LEONARDO DA VINCI EN CHIPRE
Tenemos que ir a Lefkara, decíamos todo el tiempo, es un pueblo en el que estuvo Leonardo da Vinci, allí compró un mantel para la catedral de Milán, y tal vez se inspiró en esos manteles para el que puso en su Última cena, igual que se inspiró en las últimas cenas extrañas que hay en las iglesias bizantinas de Chipre, Leonardo habla con admiración de Chipre en sus Cuadernos, se supone que ayudó a consolidar las defensas contra los turcos, tal vez el palacio de Otelo en Famagusta, Lefkara es un pueblo callado en las montañas, siempre estábamos hablando de ir allí, era algo que no podía faltar, nos asombraban las fotos de rincones solitarios y escondidos, las mujeres en las puertas bordando, los bordados colgados en las puertas de las tiendas.
Y era el último día y no había transporte público, tuvimos que coger un taxi, regatear antes con varios, costó bastante pero valió la pena, fue la culminación del viaje, una visita inolvidable, una señora bordando nos dijo: pasen, también pasó Leonardo da Vinci, miramos los bordados colgando pero no entramos, las señoras se dejaban fotografiar, sonreían, el pueblo estaba encajado en las montañas, hacía mucho menos calor que en Lárnaca, parecía preservado de todo, como una urna, las calles subían y bajaban y se entrecruzaban, había arcos apuntados en todas las casas, jardines escondidos, tinajas enormes habitando las placitas, escaleras que torcían y daban vueltas, entradas a las casas llenas de árboles y fuentecitas, se anunciaba por todas partes el Museo del Bordado pero no conseguimos encontrarlo.
Llegamos a la iglesia de la Santa Cruz con una torre asombrosa, que también parecía cubierta de encajes delicadísimos hechos en piedra, dentro estaba oscura, una viejecita nos dijo que pasáramos, nos enseñó todo a nosotros, nos abrió un reservado donde estaba una reliquia de la cruz de Cristo, decía, nos dijo que entráramos, nos hizo encender una vela y dijo que rezaría por nosotros al día siguiente, desde el atrio se veían las montañas enfrente, y otras iglesias coquetas abajo, había que dar vueltas extrañas para llegar a ellas.
Había silencio por todas partes, nos metíamos en calles que no sabíamos a donde iban a dar, una de ellas estaba casi cubierta por balcones, y allí estaba el estudio de un pintor, tenía unos asientos en la calle, y unos libros para que se los llevara cualquiera, y por la puerta se veía el patio donde pintaba, y obras a medio terminar, una dama como una diosa con un hombro al aire en una tabla, Consuelo me dijo ¿qué harías si te regalaran una casa aquí?, dije: la aceptaría enseguida, ¿no te parecería estar aislado?, nada de eso, dije, esto está a media hora del aeropuerto de Lárnaca, desde donde puedes viajar enseguida a Europa, a Oriente Medio, a donde quieras, y estás en conexión con todos, pero al mismo tiempo estás en un lugar sugerente, apartado de los ruidos y las vulgaridades, donde a cada momento pueden salir poemas o novelas llenas de atmósfera, en conexión con el silencio y el secreto, y a ti te pueden salir fotos milagrosas, nos imaginamos las visitas de los amigos, tertulias en aquel patio, noches interminables bebiendo ouzo.
Y seguimos paseando, pasamos por el Hotel Lefkara, estaba cerrado, tenía unos soportales con unos asientos de madera donde uno podía descansar y pensarlo todo, nos decían que allí se comía de maravilla, alojarse allí debía de ser enriquecedor, y enfrente estaba el Café Tasties, yo ya conocía el café Tasties por las imágenes, pero aquello superó todas las expectativas, había unos niños jugando solos en las primeras sala, parecía como entrar en un mundo mágico, nos miraron sin darnos importancia, había un piano y unas mesas azules y unas escaleras que subían azules, y se pasaba a otra estancia con la barra, y luego había un patio abierto rodeado de escaleras y corredores, y tenía ventanas con libros que daban a otras salas, y había tallas asombrosas en las paredes y fotos profundas, y uno allí también se volvía profundo o de otra consistencia, le entraba a uno una especie de alegría inexplicable, el sitio estaba lleno de gracia, pedimos unos cafés griegos, le dije a la señora que era un sitio maravilloso, teníamos pocas horas en el pueblo, pero los minutos allí eran como experiencias de años, se alargaban como perlas intensas, el tiempo se transforma y se hace también asombroso en esos casos, unos minutos parecen años llenos de vidas, uno miraba todo con asombro y veía el asombro en los otros, y al mismo tiempo una sencillez, una falta de solemnidad, nos fuimos y entramos por la otra puerta y volvimos a admirar los cuadros y las enredaderas.
Y seguíamos dando vueltas, llegamos a una iglesia diminuta que parecía la casa de un perro religioso, (tal vez “El perro que ha visto a Dios” de Dino Buzzati), y un ayuntamiento hermoso y nostálgico, y una plaza enorme con una fuente , y un palacio de estilo clásico para actividades culturales, y volvíamos hacia la iglesia de Santa Cruz por otra ruta, y nos metíamos en calles que no tenían salida, callejones que desembocaban en soledades, balcones que se asomaban a las intimidades de enfrente, había otro alojamiento que debía de ser una maravilla, se llamaba La puerta azul y roja, todo parecía encantado y metido en un cuento, el pueblo entero tenía la atmósfera de Leonardo da Vinci, ese mismo misterio y esfumato que capta la esencia de las cosas, que hace visible lo invisible, las sonrisas de sus mujeres y las miradas de sus ángeles, y la carne que se disuelve en la atmósfera como si fuera también espiritual.
Y todo era como coser y sentir el tiempo, la señora de la iglesia nos vio otra vez con otra señora y nos saludó como si nos conociera desde hacia años, y nos ofrecieron unos pasteles que eran tan exquisitos y evanescentes como los bordados, estábamos perdidos en la atmósfera de Leonardo da Vinci, y entretanto se estaba haciendo de noche y todo se esfumaba en el aire lleno de exaltación, habíamos escogido la mejor hora para ir, todo se hacia más intimo todavía y más revelador y más metido en sí mismo, nos arrebataba suavemente esa magia sencilla, nos bordaba el alma porque el pueblo entero estaba hecho de alma, tenía ese misterio arrebatado que hay en los cuadros de Leonardo, y teníamos el encanto y la transmutación que se produce en “La anunciación” o en “La Virgen de las rocas” , estábamos más transformados que en Brujas, y finalmente encontramos al taxi otra vez y nos fuimos y desaparecimos de aquel pueblo en la noche como si todo aquello no fuera verdad, como si nos hubiésemos extraviado en un cuadro de Leonardo.
ANTONIO COSTA GÓMEZ
FOTOS: CONSUELO DE ARCO