerte. Alguien me recoge, anotan un número de SOAT y me llevan a la Clínica Campbell. En el momento en que me pasan de la ambulancia a la camilla de urgencias recupero el conocimiento, veo mis pies allá a lo lejos y pregunto: “¿Por qué estoy descalzo?” A medida que hago preguntas se va “recargando” mi memoria y entonces me doy cuenta de quien soy; veo que soy un indigente, que mi brazo está colgando desunido.

Y luego, retomando el pretérito perfecto compuesto:

Menos mal que me han intervenido y me han colocado unas placas que ahora me han retirado.

Corsario y espejo

“Yo hablo de la agresión de la calle pero también de su destello, de todo lo que te puede comunicar. Porque la calle es un universo comunicativo. Por supuesto, también digo que no vas a la calle y regresas impunemente de ella, algo vas a perder. Traerás su huella, dependiendo de tu temple espiritual, sucumbirás o no. Podrás resistir el choque de la acera, o quedar marcado para siempre, como un amargado, como un violento.”

 

La calle se precipita veloz

en mis entrañas.

 

Desfondado

de ruido y de luz

grávido quedo.

 

He saqueado de esta calle su noche

y la tristeza inconmensurable

que mi canto canta no lo soy

amigo, yo

yo soy tú

regurgitado abstracto y desnudo

sin la inútil artillería de tu ferocidad

horra de sentido.

 

¿Cómo encontraste ese camino de regreso?

Yo encontré ya en la calle lo que andaba buscando: que alguien me subvencionara el regereso. El Cantinflas que necesitaba. Pero para eso tuve que diseñar una estrategia: me fui a la Alcaldía todos los días a decir mis poemas allí. En cualquier momento me rodeaba la gente, llegan a hacerme entrevistas y me convierto en un personaje en sus barbas… pero un personaje que duerme en el separador del Paseo Bolívar, descalzo, sucio. Hay un momento en que la gente se pregunta qué está pasando. Este hombre alimenta algo de vida cultural… de algo sirve este hombre, por Dios.

Así consigo que lleguen a preguntarme “¿Qué quieres tú? “ Y yo les digo que quiero dejar la calle, y eso no vale sino un millón y medio de pesos. Sólo necesito que me paguen uno de esos lugares de rehabilitación. Necesito un “kit” de rehabilitación, con colchoneta, crema dental, jabón, exámenes médicos, chancletas… en fin, todas las cosas que necesita un ser normal para poderse “reinsertar”. Cuando por fin me conceden estas cosas me dicen también que mi libro puede ser publicado.

 

¿“Ellos” son el Instituto Distrital de Cultura y Turismo?

No directamente, pero si gente que tenía que ver con el Instituto. Luego comienzo a enlazar algunos amigos individualmente: ¿Tú quieres hacer algo por mí? Bueno, únete a estos, hagan la liga y paguen un mes y después se conseguirá para el resto. Al principio ellos decían que no… no me creían. Yo les decía que solo podían decirme eso con conocimiento de causa, cuando hubiera fracasado, cuando los hubiera defraudado, mientras tanto no. No puedes decir nada ni venirme a decir que yo soy un perdido si no me has dado la oportunidad. Si tú prestas atención a mi iniciativa de recuperación y yo fallo, ahí si puedes hablar. Así que en algún momento llegan con ropa, colchoneta y el dinero para la primera mensualidad. “Nos vamos”, me dicen. Y yo digo: “Listo.”

 

¿A dónde entraste?

Primero a algo que se llama El Buen Samaritano. Allí estuve un mes pero había alguien que decía que me iba a joder, que me iba a dar una puñalada… y yo en esta situación, como un espadachín, siempre en retirada… porque yo nunca he sido un cuchillero, no le he dado una puñalada a nadie ni le he dado garrote a nadie. Al contrario, siempre haciéndole el zigzag a la violencia, todos los días, todos los días. Todo el tiempo estaban allí los aceros de mis aceras. Entonces me voy a algo que se llama El Muro de la Fe. Allí estuve seis meses.

 

Leo. Recital

 

¿Tú dirías que te recuperaste porque tomaste esa decisión o porque el tratamiento que te dieron fue realmente muy bueno y te permite hoy estar aquí? ¿Cuánto mérito le cabe al método terapéutico?

Estos tratamientos tienen sus pros y sus contras Lo primero es que ellos hablan de el adicto y tu no eres el adicto, tú eres Leo, el otro es Juan, el otro es Pedro, la otra Patricia. Es el error de la siquiatría clásica… tú eres el esquizofrénico, el neurótico; tú no eres un individuo al que le deberían adaptar todo un sistema terapéutico y clínico, sino alguien que metes en un molde, como una res… y aquí tienes: una vacuna de aftosa cada tantos meses. Todo es igual para todos, no hay un tratamiento personalizado. Al no haberlo, hay un desencuentro entre tu particularidad y algo que es una generalidad abstracta. Eso es un grave problema en estos lugares.

Lo otro está es en el mensaje religioso; quieren que te conviertas a determinado credo. Entonces para todas las personas que me conocieron en estos sitios de protestante yo soy católico. Para defenderme y mantenerlos a raya, digo que lo soy, que me gusta la misa, me hago la señal de la cruz, creo en la santísima Virgen y en todo el ritual del servicio católico. Hago eso para que me dejen de joder. Si me hubiera recogido la iglesia católica entonces yo sería protestante. Se trataba era de resistir.

El adicto es el leproso de nuestro tiempo y por eso se te abre hasta la familia. Entonces Cristo te va a redimir porque él es el único que se le mide a los leprosos. A ti te dicen: tú no puedes, tú tienes que agarrarte de Cristo, él es el único que te puede salvar. O sea, si no lo hace Cristo, te jodes. Eso no te levanta la autoestima, aunque yo no sé que carajos es la autoestima desde el punto de vista de ellos. La autoestima es hacer y creer en lo que haces, no es el cultivo de un yo, no es la exaltación del yo… a mi tampoco me interesa eso.

 

Al parecer tú nunca has tenido problemas con eso

No, yo pienso que Autoestima es un lugar donde arriendan o venden autos de segunda. (Risas)

 

Te salvaste del acoso religioso, pero ¿cómo te fue en lo terapéutico? Me imagino que tu terapeuta tenía que ser alguien medianamente inteligente…

Bueno, la cosa no estaba tan organizada; no estábamos en Cuba, donde tienes los especialistas que necesitas. Pero fui privilegiado en ese sentido porque tuve a alguien con quien implementamos un método que se llamaba Back to home. Yo fui el único que estuvo con el terapeuta hasta que él se fue, aunque estuvo sólo dos meses y eso debería haber durado un año.

 

¿Por qué volver a la vida “normal”?

Vuelvo casi por lo mismo por lo que me fui. He descendido al infierno, aunque el infierno puede estar en todas partes. Es una condición no necesariamente económica (aunque la penuria económica es un infierno siempre). Bien, entonces tú desciendes al infierno de la indigencia, de la calle, a buscar la belleza, la poesía… Como Orfeo a buscar su Eurídice, sea quien sea tu Eurídice. Cuando bajas al infierno para buscar algo para tu educación, si puedes aceptarlo de esa manera, regresas como Orfeo, tres veces coronado: en la tierra , en el cielo y en el infierno. Con una estrella en la frente marcha entre los astros y los dioses… Si quieres que alguna vez esa frase tenga alguna relación con tu vida, si quieres exaltar un poco tu paso por este mundo, te toca regresar del infierno y yo regreso por la poesía. Ya no podía leer, ya no podía escribir, llegó un momento en que definitivamente no podía hacer mayor cosa.

 

Quizás no era que no podías leer ni escribir sino que no podías entregar lo que escribías, lo que creabas

Claro ¿Cómo edito un libro así? No puedo gestionarlo. Este libro no hubiera sido posible en la calle.

 

En últimas, vuelves para salvar la poesía

Sí. Vuelvo para salvar mi poesía y para seguir existiendo. La muerte ya casi me sacaba del juego. Es un reto de este tamaño: tú consumes una droga a la que le dicen el “Campeón”. Se dice que quien la consume está listo, se queda ahí, no tiene salvación.

 

¿Eso qué significa?

Que tu destino está escrito, que estás sentenciado. Pero yo me rebelo. ¿Por qué carajos va a estar ya escrita mi historia? Yo soy un individuo que no se somete a un esquema. ¿Tú me vas a decir lo que tengo que hacer? No, no quiero, y te puedo escribir otra historia a partir de esa que tú crees que ya está escrita y ¡tenga!…le cambio el final (risas). Me rebelo contra un destino ya predeterminado, ¿que estoy sentenciado…? ¿que me han redactado el acta de defunción…? Fíjate que no. De aquí de donde estoy me voy a levantar como el Fénix. Alguien me decía el “Fénix”, burlándose. La gente se asombra: ¿¡cómo!, saliste? Simplemente tú te le mides y dices: no voy a ser más de esto. La parte espiritual me ha ayudado mucho, así como el deseo de hacer mi obra.

Siempre me he concebido como un hombre de cultura, un hombre espiritualizado. Creo que soy un humanista en el sentido de ayudar a los hombres a transformar su visión. Al transformar su visión transformo al ser, transformo al mundo. Creo que aporto un grano de arena al progreso espiritual de mis semejantes con la producción de bienes culturales y la exploración de una particular experiencia vital.

 

Portada y contraportada

 

¿Ese ser singular tiene también un Dios? ¿Cuál es tu visión de Dios?

Cuando yo digo cosmos digo la realidad que te rodea y a la que puedes darle el nombre que quieras. Por eso digo que el poeta puede transformarla. El poeta te transforma en la medida en que te muestra al roble de otra manera. El biólogo, el ecologista, el aserrador, todos tienen una visión distinta del roble. ¿Qué veo yo en el roble? Veo una criatura que está copulando con su propia madre. Veo que está metido en la tierra y que hay una cópula incestuosa. Eso no es lo que ven los demás. El poeta establece una relación muy particular con cada cosa porque la ve de otra manera, la escucha. Se detiene y escucha el lenguaje de cada cosa. La lluvia… dices tú… la lluvia es incómoda porque no me deja vender mis mazorcas. Tengo que pagar en cada puentecito porque no puedo pasar los arroyos… al evangélico le incomoda porque no puede ir al culto. Todos la ven de determinada manera. Yo quiero verla como un niño. No tengo segundos intereses sino que quiero enfrentarla tal como es ella, quiero oír su propio lenguaje… libre de toda consecuencia… entonces digo:

 

La lluvia me lava el rostro

cuerpo abajo se lleva la sal de mi piel

y me endulza los labios.

 

Del olivo se desprende un sonoro revoloteo:

la evidencia verde en el pico

la paloma vuela a proclamar

que el mundo no se fugó con la lluvia.

 

Como aquel anciano egiptano

vengo de la lluvia con ingenuos ojos

y como él

busco entre las nubes

el bellísimo arco de Dios.

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