AMANTES EN EL TREN DEL SIL
Por Antonio Costa
Iba de Orense a Bilbao, no era ningún tren turístico, una señora mayor muy aficionada a la ópera me iba dando charla en el vagón, a partir de Monforte el tren fue orillando los cañones del Sil, las gargantas profundas en los montes, los parajes novelescos y espectaculares, cruzaba innumerables veces el río, lo seguía por la izquierda o por la derecha, se veían infinidad de puentes y de bosques que se acercaban hasta el agua y de roquedales que bajaban a pico y de desfiladeros que iban bordeando el cauce, desde las alturas veíamos como se precipitaba el agua o nos acercábamos a poderosos embalses encerrados entre rocas, apenas le prestaba atención a la charla de la señora, me hablaba de Verdi o Rossini pero yo me quedaba pasmado ante las superficies rizadas y los temblores de las aldeas reflejadas en el agua, y al rebasar Quiroga reviví mi primer viaje en aquel tren me encantaba viajar en tren, los pueblos se vuelven líricos al acercarse a las vías, las estaciones me hacían pensar en el tiempo, pensé que el en tren todos nos volvíamos un poco irreales, que el río Lor bajaba hasta el Sil desde la sierra del Caurel que cantó el gran poeta Novoneyra (“Solo recordar es volver cuando recordamos sueños”) , que en Ribas de Sil nació el enigmático poeta Anxo Pastor ( en “Arcana” inventa un maquinista que un día decide parar en un campamento fantasma y entonces le gritan : “insensato, mataste la noche”) , que en Páramo del Sil Ángel González con tuberculosis escribió un poema sobre una novia que usaba calcetines blancos, pensé en ríos secretos que bajaban de los montes, que cruzaban aldeas y lugares y estaban llenos de rincones y pequeñas historias, y través de ellos se podría escribir una historia íntima de Galicia y León , se me habían olvidado antiguas conversaciones y ahora me venían a la cabeza como un regalo, me puse a meditar en el Sil , parecía un vagabundeo, un dar vueltas sin fin a través de los montes, un llevar todo tipo de cargamentos por las gargantas, por un momento escuché con fuerza el traqueteo del tren y me fijé en las ventanas y en el pasar de paisajes y aldeas, pensé que el tren nos sacaba a todos de la realidad cotidiana, nos creaba intimidades extrañas, hacía que esa señora aficionada a la ópera me contara la historia de sus hijos y sus sobrinos, y el río era algo parecido, era también un tren en que todo viajaba, en que todo se transformaba en visiones, en que los que quedaban en las orillas se volvían cuentos o pinceladas, pero el río tenía algo más escondido, más inconsciente, ese mismo río había discurrido hacía siglos y milenios, podía contarnos historias de todas las épocas, podía llevarnos a otras religiones y convertirnos en pasado, el tren volvía a entrar en la provincia de Orense, luego pasaba a la de León y se acercaba a Ponferrada , miré a la señora con ojos extrañados y ella parecía tener también una especie de fiebre, el tren producía esa fiebre en todos nosotros, entonces me vino un poema : “el Sil es como un tren que pasa por los montes,/ que cruza las noches a través de las noches,/ que fluye donde fluyen las canciones”, recordé un día en que me levanté y me fui al pasillo para contemplar más directamente las orillas , y pensé en personas que había encontrado pasajeramente en los trenes, en los momentos en los que tomaba vino con desconocidos en los bares de los trenes, y pensé que el tren era para gente especial, que las sombras y los fantasmas deberían viajar en tren, y me acordé de amantes que se miraban furtivos en los vagones como si estuvieran alejados de todo, y pensé : “muchos trenes se están quedando vacíos y solo servirán para encuentros de amantes junto a los precipicios” .