La Pintura Teatral
La coronación de espinas
Por Micaela Perez Rivaben
Annika es una adolescente vienesa, que como a todos los jóvenes de su edad, las emociones parecieran ganarles las partidas.
Debería estar en la escuela, pero le quedan dos meses para terminarla con el mejor promedio y ya ha perdido el interés a pesar de la insistencia de sus padres en que asista.
El próximo año comienza a cursar Bellas Artes en la Universidad y está ansiosa, no ve el momento de dedicarse únicamente a eso.
Baja del colectivo y camina por la calle María Theresia Platz hacia el Museo de Historia de Arte. Al entrar se dirige a la escalera de mármol, siente que la llama, que la espera, que la abraza cuando entra. En ningún lugar se siente tan a gusto como allí, todo le resulta tan placentero. El Museo es una obra de arte en sí misma, cada espacio, cada detalle está realizado para el placer de sus visitantes.
Hace un rato está disfrutando de mirar cada uno de los cuadros con detenimiento, sus figuras, sus pinceladas, tratando de adivinar la emoción del autor.
David con la cabeza de Goliat
Se detiene frente a los cuadros de Caravaggio. Estas pinturas, tan expresivas y teatrales le llaman la atención. Mira con detenimiento la pintura de David con la cabeza de Goliat, lee en un costado del cuadro: (1607) realizada en óleo sobre madera. Se concentra en la cara de David
– Es atrapante esta pintura, ¿no? Pareciera que uno puede llegar a entender la oscuridad en la que vivía Caravaggio en esa época. – dice un chico en un perfecto alemán, con tonada italiana
Tiene los cabellos negros y la tez blanca. Unos ojos enormes, negros, brillosos y una sonrisa limpia, que la obliga a sonreír también. Cuando Anikka se encuentra sonriendo, se ruboriza.
– ¿Te gusta la pintura?- le pregunta él. Anikka contesta que sí con la cabeza, mirando hacia abajo. – ¿qué te gusta de ésta en particular?- le dice señalando el cuadro
– La expresión de David. Por empezar es un joven, su contextura física y su rostro se contrapone a la tragedia de lo que acaba de hacer. No pareciera mostrar ni tristeza, ni enojo, ni culpa. Tampoco la cabeza de Goliat muestra miedo, ni dolor. La tragedia la agrega Caravaggio, con su claroscuro. Remarca el peso de la espada sobre la espalda de David, dejando ver algunos músculos marcados y la ropa está limpia, al igual que sus manos y la cabeza del muerto. – Dice Anikka que se ha compenetrado tanto en la descripción que olvidó con quién hablaba.
– ¡Que buena percepción para una chica de tu edad!, al parecer esta pintura, y la otra que está en Roma eran un pedido de clemencia al Papa. Mi nombre es Vittorio – le dice, extendiéndole la mano para saludarla.
– Anikka es mi nombre – dice ella tímidamente
– Un gusto Anikka, me parece que podría ser interesante recorrer la galería juntos ¿qué te parece?
Ella asiente con la cabeza
– Estoy terminando mi tesis sobre pintura del Siglo XVI y el autor con el que voy a exponerlo es Caravaggio o mejor dicho, Michelangelo Merisi (dice en un perfecto italiano).
– Por qué elegiste el Barroco como tema? – pregunta ella casi con miedo de que esa charla en algún momento termine
– Porque me gusta su dramatismo, lo escenográfico, la tragedia; cómo la figura se pierde en el fondo y el color genera los contrastes. Por ejemplo en ésta pintura – señala a La Virgen del Rosario – está planteada como una obra de teatro prácticamente, con esas telas rojas en la parte superior, como emulando un telón. Caravaggio compone las obras de manera que se vea lo que él quiere que veamos, está en todos los detalles. Los fieles a la Virgen con sus pies sucios, rogando, de rodillas, a ninguno se le ve la cara; a diferencia de los monjes, en cuyas caras podemos ver sus gestos reales, como intercediendo por los más pobres.
La Virgen del Rosario
También me impresiona la diferencia entre esta pintura y la Renacentista, que la precede. Este tipo de caracterización es mucho más humana, como vemos en La coronación de espinas – señala el cuadro – Notamos la precisión con la que están haciendo su trabajo los dos del fondo en los músculos del cuerpo, en la concentración de sus caras. El cansancio en la figura del Jesús retratado, y a su vez, la mano que sostiene la caña, como símbolo de fuerza y resistencia; y claro en contraste a estas figuras de esfuerzo, el soldado, acomodado tranquilo, casi burlón, mirando la situación desde afuera, pero muy de cerca.
Anikka lo mira fijo, con sus ojos azules, rasgados, atenta a cada movimiento mientras habla.
– Perdón, no me di cuenta y he hablado de corrido sin dejarte decir nada.
– No está bien, me ha resultado muy interesante todo lo que me has contado – dice ella sonriendo
– Bueno si te parece, podríamos hablar un poco más sobre arte tomando un café
Ella asiente tímidamente y sonríe. Caminan juntos por el museo, cada cuadro significa una excusa para no dejar de hablar.