El barrio más fantasmal de Venecia

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Por Antonio Costa
Fotos: Consuelo de Arco

 

     Fuimos por el barrio de san Polo a ver Santa María dei Frari, una iglesia gigantesca en una plaza gigantesca, uno de esos derroches de espacio y de perspectiva que hay en secreto en Venecia. Y por dentro parecía también una calle con sus adoquines, era una aventura pasear por ella, y   vimos la Asunción de Tiziano, y a los pies de la gran nave su tumba, nos emocionamos con descubrir la tumba de Tiziano, intentamos comprobarlo varias veces pero no cabía duda de que era su tumba. Y en la pared de enfrente estaba el monumento funerario a Antonio Canova diseñado por él mismo, te comenté que era algo extraordinario, que lo había estudiado en los libros, que lo había admirado en los manuales, y es que se supone que Canova es muy clásico y a mí no me entusiasma lo clásico,   pero esa procesión de figuras con los rostros tapados por velos que se dirigen hacia la puerta de la oscuridad en una pirámide tiene recogimiento, misterio, intensidad, es algo que sobrecoge, tiene una desnudez que siempre me ha atrapado. Figuras silenciosas que se dirigen sin retórica hacia el silencio total, que no tienen cuerpo ni cara y señalan la boca de lo místico, yo no sabía que aquello estuviera allí y me cogió por sorpresa. Y es que tal vez Venecia sea una tumba gigante, un grandioso cenotafio, la ultima mueca de una civilización que se acaba y muestra toda su belleza de golpe de un modo excesivo.

   Pero la última tarde nos fuimos a explorar Cannaregio, el barrio al norte de la estación que no recorren apenas los turistas, el más auténtico y menos adocenado. Paseamos casi solos a través de una multitud de puentes, de canales solitarios con barcas que nadie usaba, de casas cerradas e iglesias humildes, donde se veían montones de cajas de carga, o se pasaba por pasajes entre las casas, o se llegaba a callejones que no tenían salida o puentes esquineros, donde batía el agua como hacía siglos sin que nadie hiciera caso. Queríamos visitar Santa María del Orto y llegamos media hora tarde, allí estaban una serie de tintorettos pero no pudimos verlos, nos lamentamos como en otras oacasiones en el viaje, que a menudo se compuso de frustraciones y posibilidades, nos quedamos allí delante mirando la solemnidad de la iglesia. Y a través de plazas cada vez más solitarias, en un barrio lleno de jardines decadentes, llegamos hasta la orilla norte de la isla, donde se veía la laguna abierta y eso producía una sensación de desamparo después de tantos muros cercanos y tantas proximidades, había un vaporetto que llegaba hasta allí después de hacer un recorrido muy complicado por san Marcos y varias islas y era como si recorriera todo el Mediterráneo, nos quedamos mirando como si en él vinieran muchas de nuestras visiones y con envidia a la gente que bajaba y había visto lo que nosotros no veríamos. Enfrente estaba la isla de San Miguel, que era básicamente un cementerio, y allí te expliqué que las góndolas habían surgido para llevar a los muertos en los años de la peste, por eso eran negras, y en la isla adivinábamos una sensación de soledad extraña, te hablé del cuadro de Bocklin “La isla de los muertos” y todo lo que me había fascinado. También te hablé de la isla de san Zacarías donde se instalaron hace siglos los mekitaristas, los jesuitas armenios, y allí desarrollaban la cultura armenia con la versión occidental de su lengua, tenían importantes manuscritos, con ellos había estudiado lord Byron unos meses y había planeado una Gramatica Armenia en inglés, porque a Byron le interesaban todos los perseguidos e independientes, los que representaban algo indomable. Y la isla armenia además representaba los libros, una isla de libros en mitad del Mediterráneo, a la que Byron se acercaría tal vez nadando, a él que le gustaba tanto nadar que cruzó el Helesponto. Era el tipo intrépido que tal vez podría haber viajado hasta Armenia si no se hubiera muerto en Grecia.

     Regresamos por el laberinto de plazas y vimos las casas con jardines enormes, y en una casa había unas hortensias gigantescas, una de ellas alcanzaba un tamaño monstruoso, parecía que deshiciera todos los cánones, y tú te pusiste a hablar con la señora, ella te dijo que en otra ocasión aún había tenido otra más grande, las dos fuisteis compañeras unos minutos en admirar las grandezas de la jardinería. Y luego había patios, galerías enormes, calles sin aceras ni ruido, esquinas que no salían a ningún sitio. Todo aquel barrio era descuidado, con paredes desconchadas, con barcas de carga sin pretensiones, con iglesias modestas dedicadas a santos de segunda, con pequeños milagros, y nos encantaba pasear por allí cuando el sol iba bajando, y nos entraba la tentación de robar alguna pequeña barca y ponernos a dar vueltas sin fin por todos los rincones de Venecia. Por todas partes se veían ventanas de colores desdibujados, pequeños adornos sin importancia, balcones de molduras rotas, a veces pequeñas joyas que nadie conocía, recintos donde nos encantaría refugiarnos. Nos dirigimos hacia la plaza de Giovanni e Paolo, y nos perdimos varias veces,   atravesamos soportales y plazas cerradas y puentes   esquinados o absurdos, fuimos por un paseo grande lleno de tiendas y bares, llegamos a una iglesia redonda con una casa encastrada, descansamos al pie de un árbol, sonó un campanario.

     Y llegamos a San Giovanni e Paolo, otro espacio gigantesco, presidido por esa estatua que yo te dije que era fundamental, que no podíamos perdernos, la estatua del condottiero Bartomeo Colleoni por Andrea del Verrochio. La miramos desde todos los puntos de vista, nos pusimos debajo del caballo, le vimos el culo, apreciamos los hombros y el brazo levantado del caballero, miramos su casco y su mirada levantada, te dije: es toda la fuerza y el ímpetu del Renacimiento, es la virtú de Nietzsche, ese vitalismo que no se arredra, que aprovecha toda la vitalidad del caballo, que se sobrepone y cabalga la vida, esa cabeza hacia lo alto, esa mano que coge las riendas con decisión, sin que nadie pueda impedirlo, ese orgullo, aquí tenemos todo el poder de Venecia o de Europa, pero ahora la veíamos con melancolía y con lucidez en el atardecer, la veíamos allí con el resto de todo lo que podía ser la vida y la supervivencia, ese entusiasmo por sobrevivir, eso que queda después de todas las crisis, ese hermoso deseo de fogosidad, de coger la fuerza de los caballos, y la mirábamos una y otra vez mientras caía la tarde, aquel caballero no podía aplastar a nadie, ni a los que estaban en las terrazas de los cafés, ni al niño que se metía peligrosamente en el agua mientras su madre miraba los mensajes de su móvil, ni a la familia que esperaba un taxi acuático, más bien los animaba a todos levemente, les daba una especie de belleza perdida, que se veía suavemente con una parte de los ojos. Como el esplendor barroco de aquel edificio que ahora era un hospital, o las suntuosidades de la iglesia de Giovanni e Paolo que también tenía estatuas ecuestres dentro, aquello resultaba insólito, nunca habíamos visto gente a caballo dentro de una iglesia, y también era gigantesca, y tenía un montón de tumbas grandiosas, como si la gente no se acostumbrara a la muerte o todo fuera el poder de la imagen.

     Te dolían los pies, siempre has tenido los pies muy delicados y has sufrido en muchos viajes, pero encima tenías un mal misterioso en aquel pie que nadie sabía curarte, y nos habíamos excedido mucho en los paseos, habíamos dado infinidad de vueltas, por eso te dije: ahora nos estamos aquí sentados dos horas sin movernos, tu pie descansa y nosotros también, y también quería que disfrutáramos con lucidez de aquella tarde en Venecia, que todo viniera a nosotros sin pensamientos y sin propósitos, y los edificios se acercaban a nosotros líricamente y nos dejábamos estar con acuidad junto al agua. En el muro de enfrente había dos casas que nos llamaban la atención, soñabamos con comprarlas o alquilarlas, pensábamos en lo que haríamos en ellas, las fiestas que daríamos, los amigos que recibiríamos, o tal vez nosotros solos sencillamente conociéndonos mejor, regalándonos mutuamente nuestro tiempo, había una que tenía una balaustrada pequeña pero muy sugerente, detrás de las ventanas se anunciaba un espacio mágico y en lo alto había una terraza, el muro era rojo pero estaba desgarrado en muchos sitios, y al lado había otra mucho más humilde, en realidad no tenía nada salvo el estar en Venecia al lado de un canal, había un balconcito de cemento y una ventana cuadrada, el techo era de lo más soso, pero pensábamos que desde aquella esquina se vería la plaza a todas horas, todos los días del año, podríamos apreciar con distintas luces la estatua de Bartomeo Colleoni y mirar como pasaban los barcos. Mirábamos pasar pequeños barcos privados de pescadores o de carga, algunos yates modestos, barquitas donde iba una pareja o una familia y no sabíamos como exprimirle todo el encanto a aquello. Era mágico dejarse estar allí durante tiempo y tiempo y mirar como los barcos al pasar levantaban pequeños oleajes en el canal que llegaban a nuestros pies en los escalones, era el llegar del agua con sus fragilidades y sus secretos, y aprendíamos de aquella calma del agua.

   Al volver hacia el hotel Rossi, pasamos por la parte de atrás de la Ca d ´Oro y había un callejón un poco sucio, las casas cerradas con jardines, los campanarios, las celosías, los edificios reservados, los palacios despintados, las buhardillas enmarcadas, y te quise llevar finalmente al Ghetto,   nos desviamos por callejones, soportales, pasajes, edificios sombríos, preguntamos varias veces, en un edificio judío había unos carabineros, claro, los judíos están amenazados en todas partes, por aquí ya es el barrio, nos decían, pero no notábamos nada, hasta que le preguntamos a un individuo que resultó que era Davide de Guglielmo, un pintor que tenía allí su estudio, nos hizo pasar a dentro, nos enseñó sus cuadros y los de su hija Angelika, esculturas ingrávidas en cartón , manualidades diversas, nos dijo que era sefardí y procedia de España, que había buscado sus raíces españolas, ellos tienen raíces en todas partes , hay ramificaciones suyas por todas las esquinas, y han tratado de reconstruir sus enredaderas, y otras veces les han obligado a hacerlo, nos dijo que enfrente estaba la sinagoga más antigua, pero en un segundo piso porque estaba prohibido que hubiera templos judíos al nivel de la calle y los cristianos tuvieran que verlos, nos dijo que había un museo muy interesante pero nos íbamos temprano al día siguiente, nos dijo de la otra sinagoga en otra plaza, nos habló de los negocios que había por aquellas calles en otros tiempos, lo escuchábamos con mucho interés, a nosotros nos interesa todo, nos enseñó un cuadro de su hija que representaba una letra del alfabeto hebreo y al mismo tiempo era un astro y representaba la energía positiva del universo y tenía significados en la Cábala , yo me acordé de mis lecturas sobre la Cábala, el Zohar o Libro del Esplendor, mi fascinación por la mística judía , estábamos encantados, pero cuando salimos tú le diste la mano y él no te la cogió, te dijo que no le daba la mano a las mujeres, solo a la suya, bueno, estamos curados de todo, hemos visto todo tipo de gestos, y conocemos todas las formas de saludo.

   Cuando íbamos hacia el hotel aparecían restaurantes de comida koser, con los menús en italiano y en hebreo, tiendas judías, individuos que paeaban con el sombrero judío en la cabeza, y a mí me asombraba como eso se insertaba en el mundo, como las doctrinas se engarzan con la vida, como las personas son personas a pesar de cualquier doctrina, y toman bebidas en los bares, se saludan después del paso del tiempo, se aman o bromean, de repente Venecia parecía también una ciudad errante, una ciudad donde pararon los más errantes de todos, tal vez la ciudad iba a levitar en el aire como aquella ciudad de Torrente Ballester, en todo caso se alejaba en la mirada, se convertía en melancolía, se aligeraba y poetizaba, todo se volvía interesante y extraño, y avanzando hacia donde creíamos que era el buen sentido fuimos a dar a un canal grande, pero te dije que no era el Gran Canal, descubrimos que era el canal Cannareggio, por él el vecino se abría al mundo y pasaban grandes barcos, caminamos hacia la izquierda y conectamos de nuevo con el camino hacia nuestro hotel, llegamos hasta el puente que desembocaba en un muro que tenía un gran relieve con una cabra, uno también podía fijarse en los relieves, había multitud de detalles que nos llamaban la atención, en los cuales nos habríamos quedado si pudiésemos quedarnos en alguna parte, y tú sacabas fotos, y llegamos otra vez a las cercanías de la estación de santa Lucía, donde estaban las estaciones principales de los vaporettos, y los grandes puentes sobre el canal, y los templos barrocos que siempre encontrábamos cerrados, y donde todo se reflejaba en el agua, todo se remitía al agua, todo regalaba su fantasía al agua.

 

 

 

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