Octavio Paz o la lucidez irradiante
Por Manuel García Verdecia
«La obra de arte en sí no es sino un medio para comunicarnos con otro tipo de realidad. Las obras sólo son símbolos de otras realidades.»
Uno de los creadores a los que el mundo dedicará su mirada admirativa y reanimadora es Octavio Paz. Con más de veinte libros de poemas, otro tanto de ensayos, así como numerosas conferencias, charlas y entrevistas, es un autor de imprescindible compañía para entender la historia y la cultura del siglo veinte. Sus textos destacan por su asombrosa lucidez y por la penetración en zonas de la realización humana desde una perspectiva sumamente singular y reveladora. Todo cuanto su palabra transformó en obra se convertía necesariamente en rumbo y referencia.
El papel de la historia en la conformación de la conducta humana, los rejuegos políticos para someter y prevalecer, la palabra como modeladora de la realidad esencial, la poesía como reanimadora de sutiles experiencias, el mundo maravilloso de lo uno y lo otro, fueron algunos de sus temas obsesivos. Solo para ofrecer un somero asomo a algunas de sus ideas, pasaré revista a un puñado de citas surgidas de su esclarecida mente. Las he tomado de esa suerte de biografía afectuosa y confesional que ha escrito Elena Poniatowska, Octavio Paz, las palabras del árbol.
Como casi todo (digo así para no incurrir en la falacia de lo absoluto) en Paz, su operación sobre el mundo y la existencia se basa en una significativa oposición. Se trata de la que se establece entre el silencio y la palabra. Todo silencio presupone una palabra y viceversa. La palabra es la mediadora entre el mundo y los hombres. Es la que posibilita que la realidad en si se convierta en realidad para el hombre. Ya el lenguaje al apropiarse de los disímiles elementos de la existencia y hacerlos entendibles, manipulables y expresables, pues convierte la realidad exterior en otra cosa, realidad humanizada, obra lograda. El silencio es el hiato entre el pensar y apropiarse de la realidad. Es germinación de la palabra.
Paz recuerda sus años en que asistió a una escuela norteamericana. Las clases en inglés eran algo totalmente ajeno. Así describe su actitud: «Aterrorizado por mi incapacidad de comprender lo que se decía, me refugié en el silencio.» De modo que el silencio es nuestro asombro ante lo incognoscible como nuestra satisfacción por lo conocido. Es así como entiende el silencio de Buda ante lo obvio: «Yo creo que significación y no significación son trampas lingüísticas y que el silencio disuelve esa falsa disyuntiva. Pero el silencio después de la palabra. O sea lo que está después del saber.» Lo que ha pasado a ser parte de nuestra intelección se rodea de silencio pues ya es mundo incorporado.
Como pensador afincado en lo mejor de los sistemas filosóficos tanto del occidente como del oriente, no excluye parte alguna de la realidad. Esta es siempre inclusiva. Toda verdad para serlo no puede establecer una separación de uno u otro. La verdad es solución de lo uno y lo otro. Dice: «La palabra es dialéctica: si afirma algo, niega algo.» Moneda de doble cara todo sentido es dos, uno que se afirma y otro que se refuta. El sí lleva el no, el día la noche, el todo la nada. Al ser una apropiación y resurrección de la realidad tiene que incluir sus disyuntivas.
Paz llega a una conclusión principal para entender el lugar del lenguaje entre los hombres. Es su medio de ser en el mundo y de ser unos con otros. Es por eso que nadie tiene propiedad sobre él. Nos asevera: «La palabra es lo único que está totalmente socializado en la sociedad humana.» Necesariamente cada palabra es pan repartido entre todos, de no ser así no habría comunicación. Es por eso que es lo más socializado del hombre. Incluso cuando habla consigo mismo está hablando con todos los hombres que han empleado esas voces.
Es de aquí la relevancia del vínculo entre cultura y lenguaje. El elemento que es apropiación, adaptación y complementación de la existencia para hacerla más generosamente humana es la cultura. Necesita del lenguaje en tanto este descifra y asume la realidad para hacerla vivencia del sujeto que a partir de ella puede transformarla. Por eso Paz dice: «La cultura comienza con el lenguaje y el lenguaje es esencialmente traducción.»
No resulta casual que el intelectual mexicano practicara devota y eficazmente la traducción y que, además, dejara iluminadoras páginas en torno a ella. Para ser en el mundo, asumirlo y convertirlo en objeto a su medida, el hombre debe pasar esa realidad de una forma a otra, que es lo que significa traducir. Volver la realidad objetiva en obra mental, lógica. De aquí que afirme: «El hombre no inventa el universo. El hombre traduce al universo.» Entonces debemos entender que toda creación humana es una versión de algo que ya existe y que el hombre lleva a otra forma, otra sustancia. Así la literatura que no es más que traslación de lo que acontece al hombre en un modelo a escala hecho de palabras, para que sea más accesible y comprensible.
De aquí su condición eminentemente simbólica. Nunca es posible expresar toda la realidad. Es necesario, para que sea transmisible y digerible en un tiempo condensado, que se reduzca a sus elementos más significativos. Dice Paz: «La obra de arte en sí no es sino un medio para comunicarnos con otro tipo de realidad. Las obras sólo son símbolos de otras realidades.» Y aquí por supuesto establece una distancia de aquellos que quieren hacer de la obra artística un fin en sí mismo. El hombre hace obras para entender y entenderse mejor, para llegar a esencias de otro modo inexplicables, no por el mero hecho de hacerlas.
Es por esto que considera que es imposible una literatura pura en el sentido que se ha querido dar al término. El hecho de ser obra de sujetos, consumida por sujetos, los cuales están condicionados no solo pro el lenguaje que ya se ha visto no es de nadie, sino por sus propias experiencias para entender, hace imposible esa puridad. Señala el autor mexicano: «… la literatura tiene dos condiciones esenciales: por una parte es un espacio donde la imaginación es libre, y por otra, esa imaginación tiene contacto con la realidad que describe.» la imaginación es parte de esa traducción de la realidad. Ella misma es una operación que solo combina, transforma y reelabora lo que conoce del mundo. Por eso toda literatura estará contaminada de realidad. Es allí donde alcanzará su sentido último.
Estas convicciones lo llevan a pensar en el papel y el vínculo que establece el escritor con su realidad.
«No escribo para saber lo que soy, sino lo que quiero ser.»
«Todo el mundo tiene experiencias, pero son poquísimos los que pueden transformarlas en obras.»
«…creo que toda la sociedad opone dificultades a quien escribe, entre otras razones porque el escritor dice cosas nuevas o que están fuera de la ley, del lenguaje, del juego.»
«…ninguna sociedad acepta a sus escritores hasta que ha asimilado lo que dijeron.»
«…los escritores no pueden aspirar a que la sociedad sea paradisíaca con ellos, si no lo es con los demás.»
«Yo creo que tienen razón los escritores en expresar su indignación, su descontento. Sin rebeldía no hay gran arte…»
«Tal vez, me dije, no se trata tanto de cambiar a los hombres como de acompañarlos y ser uno de ellos.»
«Yo no creo que los escritores puedan salvar a la sociedad; creo que un escritor es bastante modesto y lo que tiene que hacer es cumplir con su deber y su deber es hablar con honradez…»
MANUEL GARCÍA VERDECIA (Holguín, Cuba, 1953) es profesor, poeta, traductor y editor. Ha sido profesor en universidades de Cuba, Canadá, República Checa y México. Entre sus últimas publicaciones destacan Luz sobre la piedra (2011) y El día de La Cruz (2012).