Santa Teresa de Jesús (1515 – 1582). V Centenario. “Libro de la Vida”
Posted on 15 octubre, 2014 By Terry Actualidad, Flashback, portada, Primera Plana
Por Teresa Hage
Libro de la Vida
[1565]
Teresa de Jesús
LIBRO DE LA VIDA (fragmento)
PRÓLOGO
JHS
1. Quisiera yo que, como me han mandado y dado larga licencia
para que escriba el modo de oración y las mercedes que el Señor me ha hecho,
me la dieran para que muy por menudo y con claridad
dijera mis grandes pecados y ruin vida. Diérame gran consuelo.
Mas no han querido, antes atádome mucho en este caso. Y por
esto pido, por amor del Señor, tenga delante de los ojos quien este
discurso de mi vida leyere, que ha sido tan ruin que no he hallado
santo de los que se tornaron a Dios con quien me consolar. Porque
considero que, después que el Señor los llamaba, no le tornaban a
ofender. Yo no sólo tornaba a ser peor, sino que parece traía
estudio a resistir las mercedes que Su Majestad me hacía, como
quien se veía obligada a servir más y entendía de sí no podía pagar
lo menos de lo que debía.
- Sea bendito por siempre, que tanto me esperó, a quien con todo
mi corazón suplico me dé gracia para que con toda claridad y
verdad yo haga esta relación que mis confesores me mandan (y
aun el Señor sé yo lo quiere muchos días ha, sino que yo no me he
atrevido) y que sea para gloria y alabanza suya y para quede aquí
adelante, conociéndome ellos mejor, ayuden a mi flaqueza para que
pueda servir algo de lo que debo al Señor, a quien siempre alaben
todas las cosas, amén.
CAPÍTULO 9
Trata por qué términos comenzó el Señor a despertar su alma y darla luz
en tan grandes tinieblas y a fortalecer sus virtudes para no ofenderle.
1. Pues ya andaba mi alma cansada y, aunque quería, no le
dejaban descansar las ruines costumbres que tenía. Acaecióme
que, entrando un día en el oratorio, vi una imagen que habían traído
allá a guardar, que se había buscado para cierta fiesta que se hacía
en casa. Era de Cristo muy llagado y tan devota que, en mirándola,
toda me turbó de verle tal, porque representaba bien lo que pasó
por nosotros. Fue tanto lo que sentí de lo mal que había agradecido
aquellas llagas, que el corazón me parece se me partía, y arrojéme
cabe El con grandísimo derramamiento de lágrimas, suplicándole
me fortaleciese ya de una vez para no ofenderle.
2. Era yo muy devota de la gloriosa Magdalena y muy muchas
veces pensaba en su conversión, en especial cuando comulgaba,
que como sabía estaba allí cierto el Señor dentro de mí, poníame a
sus pies, pareciéndome no eran de desechar mis lágrimas. Y no
sabía lo que decía, que harto hacía quien por sí me las consentía
derramar, pues tan presto se me olvidaba aquel sentimiento. Y
encomendábame a aquesta gloriosa Santa para que me alcanzase
perdón.
3. Mas esta postrera vez de esta imagen que digo, me parece me
aprovechó más, porque estaba ya muy desconfiada de mí y ponía
toda mi confianza en Dios. Paréceme le dije entonces que no me
había de levantar de allí hasta que hiciese lo que le suplicaba. Creo
cierto me aprovechó, porque fui mejorando mucho desde entonces.
4. Tenía este modo de oración: que, como no podía discurrir con el
entendimiento, procuraba representar a Cristo dentro de mí, y
hallábame mejor –a mi parecer– de las partes adonde le veía más
solo. Parecíame a mí que, estando solo y afligido, como persona
necesitada me había de admitir a mí. De estas simplicidades tenía
muchas.
En especial me hallaba muy bien en la oración del Huerto. Allí era
mi acompañarle. Pensaba en aquel sudor y aflicción que allí había
tenido, si podía. Deseaba limpiarle aquel tan penoso sudor. Mas
acuérdome que jamás osaba determinarme a hacerlo, como se me
representaban mis pecados tan graves. Estábame allí lo más que
me dejaban mis pensamientos con El, porque eran muchos los que
me atormentaban. Muchos años, las más noches antes que me
durmiese, cuando para dormir me encomendaba a Dios, siempre
pensaba un poco en este paso de la oración del Huerto, aun desde
que no era monja, porque me dijeron se ganaban muchos
perdones. Y tengo para mí que por aquí ganó muy mucho mi alma,
porque comencé a tener oración sin saber qué era, y ya la
costumbre tan ordinaria me hacía no dejar esto, como el no dejar de
santiguarme para dormir.
5. Pues tornando a lo que decía del tormento que me daban los
pensamientos, esto tiene este modo de proceder sin discurso del
entendimiento, que el alma ha de estar muy ganada o perdida, digo
perdida la consideración. En aprovechando, aprovecha mucho,
porque es en amar. Mas para llegar aquí es muy a su costa, salvo a
personas que quiere el Señor muy en breve llegarlas a oración de
quietud, que yo conozco a algunas. Para las que van por aquí es
bueno un libro para presto recogerse. Aprovechábame a mí también
ver campo o agua, flores. En estas cosas hallaba yo memoria del
Criador, digo que me despertaban y recogían y servían de libro; y
en mi ingratitud y pecados. En cosas del cielo ni en cosas subidas,
era mi entendimiento tan grosero que jamás por jamás las pude
imaginar, hasta que por otro modo el Señor me las representó.
6. Tenía tan poca habilidad para con el entendimiento representar
cosas, que si no era lo que veía, no me aprovechaba nada de mi
imaginación, como hacen otras personas que pueden hacer
representaciones adonde se recogen. Yo sólo podía pensar en
Cristo como hombre. Mas es así que jamás le pude representar en
mí, por más que leía su hermosura y veía imágenes, sino como
quien está ciego o a oscuras, que aunque habla con una persona y
ve que está con ella porque sabe cierto que está allí (digo que
entiende y cree que está allí, mas no la ve), de esta manera me
acaecía a mí cuando pensaba en nuestro Señor. A esta causa era
tan amiga de imágenes. ¡Desventurados de los que por su culpa
pierden este bien! Bien parece que no aman al Señor, porque si ld
amaran, holgáranse de ver su retrato, como acá aun da contento
ver el de quien se quiere bien.
7. En este tiempo me dieron las Confesiones de San Agustín, que
parece el Señor lo ordenó, porque yo no las procuré ni nunca las
había visto. Yo soy muy aficionada a San Agustín, porque el
monasterio adonde estuve seglar era de su Orden y también por
haber sido pecador, que en los santos que después de serlo el
Señor tornó a Sí hallaba yo mucho consuelo, pareciéndome en ellos
había de hallar ayuda y que como los había el Señor perdonado,
podía hacer a mí; salvo que una cosa me desconsolaba, como he
dicho, que a ellos sola una vez los había el Señor llamado y no
tornaban a caer, y a mí eran ya tantas, que esto me fatigaba. Mas
considerando en el amor que me tenía, tornaba a animarme, que de
su misericordia jamás desconfié. De mí muchas veces.
8. ¡Oh, válgame Dios, cómo me espanta la reciedumbre que tuvo mi
alma, con tener tantas ayudas de Dios! Háceme estar temerosa lo
poco que podía conmigo y cuán atada me veía para no me
determinar a darme del todo a Dios.
Como comencé a leer las Confesiones, paréceme me veía yo allí.
Comencé a encomendarme mucho a este glorioso Santo. Cuando
llegué a su conversión y leí cómo oyó aquella voz en el huerto, no
me parece sino que el Señor me la dio a mí, según sintió mi
corazón. Estuve por gran rato que toda me deshacía en lágrimas, y
entre mí misma con gran aflicción y fatiga.
¡Oh, qué sufre un alma, válgame Dios, por perder la libertad que
había de tener de ser señora, y qué de tormentos padece! Yo me
admiro ahora cómo podía vivir en tanto tormento. Sea Dios alabado,
que me dio vida para salir de muerte tan mortal.
9. Paréceme que ganó grandes fuerzas mi alma de la divina
Majestad, y que debía oír mis clamores y haber lástima de tantas
lágrimas. Comenzóme a crecer la afición de estar más tiempo con
El y a quitarme de los ojos las ocasiones, porque, quitadas, luego
me volvía a amar a Su Majestad; que bien entendía yo, a mi
parecer, le amaba, mas no entendía en qué está el amar de veras a
Dios como lo había de entender.
No me parece acababa yo de disponerme a quererle servir, cuando
Su Majestad me comenzaba a tornar a regalar. No parece sino que
lo que otros procuran con gran trabajo adquirir, granjeaba el Señor
conmigo que yo lo quisiese recibir, que era ya en estos postreros
años darme gustos y regalos. Suplicar yo me los diese, ni ternura
de devoción, jamás a ello me atreví; sólo le pedía me diese gracia
para que no le ofendiese, y me perdonase mis grandes pecados.
Como los veía tan grandes, aun desear regalos ni gustos nunca de
advertencia osaba. Harto me parece hacía su piedad, y con verdad
hacía mucha misericordia conmigo en consentirme delante de sí y
traerme a su presencia; que veía yo, si tanto El no lo procurara, no
viniera.
Sola una vez en mi vida me acuerdo pedirle gustos, estando con
mucha sequedad; y como advertí lo que hacía, quedé tan confusa
que la misma fatiga de verme tan poco humilde me dio lo que me
había atrevido a pedir. Bien sabía yo era lícito pedirla, mas
parecíame a mí que lo es a los que están dispuestos con haber
procurado lo que es verdadera devoción con todas sus fuerzas, que
es no ofender a Dios y estar dispuestos y determinados para todo
bien.
Parecíame que aquellas mis lágrimas eran mujeriles y sin fuerza,
pues no alcanzaba con ellas lo que deseaba. Pues con todo, creo
me valieron; porque, como digo, en especial después de estas dos
veces de tan gran compunción de ellas y fatiga de mi corazón,
comencé más a darme a oración y a tratar menos en cosas que me
dañasen, aunque aún no las dejaba del todo, sino -como digo fueme
ayudando Dios a desviarme.
Como no estaba Su Majestad esperando sino algún aparejo en mí,
fueron creciendo las mercedes espirituales de la manera que diré;
cosa no usada darlas el Señor, sino a los que están en más
limpieza de conciencia.
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