Impresionismo
Por Micaela Perez Rivaben
Era jueves. Habían pasado algunos años desde 1850. Al café ubicado en el Nº11 del Boulevard de Batignolles, en París, entraba un hombre alto, con una barba tupida, medio rojiza. Vestía igual que los hombres de la época: un gabán oscuro y un sombrero de copa.
Está buscando a alguien, fija la vista en el fondo del lugar. Es muy difícil reconocer a una persona entre tanto humo de puros. Desde una de las mesas de mármol del fondo, se escucha que lo llaman:
- ¡Claude! – es Pissarro, quien se hace ver con un ademán.
Al acercarse saluda a Renoir, Cézanne, Degas, Nadar, entre otros. Todos los jueves se encuentran a hablar sobre arte.
Sus ideas son muy innovadoras y horrorizan a la Academia de Bellas Artes, lo que provocaba rumores y críticas por parte de la sociedad artística del momento.
Su idea central rondaba en reproducir la realidad tal cual era y eso los llevó a pintar al aire libre. Muchas veces se encontraban pintando el mismo paisaje en diferentes horas del día, esto les permitía evidenciar cómo la luz modificaba el color.
Las formas dejaron de ser importantes, su técnica se correspondía a la yuxtaposición de pinceladas, lo que permitía que a la distancia, la retina pudiera identificar la forma, sin tener un contorno delimitado, como se utilizaba en la pintura hasta el momento.
La paleta de colores era bastante pura. Los colores primarios pasaron a ser el cyan, magenta y amarillo y los complementarios, verde, naranja y violeta. No se utilizó más el negro. En la naturaleza el negro no existe, decían ellos, sino el color oscurecido. Lo mismo pasó con el blanco puro.
Si bien durante el Renacimiento surgió la idea de la perspectiva y comenzaron a utilizar en la pintura puntos de fuga, eso no inquietó a los impresionistas. Sus pinturas utilizaban las dos dimensiones, si querían representar la profundidad sólo bastaba con saber que el cálido acercaba y el frío alejaba.
Estos eran los temas centrales que identificaban pinturas, pero cada uno le dio su propia impronta a sus cuadros:
Claude Manet, con sus “Nenúfares” – Realizados en óleo. Fueron las últimas obras de su vida. Realizadas en Giverny, un pueblo de Francia donde se recluyó al sufrir cataratas en ambos ojos y luego de la muerte de uno de sus hijos.
Degas, con sus “Bailarinas” – Realizadas en pastel. Si bien no es un ambiente naturalista, el pintor reproduce imágenes con la luz natural reflejada en el salón donde practican ballet las jovencitas. También las ha pintado sobre el escenario, con luz artificial, lo que provocaba un clima más dramático.
Renoir, “Baile en el Moulin de la Galette” – Realizado en óleo. Este pintor retrata situaciones más bulliciosas, como la vida social de la aristocracia del momento. Él utiliza un poco más la línea de contorno en sus obras. En este cuadro en particular vemos cómo consigue una idea de movimiento con pinceladas diagonales. Respeta el reflejo de la luz sobre la indumentaria de los danzantes, que evidentemente se hace paso por entre las copas de los árboles.
Estos son algunos de los impresionistas más destacados. No olvidemos que éste movimiento dio paso a las vanguardias, que años más tarde plantean qué es arte y qué no, innovando con técnicas, materiales e ideologías. Éstos son los predecesores de una nueva visión del arte.