Tesoros sumergidos de leyenda (II) – Un rescate de leyenda
Posted on 27 abril, 2014 By CC Historia, portada
Santa Margarita y Nuestra Señora de Atocha
Por Elena Bargues
La historia
En 1622 partía de La Habana la Flota de Indias con seis semanas de retraso hacia España. Comandaba la flota el marqués de Cadereita, que viajaba en la nave capitana Nuestra Señora de la Candelaria. Un millón y medio de pesos del tesoro fue repartido entre los galeones Santa Margarita y Nuestra Señora de Atocha, un barco construido en 1620 en La Habana por Alfonso Ferreira, maestro constructor, y equipado con veinte cañones de bronce. Nuestra Señora de Atocha fue designado como nave almiranta por lo que navegaría en la retaguardia. Salieron el día cuatro de septiembre y el día cinco les alcanzó un huracán que avanzaba a gran velocidad.
“El almirante de la flota (Nª Sª de Atocha), siguiendo la tormenta, avanzó hacia el norte durante toda la noche y el día siguiente, durante el cual propusieron que descansara en algún puerto o lugar seguro en esas costas; pero de pronto entraron en aguas poco profundas y al cabo de poco encallaron en dos brazas de agua y algo más, donde su espolón se rompió en pedazos perdiendo a su gente, a excepción de tres hombres y dos muchachos. Esto ocurrió en la costa de Maracambe (Matecumbre), en Florida. El galeón Margarita siguió la misma suerte”. (Documento de 1623).
El 12 de septiembre, veinte de los veintiocho barcos que salieron de La Habana, regresaron al puerto. El día 17 llegó Bartolomé López, propietario de la fragata Santa Catalina, que había avistado los restos del Atocha cerca del último Cayo de Matecumbre.
El rescate
Inmediatamente el marqués organizó el rescate, pues ambos galeones transportaban la mayor parte del tesoro. Envió a Gaspar de Vargas, un marino veterano, con cinco buques, equipo de salvamento y buzos, junto con Bartolomé López para que lo guiara hasta los restos. Lo encontraron enseguida porque el palo mesana sobresalía del agua. Estaba hundido a unos dieciséis metros de profundidad, lo suficiente para impedir que los buzos, a pulmón, bajasen. Así que buscaron otros restos más fáciles de rescatar.
En el Cayo Loggerhead encontró la nave Rosario y a un grupo de náufragos que consiguieron llegar a la costa y sobrevivieron tres semanas en el atolón barrido por los vientos. Vargas incendió el barco hasta la línea de flotación para extraer más fácilmente la carga de oro y plata y sus cañones.
El día 5 de octubre un nuevo huracán asoló el estrecho de Florida y Vargas, los náufragos rescatados y su tripulación lo soportaron por segunda vez.
En cuanto terminaron con el Rosario regresaron a La Habana para conseguir un equipo más adecuado para rescatar la carga del Atocha.
Con buscadores de perlas de la isla Margarita como buzos, Vargas se instaló en un atolón cercano al pecio del Atocha, pero no lo encontraron.
Barrieron el fondo (entre dos barcos arrastraron una cadena de más de cien metros con una boya de madera en el centro de la cadena, que indicaba la apertura de ésta y por lo tanto la porción de fondo rastreado), y buscaron con botes de remo, pero no lo hallaron.
En febrero llegó el propio marqués al atolón, al que rebautizaron en su honor: Cayo del Marqués. Encontraron algunos lingotes, pero el barco no apareció. En abril el marqués regresó a España, mientras tanto contaron con la ayuda del capitán Cardona y un equipo de buceadores de México para ayudar en la búsqueda. Finalmente, todos se dieron por vencidos.
En 1624, un hombre más ambicioso, Nuñez Melián, consiguió un contrato para rescatar el Atocha y el Margarita. Los preparativos del rescate le llevaron dos años: hizo fundir una campana de cobre para el salvamento de unos trescientos kilos. Gracias a la campana, en 1626, encontraron los restos del Margarita.
La noticia llegó a España y también a Inglaterra y Holanda. Durante los cuatro años que duró el rescate, el trabajo fue interrumpido por ataques piratas y tormentas. Aun así, consiguió recuperar más de 380 lingotes de plata, 67.000 monedas de a ocho y los cañones de bronce. Nuñez Melián fue nombrado gobernador de Venezuela y dejó el trabajo del rescate en manos del capitán Juan de Anuez, quien continuó el salvamento hasta 1641. El Atocha se perdió para siempre.
Mel Fisher
El rescatador afortunado
Mel Fisher era un criador de pollos que se dedicó a la búsqueda de tesoros. Se rodeó de un grupo variopinto de personas que les unía la pasión por el buceo y se dedicaron a rastrear barcos sumergidos. En 1960, John S. Potter Jr. Había confeccionado una lista de naufragios, The Treasure Driver´s Guide, y a la cabeza de la lista se encontraba Nuestra Señora de Atocha.
Fue fundamental la búsqueda de datos del Atocha en el Archivo de Indias de Sevilla, aunque para ello debieron contratar a una persona que supiera leer la letra procesal y estuviera acostumbrada a navegar en un mar de legajos, la mayor parte sin catalogar. Hallaron los documentos en los que se describía las características del galeón, los números de fábrica de los cañones y la carga.
Corría el año 1969 y durante una década lucharon con la administración estadounidense para conseguir la propiedad de lo que se encontrara, contra la desconfianza de los arqueólogos universitarios, contra el desánimo y contra las tempestades caribeñas (uno de los hijos de Mel y su nuera perdieron la vida al volcar su barco). En 1980 se toparon con el Margarita que se había conservado sumergido en un banco de arenas movedizas. Lo que rescataron del barco les sirvió para continuar con la búsqueda y conseguir inversiones en el proyecto.
En 1985 encontraron el Atocha. Un tesoro valorado en 70.000 millones de dólares. Pero no resultó un camino de rosas. Hubo intentos de robo, problemas con la administración de Florida y con los arqueólogos universitarios. Sin embargo, Mel Fisher intentó complacer a todos, a pesar de que un estudio arqueológico detallado le costaría dinero en tiempo, medios y personal, ya que suponía una extracción de la carga muy lenta.
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