El chiringuito Real
Por Javier Vayá
El rey abdica, o lo hacen abdicar, y resulta que aquí estamos todos locos o somos una suerte de peligrosos terroristas que queremos arrasar con todo por advertir que igual es un buen momento para plantearnos el asunto o al menos de preguntar a la gente qué le parece lo de la cuestión Borbónica o sucesoria. Barbaridades que se nos ocurren a unos cuantos con el fin de romper el país. Ya digo, de inmediato comienzan a rasgarse las vestiduras los de siempre, los amos del chiringuito y los que no pagan las copas porque son amiguetes. De inmediato llueven las descalificaciones hacia los que pensamos que quizá, tan solo quizá, habría que preguntarle al pueblo si quiere seguir manteniendo de su bolsillo una institución medieval, arcaica, y que para colmo goza de impunidad total a la hora de cometer cualquier felonía. Fíjense que hablamos de preguntar, y que me da a mí que saldría que sí a la Monarquía.
Nada nuevo bajo el sol de este país tan democrático y libre. Pero lo que realmente duele es ver cómo no son solo los de siempre, cómo de pronto surgen voces de respetados escritores, periodistas, políticos, etc, que durante todo este tiempo cacareaban ser de izquierdas y republicanos diciendo que no armemos alboroto, que la cosa está muy bien como está, Felipe y Juan Carlos son dos tipos majísimos y que no está el horno para bollos, además, nosotros qué demonios sabremos de todo esto. Duele ver de qué patética manera quedan retratados todos estos estómagos alimentados por el chiringuito y bronceados a la sombra de las sombrillas de ese sistema que también necesita alguna voz discordante siempre que a la hora de la verdad sepa de qué lado estar, quien es el que paga los lingotazos en detrimento del ciudadano tonto y bárbaro de a pie.
Esta gente sabe que hay que remar todos a una, que al chiringuito ya le estamos cogiendo demasiada manía los que nos morimos de sed y se nos niega hasta el agua, de modo que deciden que es la hora de mandar un par de buenos eslogan para repetirlos por ahí y que hagan mella entre la gente, a ver si los alborotadores se callan y les dejan dormir su larga y ebria siesta como Dios manda. Sueltan como si tal cosa que el heredero está más que preparado, como si eso debiera tranquilizarnos, como si hubieran asistido en primera persona a tan rigurosa preparación de años para leer discursos, besar niños y saludar con la mano. Como si no supiéramos de tantos y tantos jóvenes perfectamente preparados que se han tenido que ir a buscar las alubias a otros países o que trabajan en puestos poco cualificados o directamente no trabajan.
Alegan que para qué queremos votar un jefe de estado con lo que hay por ahí, con lo poco que molan los políticos. Esto resulta muy gracioso ya que los mismos que responden ante todas sus ruindades, recortes y corruptelas con la cantinela de la mayoría absoluta ahora nos espetan que no tenemos ni idea de elegir a nuestros representantes, que nosotros no sabemos de eso. Los mismos que se llenan la boca con la palabra democracia y que para ellos acaba en el momento en que se cierran las urnas nos vienen ahora con que eso de la democracia no funciona, que es mejor un jefe de estado elegido por apellido y sangre y un dictador que por votación popular, dónde va a parar. Dicen también que somos ilusos por creer que una República sería algo idílico y maravilloso, ya sabemos que no, pero sería algo mucho más justo, democrático y decente. Dicen que ahora no toca, que con la de problemas que hay que resolver primero menuda lata estamos dando, claro que hay muchos problemas y más serios, pero defender el privilegio de apellido y sangre de una familia sabiendo cómo lo están pasándolo la mayoría de familias españolas tampoco arregla los problemas y es mucho más obsceno y repugnante.
Todo vuelve a resumirse en lo mismo, lo que ya dije en mi anterior artículo; tienen miedo, el miedo que produce saberse culpables, miedo a que les movamos el chiringuito del que tanto tiempo llevan beneficiándose, que les fastidiemos la barra libre eterna a la que les llevamos invitando de manera obligada desde hace décadas. Un miedo tan terrible que la única respuesta que se les ocurre es reprimir, imponer, despreciar, engañar y manipular siempre al que paga. Hasta que nos cansemos o no quede nada con lo que pagar nada.