El tintineo glacial de los cristales rotos
Posted on 29 abril, 2014 By CC Letras, portada, Reseñas
Por José de María Romero Barea
El fragor del día (Impedimenta, 2014) es tal vez la mejor novela de Elizabeth Bowen (Dublín, 1899) sobre el Londres asediado por la Segunda guerra mundial, aunque la autora irlandesa escribió otras novelas ambientadas en Londres, y varios de sus cuentos, a menudo bajo la apariencia de historias de fantasmas, tratan de ese extraño letargo en mitad de los disturbios que caracterizan la vida del Londres durante y después de los bombardeos.
Publicada en 1949, en The Heat of the Day no hay ambiente o lugar que Elizabeth Bowen dé por sentado o considere asumido por el lector. Muy al contrario, Londres se representa con exactitud desde el primer domingo de septiembre 1942 hasta el mismo domingo, dos años después. La capital británica parece ser el personaje principal de la novela, algo que la portada de Impedimenta (en la imagen), un cartel publicitario de Western Electric obra de Laurie Tyler, sugiere. Tiempo y espacio convergen en una novela que se ocupa lo mismo de la lluvia que de la luz del sol en la metrópoli, de cómo las “parejas de amantes, cansadas tras pasar todo el día solos, el uno con el otro, se alegraban al entrar en un lugar distinto en el que no estaban únicamente ellos” (p. 8), el Londres de la oscuridad total de los apagones y los vivos contrastes entre el bombardeo nocturno y la levedad que sus habitantes sienten durante el día, sustrato emocional de la novela.
La ansiedad, la sospecha y el miedo envuelven a los amantes lo mismo que la felicidad. Londres es para ellos un lugar de pesadilla, oscuridad, peligro, y un locus amoenus. “Ninguna otra época pudo vivirse con tanta intensidad; uno adquiría cierta sensación poética ante la amenaza de la muerte” (p. 96). El estilo es, en cierto modo, una víctima más de la guerra que describe. La prosa de la autora irlandesa, fracturada y elíptica, es reproducida de forma fiel y magistral por Martín Schifino. Léase esta descripción de los estragos del racionamiento: “La carnicería ofrecía cortes desconocidos de carne violácea, con la seguridad de que nadie iba a comprarlos; lo único que había en la lechería era una vaca de porcelana; el tendero, con un coraje carente de valor, conservaba intactas sus existencias de cajas y latas vacías” (págs. 77 y 78). El largo catálogo se extiende durante varios párrafos, en los que la trama deja al descubierto su complicada estructura, se omiten verbos y artículos, se violenta el idioma, contorsiones que capturan las distorsiones de la época.
Las descripciones de Bowen del Londres durante la guerra pueden llegar a ser, a la vez que luminosas (“En aquellos días, hasta el suelo de la ciudad parecía generar una fuerza especial: en los parques, las dalias enormes, de vino y terciopelo, y los árboles, en los que las hojas estiraban cada nervadura hacia el sol, proclamaban la idea de unos momentos de placidez gloriosa” (p. 96)) escalofriantes: “Nadie se atrevía a imaginar que podría dormir. Con apatía, los heridos y moribundos veían cómo cambiaba la luz del atardecer en las paredes de hospitales que acaso se derrumbarían esa misma noche.” (p. 97).
Elizabeth Bowen sabe reflejar la emoción y la ansiedad que está al acecho en el corazón de Stella y Robert, los amantes en el corazón de la novela: “Stella asociaba la época en que había conocido a Robert con el tintineo glacial de los cristales rotos cuando los barrían junto a las hojas crujientes del otoño.” (p. 98). Se trata no tanto de una novela de amor en tiempos de guerra como de una novela de amor a pesar de esos tiempos: “El atractivo de los placeres residía en el azar, en la inestabilidad de sus escenarios, como si fueran telones de un teatro, en su anacronismo: el grupito pasaba jubilosas noches yendo de un lado a otro, de bares a tabernas, de clubes a casas particulares.” (p. 100)
Aunque este libro ha sido descrito como “novela de guerra”, la mentira causa tantos desastres como las bombas. Incluso algo tan benigno como una visita a Holme Dene, la finca familiar de Robert, está envuelta en el más oscuro secreto. Sorprendente y significativo es el descubrimiento de que sus habitantes guardan celosamente sus raciones de mantequilla. “Cada miembro de la familia tenía su ración delante de su plato (…) Era el preocupante comienzo de la semana de racionamiento (…) La vida independiente que llevaba Stella en Londres, de restaurante en restaurante, la había protegido frente a las muchas y desagradables realidades domésticas. Por alguna razón, aquellos cuencos de colores la hicieron sentirse miserable y triste.” (p. 118).
La novela fluctúa hacia atrás y adelante en el tiempo, hace pequeñas incursiones fuera de la ciudad, como para escapar de los bombardeos, no muy segura de los acontecimientos que narra y de su secuencia (y sobre todo su consecuencia). Regresar de sus excursiones a pueblos dormitorio permite a Stella Rodney lograr al menos un atisbo de claridad, una explicación racional en mitad del caos: “Stella, que también volvía a casa, se tranquilizó bajo la mirada de Hannah. Sonrió a la muchacha, pero no había nada que decir – sobre todo, en aquel momento no había nada que decir -. En el futuro, cada vez que recordara aquel espejismo de Mount Morris en plena victoria, vería a Hannah allí, de pie, al sol, indiferente como un palo.” (p. 188).
Se sabe que la propia Elizabeth Bowen tuvo un apasionado romance durante la mayor parte de la guerra con un joven diplomático canadiense llamado Charles Ritchie, a quien dedicó la novela. Conciliar la vida social y la familiar suponía un reto para una londinense. Para las clases medias, a las que Bowen pertenecía, no sólo hubo racionamiento de comida, sino de servicios básicos. Era posible permanecer en el ámbito de lo privado, refugiarse en el anonimato, y al mismo tiempo, comunicarse con el exterior, con gente que uno nunca hubiera conocido en otras circunstancias. Tal vez por eso, mientras otras novelas de esta época están llenas de gente que corren en busca de refugio, El fragor del día transpira una cierta sensación de nostalgia por un paraíso perdido. El amor prohibido de Stella y Robert y otros muchos secretos impregnan una historia hábilmente urdida. La edición de Impedimenta es exquisita. La historia, inolvidable.
Sevilla, 2014
José de María Romero Barea (Córdoba, 1972) es autor de Poesía (qué si no). Su primera sección, el corazón el hueco, consta de la trilogía Resurrecciones (Asociación Cultura y Progreso, 2011), (mil novecientos setenta y) Dos (Ediciones en Huida, 2011) y Talismán/Talisman (Editorial Anantes, 2012. Edición bilingüe. Traducción de Curtis Bauer), del que la plaquette ridículo ciego feliz en mi sitio/ridiculous blind happy in my place (Q Ave Press, 2012. Edición bilingüe y traducción de Curtis Bauer) es un adelanto.
Romero Barea ha sido incluido en la Antología de Poesía Contemporánea (Fernando Sabido Sánchez editor, 2011) y en la antología 1 poema 20 días (Ediciones en Huida, colección La Flor Escogida, 2012). La revista literaria En sentido figurado ha publicado recientemente una muestra de su poemario inédito un mínimo de racionalidad un máximo de esperanza.
José de María Romero Barea ha traducido, junto a Diāna Vigule, el poemario de Curtis Bauer Spanish Sketchbook/España en dibujos (Ediciones en Huida, 2012. Edición bilingüe) y Disarmed/Inermes de Jeffrey Thomson (Q Ave Press, 2012. Edición bilingüe).
Romero Barea es autor, además, de una serie de novelas reunidas bajo el título común de Interrupciones. Hilados Coreografiados (Ayuntamiento de Aguilar de la Frontera, 2012) abre la serie. Le siguen Haia y una tercera novela, en proceso de escritura.
En 2010, fue finalista del Premio Revista Eñe de Literatura Móvil. Ediciones Irreverentes publicó en 2012 su relato “To David, para David” en el blog de RTVE- RNE Sexto Continente.
José de María Romero Barea ha sido coordinador de las I Jornadas de narrativa Sevilla 2014, que organiza la Asociación Colegial de Escritores de España (A.C.E.) a la cual pertenece. Es miembro de la Asociación Cooltura, Acción y Poesía y la Asociación Nueva Grecia. Pertenece al Circuito Literario Andaluz. Colabora con sus reseñas,entrevistas y traducciones en publicaciones de ámbito nacional e internacional: los diarios Mundiario, Luz de Levante, El Librepensador y El Cotidiano; las revistas de divulgación IES, Universo La Maga, Culturamas y Tendencias 21; las revistas de literatura Quaderni Iberoamericani, Vísperas, El muro de los libros, Babab.com,Entretanto magazine, Otro lunes y Nueva Grecia, de cuyo consejo de redacción forma parte.
Twitter @JdMRomeroBarea
Relacionado
Elizabeth Bowen, Entretanto, José de María Romero Barea, Libros, Literatura