Thérèse de Lisieux (1873 -1897). “Quiero ser Santa”
Por Teresa Hage
La passion du Thérèse de Lisieux
[2000]
Guy Gaucher
La santidad de Santa Teresita no se basa en fenómenos extraordinarios. Se basa en “hacer de manera extraordinaria las cosas más ordinarias y corrientes”.
Cuesta entender que la vida de Thérèse Martín Guérin fuera completamente corriente porque para nosotros Thérèse de Lisieux es hoy Santa Teresita del Niño Jesús, célebre en el mundo entero, patrona universal de las misiones, patrona de Francia junto a Santa Juana de Arco, doctora de la Iglesia, etc. Pero olvidamos que pasó inadvertida para su familia, para su entorno, para el Carmelo e incluso para su padre espiritual. Ciertamente que en Lisieux se comentó que había tenido la audacia de hablar al Papa León XIII en una audiencia en Roma (un periódico nacional se hizo eco de la noticia). También se comentó que había entrado en el Carmelo a los quince años. Pero cuando murió desconocida en un pequeño Carmelo de provincias, no había más de treinta personas en su entierro en el cementerio de Lisieux. Sin embargo, en 1915 ya se habían difundido más de 200.000 ejemplares de su libro Historia de un Alma y a su canonización en San Pedro de Roma asistirán más de 500.000 creyentes el 17 de mayo de 1925.
¿Entonces?.. Sí, una vida muy ordinaria y muy escondida.
Alençon (1873-1877)
Una familia cristiana en Alençon. El padre, Luis Martín, relojero-joyero, la madre, Celia Guérin, encajera. Han tenido nueve hijos de los cuales cuatro han muerto a temprana edad. Quedan cuatro hijas y he aquí que, a los cuarenta años, la madre está encinta. Teresa nace el 2 de enero de 1873. Niña alegre, vivaracha, su vida es dichosa, llena del amor de sus padres y hermanas. La pequeña y última hija recibe de toda la familia una fe profunda, viva, generosa y llena de caridad. Todo va bien hasta que surge el drama: la madre, Celia Guérin, muere de cáncer. Teresa tiene cuatro años. El golpe es muy fuerte para la pequeña que escoge a su hermana Paulina como su segunda madre, pero la herida es profunda y tardará diez años en cicatrizar.
Lisieux (1877-1888)
Con cinco hijas que educar, el padre cede a los ruegos insistentes de su cuñado, Isidoro Guérin, farmacéutico en Lisieux, para que se trasladen a esta población. Toda la familia Martín se instala en Los Buissonnets. Teresa encuentra allí una ambiente cálido, pero los cinco años que va al colegio de la abadía de las Benedictinas, serán para ella “los cinco años más tristes de su vida”. Buena alumna pero tímida, escrupulosa, sufre con los contratiempos de la vida escolar…
La entrada de su hermana Paulina en el Carmelo de Lisieux vuelve a abrir la herida. A los diez años, Teresa cae gravemente enferma. La medicina no puede hacer nada. Los familiares y el Carmelo rezan. El 13 de mayo de 1883, una imagen de la Virgen María sonríe a Teresa y es curada súbitamente. Al año siguiente, el 8 de junio, su primera Comunión es para ella una “fusión” de amor. Jesús se entrega al fin a ella y ella se entrega a Él. Piensa ya en ser carmelita. La entrada en el Carmelo de su hermana María, la desestabiliza de nuevo. Sufre una grave crisis, está hipersensible y “llora en exceso”. Desea morir y ser liberada.
Al volver de la misa del Gallo el año 1886, la gracia toca su corazón. Es una verdadera conversión que la transforma en una mujer fuerte. El Niño del pesebre, el Verbo de Dios le ha comunicado su fuerza en la Eucaristía. Está decidida a luchar para entrar en el Carmelo, para salvar todos los obstáculos: su padre, su tío, el superior del Carmelo, el obispo, el Papa León XII, pues la gracia le ha abierto el corazón y quiere salvar a los pecadores con Jesús que, en la Cruz, tuvo sed de almas. Teresa, a los catorce años, decide permanecer siempre al pie de la Cruz para recoger la sangre divina y dársela a las almas”. Tal es su vocación de “amar a Jesús y hacerlo amar”.
El 1887, al oír hablar de un asesino que ha dado muerte a tres mujeres en París, reza y se sacrifica por él queriendo, a todo precio, arrancarlo del infierno. Henri Pranzini es juzgado y condenado a morir guillotinado pero, en el momento de morir, besa el crucifijo. Teresa llora de alegría: su oración ha sido escuchada. Lo llama su primer hijo.
En su peregrinación a Italia Teresa se da cuenta de que, a pesar de lo “sublime de su vocación”, los sacerdotes tienen pequeñas debilidades. Piensa que hace falta rezar mucho por ellos, porque son hombres “débiles y frágiles”. Teresa comprende que su vocación no consistirá sólo en orar por la conversión de los grandes pecadores, sino también en rezar por los sacerdotes.
En el curso de esta peregrinación pide al Papa poder entrar en el Carmelo a los quince años. Respuesta evasiva, “un fiasco”, pero el 9 de abril de 1888, Teresa deja para siempre a su padre, a sus hermanas, a su familia, los Buissonnets, a su perro Tom…
En el Carmelo. Un camino de soledad
Se siente feliz al estar para siempre en el Carmelo, “prisionera” con Él… y con 24 hermanas. La vida comunitaria, el frío la oración a menudo en sequedad, la soledad afectiva (aunque esté con sus dos hermanas mayores). Todo lo soporta con ilusión. Su más grande sufrimiento será la enfermedad de su amado padre, internado en El Buen Salvador de Caen, hospital para enfermos mentales. Nuevo drama familiar para Teresa que profundiza en la oración con “el Siervo doliente” de Isaías, 53, en la Pasión de Jesús y aspira al amor cuando lee la “Llama de amor viva” de San Juan de la Cruz. Su hermana Paulina (la Madre Inés de Jesús) será elegida priora del convento en 1893..
Su padre, que había regresado con su familia desde el Buen Salvador de Caen, muere en 1894: Celina, que le había cuidado, entra con sus hermanas en el Carmelo. En esta época es cuando la joven hermana Teresa del Niño Jesús de la Santa Faz descubre, después de años de búsqueda, el camino que va a transformar su vida. Teresa recibe la gracia de profundizar en la Paternidad de Dios que nos es otra cosa que Misericordia y Amor. Por suerte, la Madre Inés de Jesús le ordena escribir sus recuerdos de infancia. Teresa obedece y escribe 86 páginas en un cuadernito. En su tiempo, algunas almas escogidas se ofrecían como víctimas a la Justicia Divina. La “débil e imperfecta Teresa” se ofrece al Amor Misericordioso el día 9 de junio, en la misa de la Santísima Trinidad. Este don total “la renueva”, quema todo pecado en ella.
En septiembre de 1896, Teresa experimenta que su hermosa vocación no le basta. En sus oraciones siente grandes deseos de ser sacerdote, diácono, profeta, doctor, misionero, mártir… Pero pronto encuentra su vocación al leer un pasaje de San Pablo sobre la caridad (I Cor, 13). Todo queda claro para ella y puede escribir “¡ Oh, Jesús, amor mío, he encontrado al fin mi vocación ! ¡Mi vocación es el Amor!… Sí, he encontrado mi puesto en la Iglesia y ese puesto, Dios mío, eres Tú quien me lo ha dado. En el corazón de la Iglesia, mi madre, yo seré el amor. Así lo seré todo ¡¡¡Así mi sueño se verá realizado!!!” (Manuscrito B, 3 v).
Cada vez más atormentada por la inquietud de que los pecadores no conozcan este amor misericordioso de Dios, en Pascua de 1896, entra en una noche oscura en la que su fe y su esperanza combaten. Mientras tanto, una tuberculosis mina su salud y la debilita. Teresa emplea sus últimas fuerzas en enseñar “su camino de infancia espiritual” a las cinco novicias que tiene a su cargo y a sus hermanos espirituales, sacerdotes y misioneros en África y China. Viviendo esta compasión en unión con Cristo en Getsemaní y en su Cruz, agotada por las hemoptisis, guarda su sonrisa y su exquisita caridad para animar la moral de sus hermanas, consternadas al verla morir llena de atroces sufrimientos.
Continúa hasta el agotamiento la redacción de sus recuerdos en los cuales, con una verdad transparente, “canta las misericordias del Señor” en su corta vida. Pidiendo “hacer el bien en la tierra después de su muerte, hasta el fin del mundo”, profetizando humildemente que su misión póstuma sería enseñar su caminito a las almas y “pasar su cielo haciendo el bien en la tierra”, muere el 30 de septiembre 1897.
Un año después de su muerte se publica un libro a partir de sus escritos : Historia de una Alma, que va a conquistar al mundo y dará a conocer a esta joven religiosa que había amado a Jesús “hasta morir de amor”. Una vida escondida iba a iluminar el mundo. Y esto dura ya más de cien años…
“Mi caminito”, como lo llamáis…
El camino espiritual de Thérèse Martín fue solitario. Cierto que recibió mucho de su familia, de sus educadores y de sus maestros del Carmelo, pero ningún sacerdote la marcó profundamente. El Espíritu Santo trazó en ella un sendero de autenticidad: “No he buscado mas que la verdad”, que le reveló las profundidades del Amor trinitario y un “caminito” para unirlos sin ninguna preocupación didáctica. Todo surgió de la vida, de los acontecimientos cotidianos releídos a la luz de la Palabra de Dios. Su aportación incomparable a la espiritualidad del siglo XX es una vuelta al Evangelio en su pureza más radical. “Si no os hacéis como niños no entraréis en el reino de los Cielos”. (Mateo 18,3). Sin ninguna iniciación, sin ninguna cultura bíblica, cita más de mil veces la Biblia en sus escritos. A los 22 años dos textos del Antiguo Testamento cristalizan después de una larga búsqueda, en el descubrimiento de “ la vía de la infancia espiritual” que será su gran aportación.
“Quiero ser Santa”
Teresa, apasionada adolescente, ha decidido ser santa. En el Carmelo, cuando era postulante, escribió a su padre: “Labraré tu gloria haciéndome una gran santa”.
Pero, muy pronto, va a comprobar su debilidad y su impotencia cuando se compara con los santos. Le parecen una montaña mientras ella no es mas que un granito de arena. “Mi crecimiento es imposible”, piensa, pero no se desanima. Si Dios ha puesto en ella esos deseos de santidad es porque debe tener un caminito para escalar “la dura escalera de la perfección”.
La palabra de Dios le descubre el camino: “Si alguno es pequeño que venga a Mí” (Proverbios 9,4). “Entonces yo fui” –escribe la pequeña Teresita- preguntándose qué haría Dios con el pequeño que fuese a Él. Leyendo Isaías 66, comprendió que no podía subir sola la escalera de la perfección, pero que Jesús la cogería en sus brazos y la subiría como en un ascensor rápido. Desde entonces Teresita no encuentra ningún obstáculo, al contrario, será pequeña y ligera en los brazos de Jesús y será santa por un camino rápido.
Así cuenta Santa Teresita el descubrimiento de “su caminito” (Manuscrito C, 2). Su descubrimiento es que Dios es esencialmente Amor Misericordioso. En adelante verá todas las perfecciones divinas, incluida la justicia, partiendo de la Misericordia. Esto conlleva una confianza audaz: “Quiero ser santa, pero siento mi impotencia y te pido, Dios mío, que seas Tú mismo mi santidad” .
Dejar hacer a Dios no implica ningún infantilismo fácil. Teresa hará todo lo posible para mostrar cada día y cada minuto su amor a Dios y a sus hermanas en una total gratuidad: la del amor. En todas las situaciones y en todos los actos de su vida Teresa aplica esta regla: Si Dios le pide algo y ella se siente incapaz de hacerlo, Él lo hará por ella. Un ejemplo: amar a todas sus hermanas como Jesús las ama le es imposible. Entonces, uniéndose a Él, será Él quien las amará en Teresa:” Sí, lo sé, cuando soy caritativa, es únicamente Jesús quien actúa en mí. Cuanto más unida estoy a Él, más amo a todas mis hermanas”( Manuscrito C, 13º r). He aquí un camino de santidad que se abre a todos, a los pequeños, los pobres, los que sufren: aceptar la realidad de las propias debilidades y ofrecerse a Dios tal como uno es para que Él intervenga en nosotros.
Todo se comprende mejor cuando vemos que la frase anterior de Teresa está en las antípodas de la cursilería y muy cerca de la infancia evangélica predicada por Jesús: “Jesús se complace en mostrarme el único camino que conduce a esa hoguera divina. Ese camino es el abandono del niñito que se duerme sin miedo en los brazos de su padre” (Manuscrito B, 1º v).
Sus intuiciones hacen de ella una precursora de las grandes verdades del Vaticano II. También Teresa, sin saberlo, ha abierto caminos de ecumenismo: su lectura de la epístola a los Romanos sedujo a los luteranos. Los cristianos ortodoxos la aman como a San Francisco de Asís.
Su misión. Su influencia universal
Fue en la catedral de San Pedro. Un domingo, al finalizar la misa en la que Teresa había recibido la Eucaristía, cuando cerraba el misal, se conmovió profundamente al ver una imagen de Jesús en la Cruz que se deslizaba de una de sus páginas: “Sentí un gran dolor al pensar que aquella sangre caía al suelo sin que nadie se apresurase a recogerla. Tomé la resolución de estar siempre al pie de la Cruz para recibir el rocío divino que goteaba de ella y comprendí que luego debería derramarlo en las almas. También resonaba continuamente en mi corazón el grito de Jesús en la Cruz: “¡Tengo sed !”. Estas palabras encendían en mí un ardor desconocido y muy vivo… Quería dar de beber a mi Amado y yo misma me sentía devorada por la sed de almas… No eran todavía las almas de los sacerdotes las que me atraían, sino las de los grandes pecadores; ardía en deseos de arrancarlos del fuego eterno…” (Manuscrito A ,45º v).
Su misión en el Carmelo
Para ser más misionera, Teresa se siente llamada al Carmelo tras los pasos de Santa Teresa de Ávila, su “Madre”, por el don de su vida y la oración que traspasa todas las fronteras. Como la Santa española, “quisiera dar mil vidas para salvar una sola alma”.
Al entrar en el Carmelo declara: “He venido para salvar almas pero, sobre todo, para orar por los sacerdotes”. “Amar a Jesús y hacerlo amar debe de ser, cada vez más, la meta de mi vida.”
Siente una gran alegría cuando le ofrecen dos hermanos espirituales para que les apoye en su ministerio: El seminarista Mauricio Bellière, de veinte años, pide la ayuda de una carmelita para que rece por su vocación. Será padre blanco y partirá a Nyassland (hoy Malawo). Volverá a Francia y morirá hospitalizado en el Buen Salvador de Caen en 1907, a los treinta años. Teresa le ayudará mucho con sus cartas. El Padre Adolfo Roulland, de las Misiones Extranjeras de París, se escribirá también con Teresa después de celebrar su primera misa en el Carmelo y tener una conversación con ella. Partirá a China, a Su-Tchuen. Murió en Francia en 1934.
Los dos permitieron a Teresa extender sus horizontes a todo el mundo. Los “deseos infinitos” que la hacen sufrir en la oración la impulsan a escribir: “Recorrer la tierra (…). Anunciar el Evangelio en las cinco partes del mundo y hasta en las islas más remotas… Quisiera ser misionera no sólo durante algunos años, sino haberlo sido desde la creación del mundo y seguir siéndolo hasta la consumación de los siglos…” (Manuscrito B,3º r).
Su misión en el Cielo
Este deseo se va a intensificar hasta en su lecho de agonía, en la esperanza de seguir siendo misionera después de su muerte: “Tengo la confianza de que no voy a estar inactiva en el cielo. Mi deseo es seguir trabajando por la Iglesia y por las almas. Así se lo he pedido a Dios y estoy segura de que me va a escuchar.”(Carta 254).
“Presiento que mi misión va a comenzar, mi misión de hacer amar a Dios como yo lo amo, de enseñar mi caminito a las almas “(JEV,85).
“Quiero pasar mi cielo haciendo el bien en la tierra”(JEV,85).
Patrona de las Misiones
Lo más asombroso es que la Iglesia la proclamó Patrona universal de las Misiones en 1927. Además, Sor Teresita, sin haber abandonado jamás su celda, totalmente llena del Amor Misericordioso de Dios en lo cotidiano de su vida, irradió en el mundo las misericordias del Corazón de Dios.
Después de la muerte de Teresa, innumerables vocaciones sacerdotales y religiosas nacieron de su encuentro con sus escritos y con su vida sencilla. Ella cumplió sus promesas. Muchísimos sacerdotes y misioneros le han confiado su ministerio. Más de 50 congregaciones en el mundo viven hoy la espiritualidad de Santa Teresita del Niño Jesús o santa Teresa de Lisieux.
Historia de un Alma
Sus escritos Historia de un alma han recibido multitud de elogios de grandes teólogos y reconocidos intelectuales (von Baltasar, Paul Claudel, Giovanni Papini, Yves Congar…) y fue el libro de cabecera, por ejemplo, del famoso escritor francés George Bernanos, al que muchos conocerán por su libro Diario de un cura rural en el que se basó la película homónima del cineasta Robert Bresson.
La vida de Thérèse de Lisieux ha sido llevada a la gran pantalla por renombrados cineastas y ha sido también inspiradora de novelas célebres como La leyenda del santo bebedor del escritor Joseph Roth.
Más de diez millones de personas pasan cada año por Lisieux a visitar los lugares donde vivió y murió Santa Teresita y a pedirle favores que ella concede alegre desde el cielo.