De la Jota Aragonesa a la Jarana: La Vaquería de las Ánimas
Por: Gloria Serrano Solleiro
“Todas las jotas que cantan
tienen algún fundamento:
son vivencias de la vida
que un jotero lleva dentro”.
Dicen los que saben que Aragón se escribe con jota, porque es el signo que mejor representa el alma de esta tierra, un legado cultural de surcos profundos transmitido de generación en generación desde mediados del siglo XIX. Para los maños de corazón, nombrar la jota tiene un significado que va más allá de la palabra y del género musical; tan es así, que en sus momentos más sentidos siempre están presentes los sonidos de la guitarra, el laud y la bandurria, para expresar -con esa única forma aragonesa- un canto al amor, a la raíces o a la Virgen del Pilar, tal como lo hicieran antaño el jotero Juanito Pardo Miranda y el bandurrista Ángel Sola Fuentes, grandes e inolvidables representantes de este estilo.
“Aunque seas andaluz,
eres baturro de temple,
y es la Virgen del Pilar
quien te ampara y te protege”.
“Yo soy maño como el Ebro,
tú eres maña como el mar;
yo voy buscándote siempre
tú en busca mía jamás”.
Sí, la jota lo es todo para el pueblo aragonés, pero su huella no ha quedado sólo en esta comunidad autónoma de España. De ello dan cuenta otro baile, otra música y otra fiesta. Me refiero a la jarana yucateca, que como la jota, también encuentra su espacio en los momentos de reunión, en el guateque o jolgorio como decimos en México. La jarana deviene de la fusión que se dio entre las tradiciones musicales del nuevo continente y las europeas, precisamente con especial reminiscencia de la jota aragonesa. Su raigambre entre los habitantes de Yucatán la mantiene tan vigente como en la época colonial en que se realizaban las tradicionales vaquerías, previas a la hierra del ganado, para celebrar el auge económico de los acaudalados hacendados, quienes convocaban a sus trabajadores a un festejo colectivo en el cual la jarana alcanzaba su máxima expresión y en el que tampoco podían faltar las populares “bombas yucatecas”, imaginativos y desparpajados versos en cuartetas o redondillas octasílabas que datan del siglo XIX:
¡BOMBA!
“En esa boquita en flor
que te ha regalado Dios,
no hay ningún labio inferior
son superiores los dos”.
“Del cielo cayó un pañuelo
bordado con seda negra
aunque tu padre no quiera,
tu madre será mi suegra”.
Sin duda todo un mestizaje de ida y vuelta en el que la música supo franquear cualquier límite geográfico, dando como resultado la polifonía que conocemos actualmente. La jarana es el zapateado, pero también la verbena popular y la música que las acompaña, interpretada siempre por la típica charanga u orquesta jaranera. Es el sabor de una comunidad, manifestación del folclore yucateco, rito cuyo carácter simbólico evoca el pasado para placer de quienes habitamos el presente. Originalmente eran piezas musicales sin letra, aunque después derivó en la versión de jarana cantada, ambas compuestas estrictamente al compás de 6/8, descendiente de los bailes andaluces, o de 3/4, valseada y con mayor insinuación de la jota aragonesa. Es a partir del siglo XX cuando surgen las jaranas “mixtas” que combinan ambos ritmos.
“Ya va comenzando la fiesta del pueblo,
ya los voladores la están anunciando,
y toda la gente se está preparando,
y a la Vaquería se van a bailar”.
¡Vámonos a la jarana! Es una frase que aún coexiste con los rasgos más contemporáneos de la capital yucateca y que se escucha cada lunes, día en que se lleva a cabo la representación de la tradicional vaquería en los bajos del Palacio Municipal. Pero no se piense que sólo se trata de un atractivo más que ofrece el efervescente sector turístico al visitante. No, las noches de vaquería son mucho más que eso, constituyen un momento neurálgico del patrimonio cultural yucateco, si bien sincrético, también cargado de personalidad propia. Y en otoño, sucede cierta vaquería que adquiere un halo místico, donde la jarana suena diferente y el ambiente se torna nostálgico a la vez que alegre. Una saudade yucateca.
“Salgan, salgan, salgan
ánimas de penas,
el Rosario rompe
grillos y cadenas”
Es la Vaquería de las Ánimas, el prólogo perfecto para la celebración del “Hanal Pixan” (comida de las almas, en lengua maya) que se ofrece a los difuntos del 31 de octubre al 2 de noviembre, lapso en el que los mexicanos recordamos a nuestros afectos físicamente ausentes. Las mujeres rezanderas reciben a las almas pequeñas, las de los niños, que inquietas juguetean entre floridos altares, y a las que les siguen las almas mayores, los adultos. Todas ellas vestidas con el característico hipil y los rostros maquillados de blanco, que nos remiten a la “Calavera Garbancera”, más conocida como “La Catrina”, creación del ilustrador José Guadalupe Posadas y popularizada por el muralista Diego Rivera en su “Sueño de una tarde dominical en la Alameda Central”, a quien además le debe el apelativo.
De esta forma comienza la Vaquería. El Ballet Folclórico Titular del Ayuntamiento de Mérida, ofrece una gala de sones y jarabes de tiempos remotos que rápidamente atrapan las miradas de los ahí reunidos, testigos de un fragmento de la gran biografía de Yucatán. La música y los bailes siguen uno tras otro enmarcados por una hermosa plaza desenfadada que invita al hedonismo, en una noche dedicada a la muerte y que paradójicamente late con fuerza, como la ciudad misma. El periodista Javier Aranda Luna nos recuerda que para los mexicanos la muerte es así, “tan importante que la integramos a la vida”.
Mis palabras sobran, las imágenes lo dicen todo. Son dos penínsulas, la Ibérica y la de Yucatán, en apariencia tan lejanas la una de la otra, pero que se entrelazan y acortan distancias de distintas formas. Un eslabón es la música y otro su gastronomía. Si la jota aragonesa supo hallar el camino a América, el cacao hizo lo propio para llegar hasta el Monasterio de Piedra en Zaragoza, el primer lugar del que se tiene registro en donde se elaboró chocolate, gracias a Fray Jerónimo de Aguilar, el monje del císter que lo introdujo y proporcionó la receta de esta deliciosa bebida, allá por el año de 1534.
Las sociedades son dinámicas, los escenarios cambian y hoy es el internet el que nos permite hacer este entrecruzamiento cultural que continúa enriqueciendo las tradiciones de cada lugar, sin desvanecer aquellos elementos que los distinguen y que han sido el coup de foudre para músicos, escritores, cineastas y viajeros. El escritor coruñés Camilo José Cela escribió: “la muerte llama, uno a uno, a todos los hombres y a las mujeres todas, sin olvidarse de uno solo”. Cierto, ¡esta vida son dos días!; así que no titubeemos en escuchar las coplas de jota y las jaranas con sus ritmos y sus modos, que por igual son excusa para el festejo, para invocar, convocar y conjurar la necesidad tan humana de aproximarnos los unos a los otros, en esta siempre breve pero inefable aventura que es la vida.
Con afecto para Cristina Cereceda, por apostar al enriquecimiento cultural de España y México.
Nos leemos pronto…
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