Rasurando el big problem

charles_olsen_foto_2©Charles Olsen

 

Del libro Ciudad Sonámbula.

 

 

 

Por Lilián Pallares

 

Me pican las manos. No se si será un pretexto o un hecho real para sentarme a escribir después de dar tantas vueltas del salón a la cocina, limpiar el baño repetidas veces, quitar manchas del suelo que me persiguen como paparazis por la casa, comer nada apetecible, cantar canciones de Cindy Lauper y creer que tengo buena voz, mientras me imagino en Operación Terminator. Se me ocurre decir algo cuando experimento estas particularidades: “tengo miedo”.

Muchas veces nos sometemos a la prueba del teclado, que es como un polígrafo que nos hace decir verdades que necesitan desertar del silencio, porque sino, caducamos como una conserva del supermercado. Puede ser que me esté pudriendo, también es cierto que llevo mucho tiempo sin escribir, al igual que el tiempo que gasto recordando antiguas relaciones que me lanzan de inmediato a la farmacia. Busco compresas para curar heridas.

El farmaceuta marroquí me mira con cara de interrogante y dice:

–¿No prefieres los tampax? Los llevan todas por comodidad.

Es obvio, no he podido superar el boom de las compresas; no soy una mujer actual, ejecutiva, saludable, polivalente. Reflexiono, soy mujer, en apariencia joven, mulata, que equivale a lo mismo que exótica, es más, me gusto y muchísimo. Pero una duda me asalta después del incidente de la farmacia: ¿Por qué nunca he usado cera depilatoria y sigo sumergida en la era de la máquina de afeitar? ¿Será que me estoy volviendo vieja, me resisto a la modernidad o a ser la mujer peluda?

“Déjate llevar por el devenir,” es mi frase ideal para casos tipo H2, en los que la cera depilatoria y los tampax se vuelven en mi contra.

A los 30 y tantos años compartir piso en Madrid resulta hasta gratificante, por lo menos no vives con tus padres, ni respiras el aroma a lejía, incienso para algunas amas de casa maniático-compulsivas.

Veo mi estantería, un tanto vacía pero limpia, y la comparo con las de mis compañeras de piso, mucho más jóvenes por cierto, y me doy cuenta de que tengo sólo lo indispensable para afrontar el combate de la buena presencia.

Montones de cremas, maquillajes, pintauñas, perfumes, planchas para alisar el cabello y no se que más productos, cuyas marcas en este caso serían NPI (ni puta idea) apabullan y vuelven ínfima a mi estantería llena de compresas, Ibuprofenos 600 mg, colonia de bebé, desodorante, un perfume que me regaló mi madre hace 6 años, un set de maquillaje desgastado tipo Brillantina y máquinas de afeitar ochenteras azul Superman.

Pienso nuevamente: “Estoy desactualizada”. Eso equivale a envejecer y lo peor es que no tengo tan siquiera una crema antiarrugas. Para sentirme mejor tengo una frase perfecta:

“¿Cómo hacían las mujeres de antes, cuando no existían todos esos inventos, in-seguridades y necesidades creadas por el consumismo?” Aquellas mujeres vivían muchísimos años sin complejos, y la verdad, no veo la diferencia entre una arruga del 1600 con una del 2010.

Desde ese recorrido por el baño comienza mi análisis, producto no se si del aburrimiento o de mi inspiración de sábado por la tarde. Veo mi colección musical, CD´s que aparecen en mi casa de manera insólita, puedo reconocer abiertamente que nunca los compro y tampoco los robo, emergen. No tengo el síndrome de Winona Ryder, de ella sólo quiero sus gafas, sientan genial para no pasar desapercibida.

Lo confieso, estoy invadida por la música de los 70 y 80`s, es más, parezco un anuncio de tele-marketing retro, si hasta tengo el look de Diana Ross.

¿Estoy desactualizada? Y lo peor es que es cierto. Para eso tengo otra frase re-confortante:

“Son clásicos y los clásicos nunca pasan de moda porque perduran en el tiempo.” Si quieren comprobar que se están haciendo viejos sólo miren su cd-teca… ¡No puede ser! otra vez más estoy desactualizada. Ya no estamos en la era de los cd´s, sino del MP3… Ah, el MP4… ¿MP5?

¡Qué vergüenza! diría una que otra enemiga. La verdad me importa menos que salir a la calle y toparme a la gente con cara de código de barras comprando cosas para inmortalizarse, me importa poco la comida rápida, prefiero el sexo rápido que me deja igual de vacía pero por lo menos no tengo que hacer filas. Me da igual si dicen que soy una pre-menopáusica aburrida, que no salgo, que le tengo alergia a la muchedumbre, al final son igual que el polen, me producen ganas de estornudar; que no me cuido, que no me modernizo con las nuevas tendencias de la moda para las mujeres de 30, que el lifting, el botox, la limpieza de cutis, la lipoescultura y toda esa serie de Delirium Tremens: el matrimonio o la pareja estable, los hijos, el trabajo seguro, el contrato indefinido, las pagas extras, el abono del metro, salir religiosamente los fines de semana, ir de compras con las amigas, tener un grupo clónico de amigos, Jane Fonda y sus setenta y tantos años, la imparable necesidad de recordarnos vivos en la búsqueda de la actualidad, de lo último, las tendencias y las modas, sinónimos de «felicidad»: yupi, guay, indie, progre, hippie, bohemio, pijo, rasta, hip-hop, latin king, etc…

Lo que si tengo seguro en esta vida, además de mis ideales con los que estoy casada, son mis azulosas máquinas de afeitar… y soy feliz rasurándome con ellas, porque ni la cera ni la depilación láser me harán olvidar quien soy, una treintañera fashion victim con el look de Diana Ross, tan desactualizada como los noticieros y periódicos del mundo.

¿Qué es ser actual?

Un día un chico me dijo en un bar:

–Me gusta la música actual, y ¿a ti?

Ante esa pregunta le dije otra frase que me encanta:

–¿Dónde está el baño más actual?

Es así, inevitable, todo cambia. ¿Qué podría hacer ahora? Revisar mi agenda telefónica para darme cuenta de que está llena de números y nombres de los que ya ni me acuerdo, gente a la que por casualidad uno reencuentra por la calle y le pregunta ¿cómo estás, qué tal te va, qué estás haciendo últimamente? cuando ni siquiera nos interesa y les prometemos que los llamaremos para quedar y tomar algo. ¡Qué teatro! Le hacemos creer al otro que deseamos actualizarnos sobre su existencia. Es lo mismo que les sucede a Claudia Schiffer y Cindy Crawford cuando se topan en los aeropuertos. Pero también existen amigos en esa agenda a los que llamo y veo muy poco, con ellos no tengo que aparentar ningún interés. Se que siempre estarán allí, como las compresas y canciones de Cindy Lauper que perduran en el tiempo… y si lo dudan ¿por qué creen que se siguen vendiendo las súper ochenteras máquinas de afeitar?

 

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